Astro
El sonido del timbre resonó, anunciando el final de la clase. La profesora había prometido que hoy se entregarían los boletines del primer periodo, y la ansiedad se palpaba en el aire. Mis compañeros se movían inquietos, algunos riendo y otros murmurando sobre sus expectativas. Para mí, el momento era un reflejo de mis temores más profundos.
Cuando entró el profesor, su semblante serio hizo que el bullicio se desvaneciera. La sala se llenó de un silencio denso, como si todos compartiéramos un secreto temido. Uno a uno, comenzó a repartir los boletines. Mi corazón latía con fuerza, cada vez más rápido a medida que se acercaba a mi pupitre.
Finalmente, lo tenía en mis manos. Abrí el boletín con un nudo en el estómago. Mis ojos recorrieron las calificaciones. En matemáticas y filosofía, dos líneas rojas marcaban mi desempeño: un “reprobado”. La decepción me golpeó como una ola. Era como si el colorido mundo de Lejanías se desvaneciera en blanco y negro.
Mis compañeros comenzaron a comentar sobre sus notas, sus rostros iluminados por el éxito. Sentí que una sombra se cernía sobre mí. La frustración y la tristeza se apoderaron de mis pensamientos. ¿Cómo podría concentrarme en el chico de once si no lograba mantener mis calificaciones?
Con el corazón pesado, traté de disimular mi decepción, pero una amiga se percató de mi estado. "¿Todo bien?", me preguntó con preocupación. "Sí, solo... me ha ido un poco mal," respondí, evitando entrar en detalles.
Mientras todos celebraban sus logros, yo permanecía en mi rincón, como un espectador en un festín al que no estaba invitada. La idea de hablarle a él se desvanecía, eclipsada por mis inseguridades. ¿Cómo podría acercarme a alguien tan talentoso si yo no lograba cumplir mis propias expectativas?
Al salir del aula, decidí ir a un lugar tranquilo en el patio. Necesitaba respirar. Me senté en un banco, tratando de organizar mis pensamientos. El parque que tanto amaba parecía más sombrío esa tarde. Los árboles que antes eran refugio de alegría ahora me recordaban la carga que llevaba.
Sin embargo, mientras observaba el paisaje, noté que el chico de once estaba cerca, su cuaderno abierto, concentrado en sus dibujos. Algo en mí se despertó, una chispa de inspiración que me llevó a reflexionar. A pesar de mis fracasos académicos, aún había cosas en las que podía encontrar belleza, como su arte.
Me quedé observándolo, admirando cómo sus trazos tomaban vida en el papel. Era un recordatorio de que había algo más allá de las calificaciones: la creatividad, la expresión, el arte. Decidí que, aunque había perdido en matemáticas y filosofía, no había perdido mi voz. Tal vez mi camino no era el tradicional, pero eso no significaba que no pudiera encontrar mi lugar en el mundo.
A medida que el sol comenzaba a descender, iluminando el cielo con matices cálidos, me di cuenta de que mis inseguridades eran parte de un viaje. Tal vez no fuera el momento de hablarle a él, pero podía comenzar a escribir mi propia historia, a plasmar mis emociones en el papel. Agarré mi diario y empecé a escribir, dejando que las palabras fluyeran como un río.
Mientras escribía, comprendí que la búsqueda del valor no se limitaba a hablarle a él, sino a enfrentar mis propios miedos. Mi historia de amor no tenía por qué depender de la aprobación de otros; podía forjarla a mi manera, a través de la escritura y el arte.
Esa noche, al cerrar mi diario, me sentí en paz. Había aprendido que el valor no siempre se encuentra en las grandes acciones, sino en los pequeños pasos que damos hacia adelante. Y mientras Lejanías continuaba su vida vibrante a mi alrededor, yo comenzaría a construir mi propio camino, lleno de sueños, letras y colores.
Renacer en Lejanias
El sol asomaba por el horizonte, tiñendo el cielo de Lejanías con tonos anaranjados y rosados. La luz matutina se filtraba por la ventana de mi habitación, despertándome con la promesa de un nuevo día. Aunque mi mente seguía dándole vueltas a las calificaciones, había decidido que no dejaría que eso definiera mi futuro. Hoy era el día en que recuperaría las notas de las materias que había perdido.
Al llegar al colegio, el aire fresco me llenó de energía. Los estudiantes se movían animadamente, pero yo mantenía la mirada fija en la meta. Tenía una mezcla de nerviosismo y determinación; quería demostrarme que podía superar mis obstáculos.
Las clases transcurrieron con una intensidad renovada. En matemáticas, me esforcé al máximo, participando más en las explicaciones y tomando notas detalladas. La profesora notó mi actitud y sonrió, lo que me dio un pequeño empujón de confianza. En filosofía, el debate sobre leer libros del que el profesor mandaba a leer y por primera vez sentí que realmente pertenecía al grupo. Excepto cuando tocaba exponer.... Puede que me sepa todo,pero mis nervios me deja muda,en cambio en los libros soy mas relajada
Finalmente, llegó el momento de las evaluaciones. Cada hoja que entregaba era un acto de liberación, un paso hacia la recuperación. Con el tiempo, las notas comenzaron a mejorar y mi esfuerzo empezó a reflejarse en los resultados. Cuando vi las nuevas calificaciones, mi corazón dio un salto. Había recuperado las materias. Un rayo de esperanza iluminó mi interior.
Sin embargo, a pesar de mi éxito académico, la idea de hablarle a David seguía atormentándome. Cada vez que pasaba por su lado, el silencio se convertía en un abismo que parecía insuperable. A pesar de las pequeñas victorias, el miedo a su rechazo aún pesaba sobre mí como una sombra.