Astro
El timbre sonó, marcando el inicio de una nueva etapa. Mientras caminaba hacia el aula, sentía una mezcla de nervios y emoción. El segundo boletín estaba a punto de ser entregado, y a pesar de mis miedos, había trabajado duro para mejorar mis calificaciones.
Cuando la profesora entró, el ambiente se llenó de un silencio expectante. Uno a uno, comenzó a repartir los boletines. Cada hoja que caía sobre los pupitres parecía pesar más que la anterior. Mi corazón latía con fuerza, anticipando lo que vendría.
Finalmente, lo tenía en mis manos. Abrí el boletín con una mezcla de ansiedad y esperanza. Mis ojos recorrieron las calificaciones, buscando el reflejo de mi esfuerzo. En matemáticas, un “3.9"brillaba con orgullo. En filosofía, un “4.0" me hacía sonreír. Había avanzado, había superado mis propios límites.
Un suspiro de alivio escapó de mis labios, pero a medida que la alegría me invadía, también sentí una punzada de inseguridad. Mis compañeros compartían sus logros, riendo y celebrando, pero yo me sentía como una observadora en un mundo donde la confianza reinaba. ¿Sería suficiente para acercarme a David?
Decidí salir del aula para aclarar mis pensamientos. El patio estaba lleno de vida, el sol brillando sobre las flores que comenzaban a florecer. Me senté en un banco, sintiendo la brisa en mi rostro, recordando lo que había aprendido: mi valor no se medía solo en calificaciones.
Mientras observaba a mis compañeros, noté a David al fondo, dibujando concentrado, ajeno a todo lo demás. Un impulso me llevó a querer acercarme, pero el temor me detuvo. ¿Cómo podía romper esa barrera que había construido con mis propias inseguridades?
Me armé de valor y decidí que debía actuar. Recordé la nota que había escrito y guardado en mi mochila. Era hora de entregarla. Con cada paso hacia él, mi corazón latía más rápido. Podía sentir la adrenalina en mis venas, el temor y la emoción entrelazándose.
Cuando estuve cerca, la voz de mis dudas se hizo más fuerte: “¿Y si no le gusta? ¿Y si se ríe?”. Pero entonces, recordé el esfuerzo que había puesto en mejorar y la belleza que había encontrado en su arte. Con determinación, tomé aire y me acerqué.
“Hola, David,” dije, intentando que mi voz sonara natural. Él levantó la vista, sorprendiendo y sonriendo. “Quería… esto es para ti.” Extendí la mano y le entregué la nota. Se quedó mirándola, y un momento de silencio se apoderó del espacio entre nosotros.
“Gracias,” respondió finalmente, con una mirada curiosa. Su sonrisa iluminó mi día y sentí que, a pesar de mis temores, había dado un paso importante. No era el final de la historia, pero era un comienzo.
Mientras me alejaba, una nueva sensación de esperanza me envolvió. El segundo boletín en mis manos era más que un reflejo de mis logros académicos; era un símbolo de mi crecimiento personal. Había enfrentado mis miedos y dado un paso hacia lo desconocido. El camino aún era incierto, pero por primera vez, sentí que estaba lista para recorrerlo.
Esa noche, mientras escribía en mi diario, comprendí que cada pequeño paso cuenta. La búsqueda de conexión, de amor y de amistad, sería parte de mi historia, un viaje que comenzaba con valentía y sinceridad. Y en medio de la belleza de Lejanías, supe que estaba lista para seguir explorando mi camino.
El Eco de Mis Inseguridades
El sol se filtraba a través de la ventana de mi habitación, iluminando cada rincón con un brillo cálido. Sin embargo, a pesar de la belleza del día, un nudo de ansiedad se formaba en mi estómago. Había pasado un tiempo desde que le entregué la nota a David, pero aún no había tenido el valor de acercarme de nuevo. Las inseguridades me envolvían como una sombra, recordándome lo fácil que era fracasar.
Al llegar al colegio, el bullicio de los pasillos resonaba en mis oídos. Las risas y conversaciones llenaban el aire, pero yo me sentía atrapada en un mundo de dudas. ¿Qué pensaría David de mí? ¿Sería suficiente lo que había hecho hasta ahora? Cada vez que lo veía en su rincón, dibujando con esa concentración que lo caracterizaba, el miedo a ser rechazada me paralizaba.
En clase, traté de enfocarme, pero mis pensamientos vagaban. Las palabras de la profesora parecían lejanas. Miré a mis compañeros, algunos de ellos hablando con confianza y desparramando sonrisas. Sentí una punzada de envidia. ¿Por qué era tan fácil para ellos? ¿Por qué yo me sentía tan insegura?
Durante el receso, decidí salir al patio, buscando un respiro. Me senté en una esquina, observando a los demás interactuar. El aire fresco me envolvió, pero mi mente seguía atrapada en un torbellino de dudas. Las flores que florecían a mi alrededor parecían reírse de mí. ¿Cómo podía yo encontrar mi lugar en ese mundo tan vibrante?
De repente, vi a David en la cancha de baloncesto, riendo con sus amigos. La alegría que emanaba de él era contagiosa, pero me sentí pequeña e invisible. “No puedo acercarme”, pensé, el eco de mis inseguridades resonando en mi mente. “¿Qué podría decirle? No soy como ellos”.
Volví a clase, y mientras el profesor hablaba, decidí sacar mi cuaderno y dibujar. A medida que trazaba líneas y formas, las palabras que no podía expresar empezaron a fluir. Cada trazo me liberaba un poco más de la carga que llevaba. Pero aún así, al final de la clase, la pregunta persistía: “¿Cómo le hablo?”.
Después de clases, decidí dar un paseo por el parque. Necesitaba pensar. Las hojas caídas crujían bajo mis pies mientras avanzaba, y el aroma de la tierra fresca me llenaba de una extraña calma. Pero la ansiedad no me abandonaba. Entonces, me senté en un banco y saqué mi diario.
Comencé a escribir sobre mis miedos y frustraciones. A medida que las palabras fluían, comprendí que no estaba sola en mis inseguridades. Muchos de mis compañeros probablemente también sentían lo mismo en diferentes momentos. Pero esa reflexión no acallaba mi voz interna que me decía que David nunca me vería como algo más que una chica tímida.