Publicando mí libro Corazones Tímidos
La primera vez que tomé la decisión de escribir sobre mi vida, no fue por presunción ni por afán de ser entendida. Fue, más bien, un intento de entenderme a mí misma. Mi corazón tímido, mi constante angustia, mis miedos ocultos. Todo eso lo guardé durante años, hasta que, en un arrebato de vulnerabilidad, decidí ponerlo en palabras. Eso fue lo que comenzó mi primer libro, "Corazones Tímidos".
En sus páginas, quise contar la historia de un amor no correspondido, pero más que eso, quise hablar sobre el miedo que nos frena. Ese miedo que, al igual que el sol en Lejanías, se pone cada tarde en el horizonte, pero nunca desaparece del todo. El miedo a hablar, a acercarse, a romper las barreras invisibles que, sin darnos cuenta, construimos entre nosotros mismos. En mi libro, hablo de David, de las miradas que compartimos en los pasillos del colegio, de lo que pudo haber sido y de lo que nunca fue por culpa de nuestra timidez.
Recuerdo la Navidad en Lejanías como si hubiera sido ayer, un contraste de risas, comida, música y un alma que se sentía tan sola en medio de todo eso. Yo escribí sobre esos momentos, sobre los sentimientos atrapados en la quietud de los Llanos, y cómo el tiempo parecía estancarse solo para recordarme lo que había perdido. Lo que podría haber sido si nos hubiéramos atrevido a hablar, a ser valientes. Es curioso cómo las palabras, una vez que las escribes, se vuelven más fáciles de decir, aunque nunca logren explicar del todo lo que sentimos.
Finalmente, el día llegó: el libro estaba listo para ser enviado. Decidí enviarlo a una editorial en Bogotá, con la esperanza de que alguien, aunque sea una sola persona, pudiera entender lo que sentí. Lo que sentimos, porque sé que no soy la única que lleva en su pecho un corazón tímido.
Consejo para aquellos como David y yo
Para todos aquellos que sienten como nosotros, atrapados por la timidez, la ansiedad y el miedo a lo que podría ser, les diría lo siguiente: No dejen que el miedo a dar el primer paso les arrebate la oportunidad de vivir una historia que podría haber sido hermosa. No importa si es un amor, una amistad o una conversación que nunca se dio, lo importante es que no todo está perdido, aunque a veces lo sintamos así. La vida no es perfecta, y las oportunidades no siempre son claras, pero lo que realmente importa es el momento en que decidimos ser valientes.
En mi caso, aunque las palabras no siempre fueron suficientes, al menos me dieron la paz de saber que lo intenté. Si algún día vuelves a encontrar a la persona con la que sentiste esa conexión, o si te encuentras frente a una situación en la que el miedo te frena, recuerda que el verdadero error es no haberlo intentado.
Así que, para aquellos como David y yo, que vivimos nuestra historia en el eco de lo no dicho, les dejo este consejo: Hablen, aunque sea solo un poco. La vida, al igual que la Navidad en Lejanías, no necesita ser perfecta para ser mágica.....
El Peso de lo No Dicho
Hoy el sol se esconde en Lejanías como siempre, detrás de las montañas lejanas, pero la quietud del paisaje parece más pesada. El aire cálido acaricia mi piel, pero no logro sentirme en paz. Algo dentro de mí se remueve, como si algo que debería haber sido dicho, algo que debería haberse hecho, se quedara flotando en el aire, suspendido entre las sombras.
La Navidad siempre me ha dejado esa sensación de falta, de vacío. El pueblo entero parece celebrar, la gente se ríe, las casas están decoradas con luces brillantes, pero yo, por dentro, me siento como una parte de la decoración, como un adorno olvidado que nadie mira. Hay algo profundamente desconectado entre la alegría a mi alrededor y lo que siento en mi pecho.
No me atrevo a hablar de eso con nadie. No sé si sabrían qué hacer con mi tristeza, si sabrían comprender ese miedo que tengo a las palabras, a lo que implican. Las palabras son poderosas, lo sé, pero también son traicioneras. Siempre he tenido esa sensación de que decir lo que realmente pienso es como abrir una puerta hacia algo que no podré cerrar. Tal vez por eso nunca he hablado de David, ni siquiera con mis amigos más cercanos. Porque sé que si alguna vez expusiera lo que siento, no podría volver atrás.
Recuerdo la primera vez que lo vi, cómo sus ojos se encontraron con los míos en el pasillo del colegio. Fue como un chispazo, un instante fugaz que se quedó grabado en mi memoria. Pero no dije nada. No dije nada, porque siempre he tenido miedo a las palabras. Me hubiera gustado preguntar, haber dicho algo sencillo como "Hola", pero no lo hice. El miedo a lo que podría haber venido después me paralizó.
David nunca lo supo. Nunca supe si él sentía lo mismo. Siempre he vivido en esa incertidumbre, atrapada en ese espacio entre lo que podría haber sido y lo que nunca será. Mi timidez siempre me ha impedido dar el primer paso, siempre me ha mantenido en la orilla de lo que quiero, sin atreverme a nadar.
Hoy, mientras el pueblo celebra con risas y cantos, yo me encuentro sentada al borde de la ventana de mi habitación, mirando cómo el sol se apaga lentamente en el horizonte. En mi pecho, siento una mezcla de calidez y tristeza, como si el paisaje que me rodea pudiera abrazarme, pero no lograra consolarme. Y entonces pienso en él, en David, y en todo lo que pudo haber sido si solo hubiera tenido el valor de hablar, de acercarme un poco más.
He pensado muchas veces en escribirle, en poner todo eso que nunca dije en una carta, pero siempre me detengo. El miedo vuelve a aparecer, esa sensación de que las palabras no harán justicia a lo que siento. De que ni siquiera él podría comprenderlo. Y si no lo comprende, ¿qué quedaría? Tal vez lo mejor es dejarlo ir, dejar que todo se quede en ese espacio irreal, en esa burbuja de lo no dicho que nunca tendrá una resolución.
Es curioso cómo las fechas como estas, las celebraciones, nos obligan a enfrentar lo que hemos dejado pendiente. No importa cuántos regalos envolvamos o cuántos brindis hagamos, siempre hay algo que persiste en el fondo de nuestra alma. Un susurro que nos recuerda lo que no tuvimos el valor de vivir. Hoy, ese susurro está más fuerte que nunca.