Astro
La ceremonia de graduación no fue como la había imaginado. No hubo grandes discursos, ni una multitud de padres llorando de emoción, ni una fiesta desbordante al final del día. La pandemia había dejado su huella, y aunque el COVID-19 ya no dominaba nuestras vidas de la misma manera, aún quedaban vestigios de la incertidumbre en el aire. Solo unos pocos compañeros, distanciados, con mascarillas y bajo estrictas medidas de seguridad, estuvimos allí. Todo parecía diferente, como si el acto de graduación tuviera un halo de distanciamiento, de incompletitud.
A pesar de que había terminado la secundaria, una parte de mí todavía no entendía del todo lo que significaba. Había pasado tanto tiempo entre restricciones y clases virtuales que ese día se sentía más como una formalidad que como un verdadero cierre. Pero ahí estaba, con mi toga de graduación puesta, mi diploma en la mano y una mezcla de sentimientos que no sabía cómo ordenar.
Me senté en la banca, mirando a mi alrededor. Mis amigas charlaban, pero había algo en el aire que me decía que el tiempo se había detenido. Como si el mundo hubiera seguido adelante, pero nosotros todavía estábamos atrapados en una época que se negaba a irse.
Entre las caras conocidas, me fijé en él, como siempre lo hacía, aunque intentaba disimular. El chico albino. No era un rostro que pasara desapercibido, con su piel tan blanca como la luna y sus cabellos casi plateados. Nunca había hablado mucho con él. No es que no me gustara; de hecho, había algo en su mirada tranquila, en su forma de ser distante, que me atraía. Pero siempre me quedaba en la sombra, observando desde lejos, como si el miedo a equivocarme me mantuviera anclada en mi lugar.
Esa mañana, mientras los demás profesores daban palabras breves sobre el futuro y la importancia de este "nuevo comienzo" (como si eso fuera tan fácil de entender), él apareció de repente a mi lado, con una hoja en la mano. Me sorprendió, como siempre lo hacía, su capacidad de aparecer cuando menos lo esperaba.
—Astro—dijo, su voz suave, casi susurrante, como si no quisiera interrumpir el murmullo de la ceremonia. —Quería darte esto—
Miré la hoja, confundida. Era un poema. Un poema escrito a mano, con una caligrafía que casi parecía un garabato, pero con algo especial. Algo que me hizo sentir que él había puesto mucho de sí mismo en esas palabras. Lo leí en silencio:
"El tiempo puede separarnos, pero nunca nos borra.
Somos como ríos que se cruzan, que nunca se tocan,
pero que se entienden en el silencio."
Un poema sencillo, pero cargado de algo que no supe identificar. ¿Por qué a mí? ¿Por qué ahora? Mis pensamientos se agitaban mientras el chico me miraba con una calma que contrastaba con la turbulencia en mi pecho.
Sin decir una palabra más, se acercó un poco, como si no pudiera resistir el impulso. Y, de repente, sin previo aviso, me dio un beso en la mejilla.
Fue breve, casi como un gesto fugaz, pero el mundo a mi alrededor pareció detenerse. Sentí cómo el calor se apoderaba de mi rostro al instante, y una oleada de vergüenza me invadió. Mis amigas, que se habían dado cuenta de todo, comenzaron a reír y a cuchichear entre ellas. No podía mirarlo. Mi mente no lograba procesarlo, y mi cuerpo reaccionaba con una incomodidad tan profunda que casi me sentí deseando desaparecer de allí.
El chico albino se alejó, sin un segundo de más, como si el gesto hubiera sido lo más normal del mundo. Y yo me quedé allí, con la mejilla caliente, la sensación de su beso en mi piel, y una nube de confusión y vergüenza que me nublaba.
Mis amigas no dejaban de mirarme, y la sonrisa cómplice de Daniela no se hizo esperar:
—Astro, ¿te diste cuenta? ¡Te acaba de besar en la mejilla! ¿Quién te lo hubiera dicho?—
Isabella asintió, con una expresión divertida. —"¡Eso sí que no me lo esperaba! Y tú ahí, tan seria, casi como si no estuvieras recibiendo un poema y un beso a la vez."!—
Yo no supe qué decir, cómo reaccionar. De alguna manera, lo que más me incomodaba no era tanto el beso en sí, sino que, al final del día, era una acción tan inesperada que parecía haberme puesto frente a una versión de mí misma que nunca había querido enfrentar.
El director se acercó entonces, con su usual tono irónico, como si estuviera deseando hacer un comentario sarcástico.
—Bueno, Astro, felicidades,— dijo, con una sonrisa maliciosa. —Ahora ya no tendrás que aguantar mis constantes regaños sobre tu puntualidad ni los regaños que nunca terminabas a tiempo. Pero no te preocupes, el futuro tiene algo más preparado para ti, algo que seguro será más interesante que tu época en el colegio.—
Lo dijo como si fuera una broma, como si la ceremonia fuera solo una excusa para soltar sus habituales comentarios sarcásticos. Pero yo ya no estaba escuchando. Mi mente seguía en ese momento, en el beso del chico albino. ¿Qué significaba? ¿Por qué me había hecho eso? ¿Qué había detrás de esas palabras no dichas, de esa mirada que me atravesaba?
El director continuó hablando, pero sus palabras ya no alcanzaban mi conciencia. Mis amigas seguían hablando de lo que había pasado, pero yo solo podía pensar en el futuro que se extendía ante mí como una niebla, un camino incierto lleno de posibles respuestas.
Quizá en algún momento entendería lo que había ocurrido entre el chico albino y yo. O quizá nunca lo sabría. Lo único que sabía es que ya no estaba lista para quedarme en ese rincón donde me sentía invisible. Algo dentro de mí se había despertado, como una chispa que, aunque pequeña, ardía con fuerza.
Después de todo, este era el final de una etapa. El último día de la secundaria. Y aunque la ceremonia no duró mucho, aunque el COVID-19 todavía había dejado su marca en este último adiós, algo me decía que el futuro estaba más cerca que nunca.