Susurros del corazón

Un refugio para el amor

Astro....

Las semanas siguientes a ese encuentro en el parque de Lejanías fueron un torbellino de emociones para mí. Después de la charla con Gabriel, algo dentro de mí cambió. Su calma, su mirada directa pero sin presionar, me hicieron darme cuenta de que tal vez lo que había creído sobre él no era lo que realmente era. Gabriel no encajaba en las historias que me contaba Daniela sobre su familia, ni en la imagen que había formado de él en mi mente durante todo el año. Y sin embargo, había algo en él que me llamaba, algo que me hacía querer conocerlo más allá del chico albino que se había cruzado en mi camino de forma tan misteriosa.

Me encontré caminando sin rumbo por las calles del pueblo, como si el sol de la tarde tuviera la respuesta a todas mis inquietudes. El calor del verano ya empezaba a ceder, y el aire fresco de la tarde se sentía agradable contra mi piel. Mientras cruzaba por la plaza central, una figura familiar me llamó la atención a lo lejos. Gabriel estaba sentado en el banco de siempre, ese que estaba cerca del río, con un libro entre las manos, ajeno al mundo que lo rodeaba. La luz del atardecer se filtraba entre los árboles, creando un juego de sombras y luz sobre su rostro, dándole un aire casi etéreo.

Mi corazón dio un pequeño brinco. Sabía que ese era el momento. Tal vez nunca volviera a tener la oportunidad de acercarme a él de nuevo, o tal vez ya era tarde para retroceder. No estaba segura de qué iba a pasar, pero sentí que debía intentarlo. No podía seguir siendo la chica que se quedaba al margen, mirando las cosas desde lejos.

Me acerqué con pasos lentos, sin saber muy bien qué decir, pero algo dentro de mí me empujaba a continuar. Gabriel levantó la mirada al oír mis pasos y, al reconocerme, su expresión se suavizó.

—¿Astro?—dijo, sonriendo con esa calma que me había comenzado a fascinar. —¿Qué tal?

—Hola— respondí, un poco nerviosa, aunque trataba de no mostrarlo. —Estaba caminando por aquí y te vi. —¿Puedo sentarme?

Gabriel hizo un gesto con la mano, invitándome a tomar asiento sin que me lo tuviera que preguntar dos veces. Me senté a su lado, dejando que el silencio entre nosotros se instalara por un momento. El viento soplaba suavemente, y el sonido del río cruzando las piedras llenaba el aire, mientras los rayos dorados del sol comenzaban a desvanecerse lentamente.

—¿Qué estás leyendo?—pregunté finalmente, intentando romper el silencio que se había hecho cómodo, pero también extraño.

—Es un libro de poesía— dijo Gabriel, levantando el libro para que pudiera verlo. —Me ayuda a pensar. A veces es más fácil entender las cosas cuando las palabras están ordenadas de una manera diferente.

Miré el libro, pero algo en su tono me hizo pensar que tal vez no estaba hablando solo del libro. Tal vez estaba hablando de su vida, de su mundo, de todo lo que llevaba guardado dentro de sí. Gabriel siempre parecía tan tranquilo, pero había algo en su mirada que me decía que su calma era solo una fachada para algo mucho más complejo.

—¿Y qué piensas de todo eso?—pregunté con una ligera sonrisa. “De las palabras, quiero decir.”

Gabriel dejó el libro a un lado y me miró, pensativo, como si estuviera buscando las palabras adecuadas.

—Creo que las palabras son una forma de hacer que las cosas se entiendan. Pero a veces, hay cosas que no se pueden explicar con palabras. Hay cosas que simplemente son, y tienes que aprender a vivir con ellas.

No entendí del todo lo que quería decir, pero había algo en su voz que me dejó con la sensación de que había mucho más detrás de su aparente serenidad. Tal vez era esa la razón por la que me sentía tan atraída por él. No era solo su exterior, su aspecto físico, aunque no podía negar que su mirada y su presencia me hacían sentir algo que no lograba explicar. Era su manera de ver el mundo, su forma de entender lo que otros no podían o no querían ver.

—¿De qué estás escapando?—le pregunté, sorprendida por mi propia pregunta. No lo había planeado, pero las palabras salieron de mi boca antes de que pudiera detenerlas.

Gabriel no pareció sorprendido. Solo sonrió, esa sonrisa que hacía que mi corazón latiera un poco más rápido.

—“Escapar no es lo que hago. Más bien, intento entender lo que está frente a mí. A veces, el mundo no es tan sencillo como parece.”

Había algo en esa respuesta que me dejó pensando. Gabriel era una de esas personas que no decían todo lo que pensaban, pero sus palabras eran suficientes para que te sintieras atraído a descubrir más, a indagar en su mundo. Quizás, en su caso, lo mejor era dejar que las cosas fluyeran sin presionar, sin tratar de obtener respuestas rápidas.

—¿Te gustaría ir a tomar un café conmigo? Hay una pequeña cafetería cerca del puente— le sugerí, intentando hacer que la conversación no se volviera demasiado densa. —Podemos seguir hablando, o simplemente quedarnos en silencio.

Gabriel me miró, y por un momento, creí que iba a decir algo sobre no tener tiempo o tener que irse. Pero, para mi sorpresa, no lo hizo. En lugar de eso, se levantó lentamente, como si fuera lo más natural del mundo, y asintió.

—Claro, ¿por qué no?

Caminar juntos hacia la cafetería fue una experiencia nueva para mí. Aunque no hubo muchas palabras, había algo reconfortante en la presencia de Gabriel. Era como si el simple hecho de estar a su lado hubiera roto alguna barrera invisible que había existido entre nosotros. Ya no me sentía como una espectadora, observando su vida desde lejos. Ahora, de alguna forma, me sentía parte de ella.

Sentados en una mesa pequeña en la esquina de la cafetería, rodeados por el bullicio suave de la gente que conversaba y el aroma a café recién hecho, nos miramos en silencio durante un momento largo. No necesitábamos decir mucho. El ambiente, la conexión que estábamos empezando a formar, ya lo decía todo.

—¿Sabes?— dijo Gabriel al final, rompiendo el silencio, —creo que esto es algo bueno. Tal vez, las cosas no son tan complicadas como parecen, después de todo.”




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