Susurros del corazón

En La Torre del amor

Astro:

Era una tarde tranquila, la luz del sol se filtraba a través de las nubes dispersas, bañando el pueblo con una calidez suave. Me había perdido entre mis pensamientos, como solía hacerlo, caminando sin rumbo fijo por las estrechas calles empedradas del pueblo. No tenía un destino claro, pero algo me llevó a la torre. La torre del viejo faro, un punto elevado desde donde se podía ver todo el pueblo, y más allá, el río que serpenteaba como una cinta plateada entre los árboles. A veces venía aquí solo para perderme en la vista, para recordar que había un mundo fuera de mis pensamientos.

Subí las escaleras de piedra, el eco de mis pasos resonando en la quietud de la torre vacía. El aire estaba fresco, y cuando llegué a la cima, el paisaje me robó la respiración. El río brillaba bajo el sol, y las montañas se alzaban en la distancia, como guardianes silenciosos. Me apoyé en la baranda de piedra, dejando que la brisa despejara mi mente. El sonido del agua fluyendo era relajante, y por un momento, sentí que el tiempo se detenía.

De repente, escuché unos pasos a mis espaldas. No me sorprendió, ya que era un lugar común para quienes buscaban un refugio en el pueblo. Sin embargo, cuando giré, mis ojos se encontraron con los de Gabriel. Estaba allí, parado en la entrada, como si su presencia fuera tan natural como el paisaje mismo.

—¿Te molestaría si me quedo?— preguntó con su voz tranquila, como si ya supiera que no tenía respuesta negativa.

Negué con la cabeza, sonriendo apenas.

—No, para nada—respondí, invitándolo a unirse sin decir más. No era necesario hablar mucho con Gabriel. Había algo en su presencia que me tranquilizaba. Era como si el silencio se volviera más cómodo cuando él estaba cerca.

Nos quedamos allí, de pie, mirando el río, la luz dorada del atardecer reflejándose en el agua. No hacía falta llenar el aire con palabras. Todo estaba claro, de alguna manera. Solo estar allí, compartiendo el mismo espacio, el mismo instante, era suficiente.

Gabriel

Subí las escaleras sin prisas, disfrutando de la quietud que había en el aire. Había algo en este lugar que siempre me había atraído, algo en el ambiente que me permitía pensar sin que el mundo me interrumpiera. Cuando vi a Astro allí, sola, mirando el río, una sensación extraña me recorrió, como si el destino nos hubiera llevado a este lugar, sin quererlo. Sabía que no había necesidad de hablar, pero no pude evitar preguntar.

—¿Es aquí donde sueles venir a pensar?—le pregunté, aunque sabía que no necesitaba una respuesta.

Ella asintió lentamente, sin apartar la vista del agua. Su presencia era tan tranquila, tan segura, que no me atreví a decir más. Solo me quedé observando el paisaje, permitiendo que el silencio entre nosotros fuera el único lenguaje que importaba.

El viento soplaba suavemente, despeinando mi cabello y trayendo consigo el aroma fresco del río. El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados. No quería que el momento se terminara. No quería que nada interfiriera en esa paz.

De repente, sin pensarlo, me acerqué un poco más a ella, sintiendo la calidez de su cercanía. No sabía por qué lo hacía, solo sentía que el impulso era inevitable. Mis ojos se encontraron con los suyos, y por un instante, el mundo entero pareció desvanecerse a nuestro alrededor. Solo quedábamos nosotros dos y el río, el cielo, el viento. El tiempo había dejado de importar.

Astro

Lo sentí antes de verlo, esa presencia cerca de mí. Gabriel se acercó tan lentamente que casi no me di cuenta, pero cuando nuestras miradas se encontraron, algo en mi pecho se aceleró. No era miedo ni incomodidad, era algo más complejo, algo que nunca había podido poner en palabras.

El sol ya estaba bajo, y la luz dorada iluminaba su rostro, haciendo que sus ojos brillaran con una intensidad que me dejó sin aliento. La distancia entre nosotros era mínima, y el aire parecía cargado de algo más que silencio. Era como si todo en ese momento se hubiera alineado, como si estuviéramos exactamente donde debíamos estar.

No sé cómo, pero algo en ese instante, en ese espacio compartido, nos llevó a acercarnos más. Fue un movimiento lento, sin palabras, sin explicaciones. Solo nos miramos un segundo más, y luego, sin más, nos besamos.

El contacto fue suave al principio, como si estuviéramos probando si este momento era real. La calidez de sus labios sobre los míos me hizo olvidar todo lo demás, me hizo olvidar el mundo y las dudas. Solo existía él, solo existía ese instante, tan puro, tan sincero.

Gabriel

Cuando sus labios tocaron los míos, todo lo que había estado guardando en mi mente se desvaneció. No había preguntas, no había respuestas, solo la sensación de estar exactamente donde debía estar. La suavidad de su beso era como el río, fluida, inevitable. Algo en mí se abrió, algo que había permanecido cerrado durante tanto tiempo.

No quise apresurarlo, dejé que el momento se desarrollara a su propio ritmo, sin forzarlo. Podía sentir su corazón latiendo cerca del mío, y aunque todo alrededor parecía desvanecerse, yo sabía que no necesitaba más. No necesitaba entenderlo, solo vivirlo.

Cuando nos separábamos, el aire parecía más espeso, como si el mundo hubiera ganado una nueva capa de significado. Ninguno de los dos dijo nada. No había necesidad de palabras. Solo nos quedamos allí, en silencio, mirando el río, como si lo único importante fuera que estábamos juntos en ese instante.

Astro:

Cuando nos separábamos, no sentí la urgencia de hablar. Las palabras no eran necesarias. Gabriel y yo compartimos una mirada que no requería más explicaciones. El silencio se llenó de una calma profunda, como si el beso hubiera sellado algo en nosotros, algo que ya no necesitaba ser dicho.

Miré el río otra vez, pero esta vez sentí que todo era diferente. Había algo más en ese paisaje, algo que antes no había visto. Tal vez lo que estaba buscando siempre estuvo aquí, en este lugar, en este instante.




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