Bajo la lluvia
Astro
La tarde había comenzado con el cielo despejado, pero como en tantas ocasiones, el clima del pueblo cambiaba sin previo aviso. De repente, las nubes comenzaron a agolparse en el horizonte, y el viento, que antes solo acariciaba las calles, se convirtió en un susurro creciente. La lluvia, como una cortina suave, empezó a caer sobre el pueblo.
Me encontraba caminando sin rumbo, mis pasos ligeros sobre las calles empedradas, cuando la lluvia comenzó a golpear mi piel. Era una de esas lluvias suaves, pero persistentes, que llenan el aire de un aroma fresco y profundo. No me molestó. De alguna manera, me sentía conectada con ese momento, como si la lluvia me limpiara por dentro, borrando todo lo que me sobraba.
Entonces lo vi. Gabriel, en medio de la calle, con su chaqueta mojada pegada a la piel y el cabello empapado. No dijo nada, solo me miró con esa intensidad que siempre tenía, como si no hubiera un solo detalle que se le escapara. El sonido de la lluvia era lo único que nos rodeaba, pero no necesitábamos palabras.
Fue él quien dio el primer paso, acercándose con esa tranquilidad que siempre lo caracterizaba. Yo, por mi parte, no me moví. El agua caía con más fuerza, pero el calor de su presencia me envolvía, como si el mundo se hubiera reducido a nosotros dos.
Sin decir una sola palabra, sus dedos tocaron mi rostro, deslizándose suavemente por mi mejilla. La conexión fue instantánea, como si la lluvia misma nos hubiera unido de alguna manera. Un suspiro compartido, y luego, sin previo aviso, sus labios encontraron los míos.
El beso fue suave al principio, como si estuviéramos probando el agua fría de un río desconocido. Pero la lluvia nos envolvía más y más, empapándonos, y al mismo tiempo, derritiendo cualquier barrera que pudiera haber entre nosotros. La calidez de su beso me hizo olvidar el frío del agua, el ruido del mundo a nuestro alrededor. Solo existíamos él y yo, bajo el cielo gris, entre las gotas que caían sin cesar.
El tiempo se desvaneció en ese beso. Ni la lluvia, ni el viento, ni la multitud de pensamientos que solían acosarme en silencio, pudieron interrumpir ese momento perfecto. Cuando finalmente nos separamos, el agua caía con más fuerza, pero ya no me importaba. Nos miramos, nuestras respiraciones entrecortadas, y supe, sin palabras, que este era solo el comienzo.
Y mientras la lluvia seguía cayendo, nos quedamos allí, bajo el mismo cielo, compartiendo una promesa sin necesidad de pronunciarla. Porque sabíamos que, de alguna manera, lo que había comenzado bajo la lluvia, nunca se detendría.
Bajo el cielo estrellado
El eco del beso aún retumbaba en mi pecho mientras caminaba por las oscuras calles empapadas. La lluvia, aunque persistente, parecía haberse convertido en una compañía silenciosa, como si no fuera más que una sombra en el aire. Gabriel no estaba lejos. Lo sentía cerca, como si sus pasos resonaran en mi misma piel, como si el universo hubiera reducido nuestras distancias al mínimo. No sabía qué hacer con esa sensación, con la mezcla de calidez y frío, de deseo y temor, de amor y pérdida que se había desatado en mí en solo unos segundos.
El sonido de la lluvia era suave, casi como un canto lejano, pero mi mente estaba a años luz de aquella melodía. Estaba absorta en lo que acababa de ocurrir, en ese beso robado, en ese roce que cambió algo en mi interior. No sabía si era amor, si era solo una conexión efímera, pero había algo en él, en su mirada, en su forma de moverse, que desordenaba todo mi ser.
La calle estaba vacía, casi como si el pueblo hubiera decidido darme este momento a solas. Gabriel caminaba a mi lado sin prisa, sin hacerme preguntas, solo compartiendo el mismo espacio, como si no hubiera necesidad de hablar. Nos entendíamos en ese silencio, y a pesar de la lluvia que no cesaba, nos envolvía una especie de calor compartido, como si el mundo hubiera detenido su rotación solo para permitirnos estar allí, juntos, bajo el manto gris que cubría el cielo.
"Es increíble cómo todo puede cambiar en un segundo", susurró Gabriel de repente, rompiendo el silencio que nos envolvía. Miré hacia él, sin entender del todo lo que quería decir, pero el tono de su voz me hizo sentir una extraña calma. No estaba hablando del clima, ni de la lluvia. Estaba hablando de lo que acaba de ocurrir. De nosotros. De ese beso inesperado que, a pesar de su suavidad, había dejado una marca profunda.
"Sí, lo es", respondí, mis palabras más lentas de lo que esperaba.
Seguimos caminando sin rumbo, sin necesidad de decidir adónde ir. Gabriel me miraba de reojo, como si quisiera leer cada pensamiento que cruzaba por mi mente, pero yo estaba perdida en el caos ordenado que se había desatado en mí. Mi mente quería huir, pero mi cuerpo, por alguna razón, no lo hacía. Había algo en esa quietud que era lo suficientemente fuerte como para evitar que me apartara de él. No me apartaba, no lo quería hacer. Algo me atraía hacia su cercanía, hacia esa intensidad que emanaba, como si las palabras fueran innecesarias.
Cruzamos la plaza principal del pueblo, y las luces de las farolas parpadeaban suavemente, reflejándose en los charcos que se formaban en las piedras del suelo. Era una imagen tranquila, pero algo en mi pecho se sentía como si estuviera por estallar. Había una tensión entre nosotros, un hilo invisible que nos conectaba de una forma extraña, profunda, a la que no estaba acostumbrada. Gabriel había sido siempre alguien enigmático para mí, un misterio que había querido resolver, pero ahora, con la lluvia cayendo sobre nuestras cabezas y sus dedos ligeramente rozando mi brazo, entendí que tal vez no había respuestas. Tal vez no se trataba de resolverlo, sino de vivirlo. De estar allí, con él, sin intentar definir lo que no se podía.
"Creo que nunca entenderé cómo puedes ser tan tranquila en medio del caos", me dijo, su voz baja, casi un susurro que solo el viento podía llevar. "Es como si todo a tu alrededor se desmoronara y tú siguieras intacta."