Astro
La lluvia había cesado por completo, pero las huellas de las gotas aún brillaban en las piedras de la calle. El aire fresco de la noche nos envolvía, y, a pesar de que el cielo estaba despejándose, sentía que el tiempo seguía detenido en ese preciso instante, bajo las estrellas que comenzaban a llenar el firmamento.
Caminábamos sin rumbo, pero ya no importaba adónde íbamos. Gabriel y yo nos entendíamos sin palabras. No había necesidad de más explicaciones, solo el roce de nuestras manos entrelazadas y la quietud de la noche que nos rodeaba. Era como si el mundo hubiera puesto todo en pausa, solo para darnos este momento.
A veces, en la vida, hay encuentros que marcan el antes y el después. Y yo sabía que este, el que compartía con Gabriel, sería uno de esos momentos. No sabíamos qué traería el futuro, pero no tenía sentido buscar respuestas. Lo que importaba era estar allí, juntos, viviendo el presente, sintiendo cómo la conexión entre nosotros crecía, más allá de lo que podíamos entender.
Al principio, las preguntas me asaltaban: ¿Es esto amor? ¿Es solo una ilusión? Pero, con cada paso que dábamos, esas preguntas se desvanecían. No necesitábamos etiquetas, ni definiciones. Solo necesitábamos estar. Así, como éramos. Dos almas que se habían encontrado bajo la lluvia, bajo un cielo lleno de estrellas.
Nos detuvimos frente a una pequeña plaza, donde un banco solitario nos esperaba. Gabriel se sentó primero, y yo me uní a él sin pensarlo. La noche estaba en calma, y el aire se sentía limpio, renovado. Ninguno de los dos decía nada, pero todo lo que había sido dicho en los últimos momentos se reflejaba en el silencio entre nosotros.
Miré hacia el cielo, buscando esas estrellas que parecían brillar solo para nosotros. "¿Alguna vez imaginaste que algo tan pequeño como un beso podría cambiar todo?", le pregunté, sin apartar la vista de las estrellas.
"Creo que nunca lo había pensado. Pero ahora que lo mencionas, sí, creo que tiene sentido", respondió Gabriel, su voz suave, casi un susurro. "A veces, solo necesitas un instante para dar vuelta a todo."
Asentí, sonriendo para mí misma. Todo había cambiado en un suspiro, y de alguna manera, eso me daba paz. No importaba lo que sucediera después. Sabía que, de alguna forma, nos habíamos encontrado en el momento perfecto. No había nada más que hacer, solo vivir.
"Creo que esto es real", murmuró Gabriel, como si leyera mis pensamientos. "Y tal vez no necesitemos saber más, porque, tal vez, lo único que tenemos que hacer es vivir este momento, aquí y ahora."
Lo miré a los ojos, y sentí que sus palabras eran un reflejo de mis propios pensamientos. No necesitábamos más respuestas. Estábamos bajo el mismo cielo, en la misma noche, con las mismas estrellas que ahora brillaban para nosotros. Y eso era suficiente.
Final: Felices para siempre
Pasaron los meses, y el pueblo siguió su curso. La lluvia, que alguna vez había sido el escenario de un primer beso, se convirtió en un recuerdo común, como esos momentos simples que tienen el poder de definir una vida entera. Gabriel y yo seguimos caminando juntos, compartiendo silencios y risas, abrazos bajo cielos grises y amaneceres dorados. No hubo promesas grandiosas, ni juramentos eternos. Lo nuestro creció de una manera tan natural que nunca necesitamos pedirle nada al futuro.
Al final, nos dimos cuenta de que no había necesidad de definir nuestro amor, porque, de alguna manera, había sido definido desde el principio. Como la lluvia que cae sin cesar, como las estrellas que siempre han estado ahí, nosotros también habíamos sido siempre, solo que finalmente nos habíamos encontrado. Y en ese encuentro, en ese primer beso bajo la lluvia, supimos que el "siempre" no era un concepto lejano, sino algo tangible, presente en cada instante compartido.
El futuro llegó de la misma manera en que llegó ese beso: sin avisar, sin previo aviso, pero con una certeza que nos envolvía por completo. Vivimos, amamos, crecimos, y seguimos bajo el mismo cielo, juntos, con la promesa tácita de que no importa lo que pase, siempre encontraríamos el camino de regreso el uno al otro.
Y así fue. Porque a veces, el destino no necesita ser grande ni espectacular. Solo necesita ser genuino. Y nosotros, bajo las estrellas, entendimos que eso era todo lo que necesitábamos. Un comienzo bajo la lluvia, un siempre que no necesitaba ser dicho, pero que se sentía en cada respiro compartido.
Felices para siempre, sí. Pero, sobre todo, felices aquí y ahora. Juntos.
El Latido del Tiempo
El sol se había escondido tras las montañas, y el cielo comenzaba a oscurecerse, tiñéndose de un azul profundo que me envolvía como una manta. Caminábamos nuevamente, Gabriel y yo, pero esta vez no había lluvia. Solo la quietud de la tarde que, poco a poco, se desvanecía en la noche. Había algo especial en esa calma, una sensación de que el mundo había reducido su ritmo para nosotros, como si, en algún rincón del universo, el tiempo se hubiera detenido solo para darnos un momento de quietud.
No lo decía en voz alta, pero sentía que algo había cambiado. No en lo que veíamos ni en lo que tocábamos, sino en lo que sentíamos. Había una profundidad nueva en lo que compartíamos, algo que no podíamos describir, pero que estaba en el aire que respirábamos, en la forma en que nos mirábamos sin necesidad de palabras.
"¿Alguna vez has sentido que algo tan pequeño como un instante puede definirlo todo?" preguntó Gabriel, sus ojos fijos en las estrellas que comenzaban a asomarse. Su tono era suave, casi como si estuviera probando sus propias palabras.
Asentí sin dudarlo, porque lo sabía. La lluvia había sido nuestro primer beso, sí, pero el primer beso era solo una chispa. Lo que importaba era todo lo que vino después: los días sin prisa, las noches compartidas, las conversaciones que se alargaban hasta la madrugada sin que notáramos el paso del tiempo. Como si cada uno de esos momentos, por pequeños que fueran, fuera una pieza fundamental en una historia que aún estábamos escribiendo.