Susurros del Pasado

Capítulo 2 - La Anomalía

No debería haber ido.
Pero fui.

La dirección escrita en la hoja me llevó a un edificio olvidado en la zona industrial. Ventanas rotas, grafitis que parecían más advertencias que arte, y un portón oxidado que se abrió con un chirrido demasiado fuerte para mi gusto.

El número de acceso estaba marcado en la hoja: 3147.
Lo marqué en el teclado del panel, esperando que fuera una trampa.
El portón se desbloqueó.

Dentro olía a humedad y a polvo. Pasillos largos, tuberías que goteaban, puertas metálicas con candados arrancados. El silencio era tan denso que cada paso parecía una intrusión.

Avancé.

Mi respiración estaba descompasada. Sentía la presencia de algo más, como si el aire cargara memorias que no me pertenecían.

Llegué a una sala enorme, apenas iluminada por pantallas que parpadeaban. No había muebles, solo terminales antiguas y un proyector apagado en el centro. Sobre una mesa de metal, un solo objeto: una caja negra, con un símbolo grabado. Un círculo dividido en cuatro fragmentos.

La palabra “ANOMALÍA” estaba escrita en cinta adhesiva.

Me acerqué.
Mi reflejo en la superficie brillaba como si fuera otro.
Estiré la mano.

—No la toques.

La voz vino desde atrás. Era el hombre del café. No había ruido de pasos, como si hubiera estado esperándome todo el tiempo.

—¿Qué es esto? —le pregunté.

—Un registro. Algo que sobrevivió a la limpieza.

—¿De qué?

—De vos. —Me miró con firmeza—. De lo que eras antes de olvidar.

Tragué saliva. Sentí que mi cuerpo retrocedía solo.

—No te entiendo.

—Lo harás. Pero tenés que decidir: abrirlo… o salir de aquí como si nada.

—¿Y si lo abro?

Él sonrió apenas.

—Entonces ya no habrá vuelta atrás.

No respondí. No podía. Mis dedos rozaron la caja, y al contacto, un pulso eléctrico recorrió mi piel. Imágenes fugaces me atravesaron: luces rojas, sirenas, gente corriendo, mi propia voz gritando nombres que ahora no recuerdo. Y una frase, clara, como si alguien me la hubiera susurrado al oído:

"Vos eras la llave."

Me alejé de golpe, con el corazón explotando en el pecho.

—¿Qué me hicieron? —pregunté.

El hombre bajó la mirada.

—Eso lo tendrás que recordar vos. Nadie puede dártelo.

Iba a responder cuando un sonido metálico retumbó en el pasillo. Pasos firmes. No eran de él ni míos.

Alguien más había entrado.

El hombre se tensó.

—Nos encontraron.

Las luces de las pantallas se apagaron de golpe.
Oscuridad total.
Y yo, con la caja en las manos.




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