Susurros del Pasado

Capítulo 10 – La herida del tiempo

El hospital se alzaba frente a nosotros como un esqueleto olvidado. Sus muros estaban cubiertos de grietas y moho, las ventanas rotas parecían ojos vacíos que observaban desde la penumbra. No había duda: aquí había nacido el Proyecto Géminis. Aquí había comenzado mi herida.

Adriel empujó la puerta oxidada, y el chirrido se extendió como un lamento. El aire olía a humedad y polvo, pero también había algo más… una vibración en el pecho, como un murmullo que no venía de afuera, sino de adentro.

—¿Lo sientes? —pregunté en voz baja.

Él asintió.
—Sí. Como si el lugar respirara.

Avanzamos por un pasillo desierto, iluminados apenas por la linterna de su teléfono. A cada paso, la vibración se intensificaba, hasta que el suelo bajo mis pies comenzó a temblar suavemente, no en el mundo físico, sino dentro de mí. Y entonces ocurrió.

Las paredes susurraron mi nombre.

"Nyra…"

Me detuve en seco, llevándome la mano al corazón. Adriel giró hacia mí, y vi en sus ojos que lo había escuchado también.

—Esto no es solo un recuerdo atrapado —dijo, con voz grave—. Es un eco vivo. Elara está aquí.

Un destello blanco cruzó mi visión. De pronto, ya no estaba en el hospital ruinoso, sino en un pasillo impecable, brillante, lleno de luces artificiales. Sentí la mano de alguien en la mía. Miré a la derecha… y allí estaba.

Elara.

No una sombra, no una ilusión. Mi reflejo mellizo, viva, mirándome con esos mismos ojos que yo creía perdidos.

Pero no estaba sola. A su lado, en la penumbra, una figura masculina avanzaba, rodeándola como un eclipse. Sus manos casi rozaban las de ella, y en su mirada ardía una promesa oscura. Elara sonreía, y esa sonrisa no era de miedo… era de entrega.

El dolor me atravesó.
—Elara… —susurré.

Sentí un tirón en el pecho y el mundo cambió otra vez. Estaba de rodillas en el suelo frío del hospital abandonado, respirando con dificultad. Adriel estaba frente a mí, sujetándome de los brazos con fuerza.

—¡Nyra! —Su voz era intensa, casi desesperada—. Yo también lo vi. No eras solo tú.

Me quedé paralizada.
—¿Qué… qué viste?

Él tragó saliva.
—A ella. Y al hombre. Su presencia… era como veneno. Pero Elara no parecía rechazarlo. Lo eligió.

El silencio cayó entre nosotros, pesado como una losa. Yo aún podía sentir el roce de la mano de Elara, el calor de su piel idéntica a la mía, y la certeza de que el lazo entre nosotras no estaba roto.

Adriel bajó la mirada, como si le costara decir lo que pensaba.
—Tu vínculo con ella es real, Nyra. Pero ahora sé que también existe otro vínculo. Entre ella… y nuestro enemigo.

El hospital se estremeció, como si respondiera a sus palabras. Una ráfaga helada recorrió el pasillo y las luces muertas de los tubos fluorescentes parpadearon una sola vez, iluminándonos en destellos.

Adriel se acercó más, su mano aún sosteniendo la mía.
—No estamos solos en esto. Tú y yo… estamos conectados. Lo que viste, yo también lo vi. Y lo que venga, tendremos que enfrentarlo juntos.

La fuerza de su voz se mezcló con la vibración en mi pecho. Por un instante, sentí que el lazo entre nosotros ardía como una llama invisible. Un lazo que no era elección nuestra, sino destino.

Y mientras el eco del hospital seguía susurrando mi nombre, supe que lo que había comenzado aquí no había terminado. No aún.




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