Susurros del Pasado

Capítulo 12 – La calma que arde

La noche había caído por completo cuando escapamos del hospital. La lluvia fina borraba las huellas de nuestros pasos, pero no el temblor que me recorría por dentro. A cada latido, el vínculo con Adriel seguía vibrando, una cuerda invisible que no podía ignorar.

Nos refugiamos en una vieja estación de tren abandonada. El sonido de las gotas cayendo sobre el techo metálico era el único ruido entre nosotros. Adriel encendió una pequeña fogata improvisada en un barril oxidado, y el resplandor naranja dibujó sombras en su rostro.

—Podrían rastrearnos otra vez —dijo sin mirarme, limpiando la hoja del cuchillo—. Pero por ahora estamos a salvo.

—Eso dijiste la última vez —respondí, sentándome frente a él. Mi voz salió más dura de lo que pretendía.

Él soltó una risa breve, sin humor.
—Tienes razón. Supongo que ya no existe tal cosa como estar a salvo.

Nos quedamos en silencio. Solo el fuego crepitaba. Lo observé por un momento, notando el cansancio en sus ojos, la sangre seca en su antebrazo, la respiración pesada. Adriel era peligro y refugio al mismo tiempo.

—Cuando peleábamos —dije, apenas un susurro—, sentí lo que tú sentías. Tu miedo, tu furia… incluso tu calma.

Él levantó la mirada. En el brillo del fuego, sus pupilas parecían doradas.
—Yo también te sentí, Nyra. Es como si nuestros corazones latieran en el mismo ritmo. Como si no hubiera límites entre tú y yo.

Mi respiración se cortó. Quise apartar la vista, pero no pude. Algo en esa conexión me atraía con una fuerza que desafiaba toda lógica.

—¿Y si esto… nos destruye? —pregunté.

Adriel dio un paso hacia mí, tan lento que el aire pareció espesarse entre nosotros.
—¿Y si es lo único que puede salvarnos?

Sus palabras se quedaron suspendidas, flotando entre el fuego y la lluvia. Por un instante, pensé que iba a besarme. Lo sentí tan cerca que la energía del vínculo ardió en mi pecho como una chispa viva. Pero antes de que pudiera moverme… todo cambió.

Un silbido agudo cortó el aire.

Adriel reaccionó primero, empujándome al suelo justo cuando algo estalló contra el muro de ladrillo, destrozando la ventana. Un proyectil de energía oscura, aún humeante, se clavó en la pared.

—¡Nos rastrearon otra vez! —gritó.

La fogata se apagó con un golpe de viento helado. El mundo se volvió azul, brillante, distorsionado. Desde la oscuridad del andén surgieron figuras encapuchadas, envueltas en la misma energía negra del cazador.

—Están usando portales —jadeó Adriel, poniéndose de pie.

Yo sentí el poder recorrerme de nuevo. La luz azul volvió a mis manos, esta vez más intensa.
—Entonces no pienso huir otra vez.

Las sombras se lanzaron hacia nosotros. Adriel me miró una vez más, y en ese segundo lo comprendimos sin palabras: el vínculo estaba despierto del todo.

Él atacó con velocidad letal, yo con luz y energía, y juntos nos movimos como un solo cuerpo, un solo impulso. Cada golpe suyo se volvía el mío, cada destello mío lo guiaba a él.

El aire tembló. Las sombras gritaron. Y entre el caos, por primera vez, entendí algo: nuestro poder no era un error del Proyecto Géminis. Era el verdadero propósito.




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