Pasamos la noche en la casa de Liora.
No recuerdo la última vez que dormí bajo un techo sin pensar que me seguirían. Aun así, el sueño fue inquieto. Cada vez que cerraba los ojos veía luces blancas, agujas, voces murmurando mi nombre.
Y entre esos recuerdos, una figura: Elara.
—Te estás moviendo demasiado —susurró Adriel desde el catre junto al mío.
Abrí los ojos. La luz tenue del amanecer se filtraba por una rendija. Él estaba despierto, observándome, con esa mezcla de preocupación y algo que no quería nombrar.
—Soñé con ella otra vez —dije.
—¿Con tu hermana?
Asentí.
—Pero no era un recuerdo. Fue… como si ella tratara de hablarme. De advertirme.
Adriel se incorporó y frotó el vendaje de su hombro.
—Desde que el vínculo se abrió, los sueños no son solo tuyos. Puede que lo que ves sea una proyección. O un llamado.
—¿De quién?
—De quien los creó. O de quien los controla.
El silencio entre nosotros pesó como una tormenta contenida. Y entonces él me miró, más cerca de lo que esperaba.
—Nyra, si alguna vez perdemos el control, prométeme algo.
—¿Qué?
—Que me detendrás. Aunque tengas que destruirme.
Mi garganta se cerró.
—No digas eso.
Él tomó mi mano, el contacto ardiente, como un hilo de fuego recorriendo nuestras venas.
—Lo digo porque lo siento. Porque si lo que Liora dijo es cierto, lo que me ocurra a mí puede pasarte a ti. Y no pienso arrastrarte conmigo.
—No pienso dejarte —respondí sin pensar.
Su mirada se suavizó, y por un momento, el mundo pareció detenerse.
Hasta que un ruido metálico rompió la calma.
Liora estaba en el umbral, observándonos.
—Disculpen la interrupción —dijo con voz seca—. Pero si van a marcharse, háganlo antes del mediodía. Los drones del Consejo barren esta zona cada seis horas.
Adriel se levantó sin mirarla.
—Sabías que vendrían, ¿no?
Liora alzó una ceja.
—Nada pasa desapercibido por mucho tiempo.
No me gustaba cómo sonaba eso. Había algo en su tono, una especie de conocimiento no compartido.
—¿Por qué ayudarnos realmente? —pregunté.
Liora me sostuvo la mirada.
—Porque ustedes son la única pieza que puede destruir lo que ayudé a construir. Pero no se equivoquen, Nyra… no hay salvación sin pérdida.
Sus palabras quedaron flotando, frías, como un presagio.
Empaquetamos lo poco que teníamos. Afuera, el aire era denso, casi eléctrico. Cada paso hacia el bosque se sentía como avanzar hacia algo que no tenía nombre.
Adriel iba delante, vigilante. Yo lo seguía, intentando no mirar atrás. Pero al hacerlo, vi a Liora en la puerta, inmóvil, observándonos marchar.
Por un instante, juré ver un destello en sus ojos —como si una sombra la recorriera.
Caminamos hasta que el sol empezó a caer.
Entonces Adriel se detuvo, tocando el suelo con la palma.
—Hay rastros de energía —dijo—. Alguien estuvo aquí antes.
—¿Los del Consejo?
Negó con la cabeza.
—No. Esto es distinto. Más antiguo.
Un sonido retumbó entre los árboles. Un zumbido grave, mecánico.
De pronto, el suelo tembló y un haz de luz atravesó el aire, impactando a pocos metros de nosotros.
—¡Al suelo! —gritó Adriel.
Rodé entre las hojas justo cuando una figura emergió de entre la niebla.
Alta, vestida con una armadura negra y un símbolo en el pecho: un círculo roto.
—Nyra del Proyecto Géminis —dijo una voz distorsionada—. En nombre del Consejo, estás bajo custodia.
Adriel se interpuso.
—Tendrán que matarme primero.
El aire crepitó. Y antes de que pudiera reaccionar, el vínculo volvió a encenderse entre nosotros, esta vez más fuerte que nunca.
Vi a través de sus ojos, sentí su furia, su miedo.
Y algo más.
Una sombra familiar, observándonos desde lejos.
Elara.