El aire olía a metal y memoria.
Frente a nosotros, las puertas del Archivo Central se abrieron con un gemido que no parecía mecánico, sino vivo.
Cada panel reflejaba fragmentos de mi rostro: una Nyra diferente en cada superficie. Algunas sonreían, otras gritaban, y una… me observaba con una tristeza que dolía.
Adriel me tomó la mano, su tacto tembloroso.
—No te sueltes, pase lo que pase.
Cruzamos.
El interior era un océano de luz suspendida. Miles de esferas flotaban a nuestro alrededor, cada una conteniendo escenas, voces, recuerdos. Era como caminar dentro de una mente hecha de cristal.
Y entonces escuché la primera voz.
“Sujeto Nyra-02, conexión estable. Replicación exitosa.”
Mi respiración se quebró.
—¿Sujeto... dos?
Las esferas comenzaron a reorganizarse, formando una figura humana.
Era Elara.
O lo que quedaba de ella.
Su silueta brillaba, translúcida, y su voz era suave, pero cargada de siglos.
—No debiste venir, Nyra.
—Hermana…
—No soy tu hermana —dijo con un tono que me heló la sangre—. Fui tu espejo. Tu reemplazo si fallabas.
Las luces del Archivo se intensificaron, revelando proyecciones del pasado: laboratorios, cables, cuerpos sumergidos en tanques.
Y allí estaba Adriel, mucho antes de conocerme, con el símbolo del Proyecto marcado en su piel.
—Ellos… nos crearon —susurré.
Elara dio un paso adelante.
—Nos diseñaron para mantener el equilibrio entre el caos y la memoria. Pero tú… tú rompiste el patrón.
—¿Qué patrón?
Elara extendió su mano. Una corriente azul la recorrió.
—El Proyecto buscaba fusionar el alma humana con la energía del tiempo. Pero tú desarrollaste algo que no debías: voluntad propia.
Las luces del Archivo comenzaron a temblar. Los cristales vibraban al ritmo de nuestros corazones.
De pronto, una sombra emergió detrás de las esferas.
Una figura envuelta en cables, con ojos que ardían como fuego líquido.
—Bienvenida a casa, Nyra. —La voz era profunda, metálica, pero familiar.
Era Dr. Karel, el arquitecto del Proyecto.
Aquel que había desaparecido antes de todo.
—Tú… estabas muerto.
—La muerte es un lujo para los que no entienden el propósito —respondió, avanzando hacia nosotros—. Tú eres mi mayor creación, Nyra. Eres la única que pudo romper el ciclo.
Adriel se interpuso.
—No la toques.
Karel sonrió con una calma insoportable.
—Ah, Adriel. Mi guardián defectuoso. No fuiste creado para amarla. Fuiste creado para vigilarla.
El suelo se partió. De las grietas emergieron proyecciones de recuerdos, escenas de Adriel observándome desde las sombras antes de que yo supiera su nombre.
Mis ojos se llenaron de lágrimas.
—¿Es cierto?
Adriel bajó la mirada.
—Al principio… sí. Me enviaron para controlarte. Pero te elegí.
El Archivo se encendió con un rugido.
Las esferas explotaron, liberando fragmentos de tiempo: días, rostros, gritos. Todo giraba.
Yo sentí el poder latir dentro de mí, como un corazón desbordando siglos.
—No soy tu experimento. —Mis palabras resonaron en el aire, cada sílaba vibrando como un trueno.
—Soy la consecuencia que no pudiste controlar.
Extendí mis manos, y las luces del Archivo respondieron.
Cada recuerdo, cada fragmento roto se unió a mí.
Adriel se unió a mi lado, su energía fundiéndose con la mía.
Elara observó, su rostro entre el asombro y la tristeza.
—Si haces esto, destruirás todo lo que somos.
—No —le dije, mirándola a los ojos—. Lo reconstruiré. Pero esta vez… con libertad.
El grito de Karel llenó el aire.
El Archivo comenzó a colapsar, y la luz nos envolvió a los tres.
Por un instante, lo vi todo: el origen, el fin, y el rostro de mi melliza sonriendo, por primera vez sin miedo.
Y luego… silencio.