El viento soplaba con un tono metálico, como si el aire llevara circuitos invisibles.
En el horizonte, una torre de cristal se alzaba, medio destruida: el núcleo del Archivo.
Allí dentro, algo seguía vivo.
Avancé entre ruinas suspendidas, y al llegar, lo escuché: una voz tenue, cargada de nostalgia.
—¿Nyra?
Giré.
Era Elara.
Pero no su cuerpo. Su figura era de luz, delineada como un holograma sostenido por voluntad pura.
—Elara… estás viva.
—No del todo. Estoy atrapada en el sistema. El Archivo me absorbió cuando intenté salvarte.
Me acerqué, las lágrimas quemándome los ojos.
—Voy a sacarte de aquí.
Ella sonrió, triste.
—No puedes. Si destruyes el núcleo, me borrarás con él. Pero si lo dejas activo, Karel puede volver.
Su voz se quebró.
—Tienes que elegir, hermana. O destruyes lo que queda de mí, o el mundo volverá a ser una jaula.
No pude responder.
Y en ese instante, una sombra emergió de la torre.
Adriel.
Su cuerpo estaba cubierto de filamentos de luz, sus ojos centelleaban como si el cielo viviera dentro de ellos.
—Nyra —dijo con una calma sobrenatural—, el Archivo me absorbió… pero pude resistirlo.
Elara lo observó, sorprendida.
—Él… es parte del sistema ahora.
Adriel me miró.
—Podemos usar esa conexión. Si tú me transfieres tu energía, puedo reescribir el núcleo.
—¿Y qué pasa contigo?
—No sobreviviré. Pero tú y Elara sí.
Las lágrimas me cegaron.
—No me pidas eso.
Elara bajó la mirada.
—Tal vez esta vez el sacrificio no sea una pérdida… sino una forma de liberarnos.
El silencio se volvió insoportable.
Entonces Adriel sonrió, esa sonrisa que siempre calmaba el caos.
—Déjame hacer esto, Nyra. Por ti. Por nosotros.