Susurros del Rubí

Capítulo 4: Angustia

Capítulo 4: Angustia

Alex

Las cosas han sido un caos desde que mi hermana desapareció. Nadie ha podido dar con ella. Ni siquiera las brujas. Sabemos dónde está, pero Kele tiene totalmente prohibido entrar al territorio de los vampiros. He tratado de convencerlo de que iré yo en su lugar, pero su respuesta ha sido clara: sin él, no puedo ir a ningún lado.

He intentado escaparme más veces de las que recuerdo, pero en cada intento me atrapan. Es como si tuviera un maldito rastreador encima. Estoy tan enojada… furiosa. Tengo tantas ganas de arrancarle la cabeza con mis propias manos, pero sé que si lo hago… lastimaría a Esmeralda. Todo ha sido tan extraño. Ni siquiera Kele puede sentirla, a pesar de que ambos se mordieron. Lo único que asegura es que no está muerta. Pero he empezado a dudar incluso de eso, porque anoche, cuando le volví a preguntar, no vi seguridad en sus ojos.

Lo otro que me tiene fuera de mis casillas es que Amina me prohibió acercarme a Laila. Tiene miedo de que la asesine como hice con Aziza. Y qué maldito gusto fue arrebatarle la vida a esa perra. Lástima que no pude torturarla antes… se merecía un camino lleno de sufrimiento. Pero al menos tuve la dicha de matarla.

Las brujas tampoco han podido hacer mucho. Todavía se preguntan por qué Yumna las traicionó. Ninguna tiene respuestas. Yo tampoco lo entiendo. ¿Por qué desaparecer a Esme y no matarla? Siempre pensé que el plan de Aziza era eliminarla del camino.

¡Carajo! Si tan solo pudiera contactarme con Laila… Ella tiene que saber qué está pasando realmente con Esme y los planes de su madre y su hermana. Para colmo, otra que podía decirme algo era Cassie… pero está muerta.

Me siento tan perdida y frustrada.

Comienzo a sentir cómo varias gotas de lluvia tocan mi cuerpo. Un trueno resuena, iluminando la tarde gris que acompaña mi dolor. Luego, la lluvia cae con más fuerza. No me importa. Me quedo sentada en la grama, con las piernas cruzadas y las manos tapándome los ojos. Pensé que eso me ayudaría a pensar mejor… pero fue todo lo contrario. Más preguntas inundaban mi mente, y el agobio en mi pecho se volvía más asfixiante.

Han pasado seis meses.

—¿Dónde estás, Esme? ¿Por qué no me has buscado?

Escucho pasos acercarse. Por el olor, sé que es Kele. Ese maldito imbécil.

—¿Qué quieres, imbécil? ¿Disculparte por no dejarme ir a buscarla? ¿Y si está muerta, Kele?

Mis gritos rebotaron por toda la manda. El olor de la lluvia mojando la tierra no podía apagar el incendio en mi pecho. Estoy cansada de seguir perdiendo el tiempo, solo por el capricho de este idiota.

—¡No digas eso! —rugió Kele, sujetándome del brazo con tanta fuerza que me dolió—. ¡No digas que está muerta, porque no lo está!

—¿¡Y tú cómo lo sabes!? ¡No sabes nada! ¡Nadie sabe nada! ¡Ni tú, ni yo, ni ese maldito consejo de inútiles que no han movido un dedo!

Kele bajó la mirada. Sus ojos, usualmente llenos de fuerza, estaban opacos. Rotos. Perdidos.

—Yo la sentiría, Alex… —susurró. Y esa confesión fue como un cuchillo en mi garganta—. Si estuviera muerta, lo sabría. Lo sentiría en lo más hondo.

Y por un momento, quise creerle. Quise dejar que su fe me abrazara y me diera un poco de calma. Pero no podía. No después de tantas noches sin dormir, tantos intentos fallidos, tantas búsquedas sin sentido.

—Entonces deja de prohibirme cosas —le espeté—. Deja de actuar como si yo fuera una niña que no entiende los riesgos. Soy vampiro, Kele. Puedo ir a Rumanía a buscarla. ¡Y tú no podrías interponerte en mi camino!

—¡No puedes ir! —gritó, desesperado—. ¡Si vas allá y descubren lo que eres, lo que estás buscando… estás muerta, Alex!

—¡¿Y qué si lo estoy?! ¡Esme podría estarlo también y a ti te importa más una maldita regla que su vida!

Silencio.

Solo la lluvia.

Kele se giró, dándome la espalda. Estaba temblando. No de frío… de rabia, de impotencia. Yo también lo estaba. Nunca lo había visto así, quebrado, al borde del colapso.

—Hay un tratado —dijo, casi sin voz—. Si se enteran de que un vampiro está detrás de una humana, serás condenada a muerte.

—¡Pero Esmeralda no es humana! Bueno… no del todo.

—Pero ellos quizás no lo saben. Sabes que, a primera impresión, Esme huele como una humana. Si alguien las ve juntas, podría enviarlas a juicio… y Esme moriría de todos modos.

Sus palabras me rompieron el alma. Porque eso no me lo esperaba. Siempre pensé que era porque, como él es un licántropo y vive aquí, eso ponía en peligro a Esme. Pero esto va más allá de lo que alguna vez imaginé.

—Entonces, ¿qué hacemos? ¿Nos quedamos aquí esperando? ¿A que aparezca mágicamente frente a nuestra puerta?

Me acerqué a él y lo empujé con ambas manos, llorando de pura rabia.

—¡Yo no puedo quedarme quieta, Kele! ¡Yo no funciono así! ¡Tú eras su alma gemela y yo su familia! ¡La necesito! ¡Le prometí a Conrad que la cuidaría!

Y en un gesto torpe, desesperado, él me abrazó. Yo luché por soltarme. Lo golpeé. Lo arañé. Grité contra su pecho hasta que mi garganta ya no dio más.




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