El viaje ha seguido su curso, tal y como lo había planeado. Pero no obtuve los resultados que quería. Ahora mismo nos encontramos en Jordania, justamente en la ciudad perdida de Petra. Rubí está emocionada, extasiada al ver el monumento; no ha parado de sonreír y de darme las gracias. Pero aun así, siento que no comparte aquella felicidad conmigo. Joder, me siento tan extraño. Desde que nos encontramos con Lilith, su comportamiento ha cambiado tanto. Ya no me ve con aquellos ojos que me hacían sentir como su compañero; aquel brillo en sus ojos ha desaparecido, ya su mirada no es la misma. Lo peor es que no he podido resolver esta situación y, para colmo, también estoy luchando con la ira de ver cómo todos los hombres —y algunas mujeres— la observan con fascinación, con deseo, con ganas de acercarse a ella. ¿Y cómo no lo harían? Ella transmite eso.
Rubí transmite una belleza inigualable; el color de su piel y aquellos ojos de bruja harían que cualquiera se arrodillara frente a ella y la idolatrara como la diosa que es. Y su olor... ¡Maldición! Es como la peor droga para los adictos: tan adictivo que no te importaría hacer cualquier cosa solo por saber cómo sabe.
Su cuerpo te invitaba a serle fiel, a servirle por el resto de tus días.
Yo daría todos los años que tengo, toda mi riqueza, por solo poder rendirme ante ella.
Rubí no tiene ni idea de lo que ha hecho conmigo; me ha devuelto la vida.
—Leonardo, esto es tan impresionante —dice sonriendo. El guía le pasa un folleto con la historia del lugar y veo enseguida que ha dejado sus datos anotados en el papel. Sin pensarlo mucho, le arrebato la hoja de las manos a Rubí, causándole confusión, la cual se disipa tan pronto entramos al lugar. Y, sin imaginármelo, ella me toma de la mano llevándome emocionada para ver los rincones del abandonado lugar.
Pero, de pronto, todo el hechizo se disipa al escuchar mi celular sonar. Solo una persona tiene este número, y si está sonando, es porque se trata de problemas, y muy grandes. Suelto la mano de Rubí y me alejo lo suficiente como para que no escuche, pero no tanto como para perderla de vista.
—Señor, sé que está de vacaciones con la señorita Rubí, pero... —dice Abayomi al otro lado de la línea, pero lo interrumpo.
—Habla de una vez, Abayomi —respondo enojado.
—Ha llegado una carta de la joven Lilith, donde dice que tiene que hablar con usted. De no hacerlo, le avisará al consejo sobre su cercanía con la señorita Rubí.
¡Maldición!
—Dile que nos vamos a reunir con ella en siete días en la casa —respondo, para acto seguido colgar la llamada.
Rubí
(Esmeralda)
El desierto era un mar dorado bajo el sol de Jordania. Un viento tibio movía la arena y me azotaba el rostro, pero el verdadero huracán era interno. Caminaba delante de Leonardo, con pasos firmes, enterrando mis zapatillas en la duna sin voltear a verlo.
No podía.
No quería.
Desde que lo vi hablando con Lilith aquel día en Brasil —tan cerca, tan llenos de odio, como si compartieran un amor viejo entre ambos— algo dentro de mí se rompió. No había explicaciones ni excusas. Solo imágenes que se repetían en mi mente una y otra vez como un castigo. He tratado de comportarme indiferente con él, como si nada me afectara, pero… la manera en que se comporta conmigo, como si estuviera enamorado de mí, hace que quiera rendirme ante él y dejarme amar. ¿Pero y si aún siente algo por Lilith? Lo peor fue su reacción de hace un rato: su actitud cambió tan pronto sonó ese celular. Y al ver su expresión, sé que aquella conversación se trata de ella.
—Rubí... —su voz sonó rasposa detrás de mí.
Ignorarlo fue como apuñalarme a mí misma, pero seguí avanzando.
La sombra de una carpa beduina se alzaba a lo lejos. Me dirigí hacia allí sin esperarlo, como si pudiera dejarlo atrás de la misma forma que intentaba arrancarme el dolor que me causaba.
—Rubí, detente, por favor —insistió.
No lo hice. Solo apreté los labios, mordiendo el enojo que burbujeaba como veneno en mi pecho. En un par de zancadas, Leonardo me alcanzó. Me sujetó del brazo con una firmeza que me obligó a girar para enfrentar su mirada. Esos ojos que alguna vez me dieron refugio ahora solo me incendiaban de rabia.
—¿Vas a seguir fingiendo que no me ves? —preguntó, con una mezcla peligrosa de ira y desesperación.
Me zafé de su mano con un tirón.
—¿Y tú vas a seguir actuando como si no hubiera pasado nada? —le solté, fría como el mármol—. Dime, ¿qué hubo entre tú y Lilith?
Él retrocedió un paso, como si mis palabras fueran un golpe.
—No pasó nada, Rubí. No como tú crees —su voz bajó, casi en un susurro.
—No como yo creo... —repetí amargamente, cruzándome de brazos—. ¿Entonces fue mi imaginación?
Leonardo apretó los puños a los costados y su mandíbula se tensó hasta marcarse bajo la piel bronceada.
—Lilith fue mi esposa por más de cien años.
Un silencio brutal cayó entre los dos. Solo el silbido del viento nos envolvía, arrastrando granos de arena como testigos de nuestra ruina silenciosa. Vi cómo él se acercaba un paso, con una súplica muda en su mirada. Quise retroceder, pero mi cuerpo no obedeció. Me siento tan estúpida... ¿cien años? ¿Cómo es posible olvidar a una persona con quien compartiste tanto tiempo?