Susurros del Rubí

Capítulo 9: Alianzas peligrosas

Aleksei se inclinó hacia mí, su aliento mezclando el aroma amargo del tabaco con el dulzor tenue de la bebida.

—No deberías buscar sola. Aquí, la gente desaparece… y nadie hace preguntas.

Su voz era grave, baja, como si cada palabra pesara demasiado. Sentí un leve escalofrío, no por el frío, sino porque sabía que no hablaba en metáforas. Nunca en mi vida habia tratado con otros vampiros y el terror que se manifestaba aquí era mucho peor que poner tus manos cerca de fuego. Cualquier ser humando que estuviera aquí hubiera muerto del miedo. Pero no yo tenia miedo, deje de tenerlo cuando mate a la persona que me hizo vivir en el mismo infierno. Y ahora tengo un proposito que me ayuda a mantener mi firmeza, y ese proposito es encontrar a mi hermana.

—Yo sí hago preguntas —respondí, tajante.

Aleksei ladeó la cabeza, estudiándome como quien mide el filo de un cuchillo antes de usarlo.

—Entonces vas a necesitar un guía. Y yo necesito algo con que entretenerme.

La puerta se abrió de golpe, dejando entrar un soplo de aire helado que apagó algunas velas. Un hombre entró, cubierto de nieve, con la ropa manchada y una cicatriz fresca en el cuello. El olor a sangre seca me golpeó antes de que sus ojos me encontraran. Pupilas dilatadas. Sonrisa demasiado lenta. Instinto de depredador.

Aleksei no lo miró, pero vi cómo su mano enguantada se cerraba sobre algo oculto en el bolsillo de su abrigo.

—Dime, Alexandra… —dijo, sin apartar la vista de mí—. ¿Quieres seguir viva esta noche?

El corazón me dio un vuelco. Sentí mis colmillos rozar apenas el borde de mis labios, como si mi cuerpo decidiera prepararse antes que mi mente. El hombre con la cicatriz no dejó de mirarme mientras se acercaba. La taberna entera pareció contener el aliento. Podía escuchar el crujido de la nieve derritiéndose en sus botas, el latido irregular de su corazón… y algo más, un eco seco y hueco que no pertenecía a ningún humano.

—Te estaba buscando —dijo, su voz rasposa, como si la hubiera usado para gritar durante horas.

No respondí. Dejé la taza en la barra con un golpe seco y mis dedos se deslizaron hacia la daga escondida en mi bota. Aleksei, sin mirarme, murmuró apenas:

—No lo mates… todavía.

El desconocido dio el último paso, quedando tan cerca que pude oler la mezcla de hierro y podredumbre en su aliento.

—Eres la que busca a la Nefyra —susurró, como si la palabra misma pudiera invocar algo. No se que diablos es una Nefyra pero estoy completamente segura de que se trata de mi Esmeralda. La sangre me hirvió. Mi mano se movió antes de que pensara: daga al cuello, giro de muñeca, presión justa para cortar piel. El murmullo en la taberna estalló en un caos de sillas cayendo y gente alejándose. Cada uno de ellos poniendose en varios rincones, al dar una vista rapida note que todos tenian sus colmillos fuera, listos para atacar. Aleksei se levantó despacio, como un depredador aburrido que finalmente decide unirse a la cacería.

—¿Quién te envió? —preguntó, sin subir la voz.

El hombre intentó sonreír, pero la mueca se torció en un espasmo.

—Todos sabemos dónde está… —gorgoteó, y en un movimiento seco, se clavó algo metálico en el pecho.

La sangre oscura empezó a manchar el piso. Lo sujeté para que no cayera del todo, pero sus ojos ya se estaban nublando. Antes de morir, susurró:

—Bosque de Poiana… bajo la luna rota.

Lo dejé caer. Aleksei ya estaba abriendo la puerta.

—Si vas, no vuelves —me advirtió, como si eso fuera suficiente para detenerme.

—Entonces vamos —respondí, guardando la daga.

La nieve nos recibió con un silencio absoluto, roto solo por el sonido de nuestros pasos alejándose de la luz de la taberna. Y mientras caminábamos, supe que, por primera vez en meses, estaba a un paso de Esmeralda… o de mi propia muerte.

~*~

La nieve crujía bajo nuestros pasos mientras la luna rota —una media luna deformada por nubes negras— nos vigilaba desde lo alto. No había sonido de animales, ni viento… solo un silencio que parecía esperar algo.

Aleksei iba adelante, la silueta alta y oscura, guiando con una seguridad inquietante. El hombre es la criatura más hermosa que he visto en mi vida, piel palida como la nieve unos labios gruesos de un perfecto color cereza. Naris respingada y el cabello sedoso como la noche oscura sin indicios de un rayo de luz. De pronto tuve el deseo de tocarlo y perderme en el.

—Poiana no es un lugar —dijo de pronto—. Es una advertencia.

—No vine aquí para temerle a advertencias —respondí, aunque sentí cómo los árboles se cerraban a nuestro alrededor, formando pasillos naturales que nos empujaban hacia un mismo destino.En un claro, la nieve estaba manchada de un rojo antiguo. Aleksei se detuvo y, sin volverse, habló con voz baja:

—Si ella sigue viva… no es por misericordia.

—¿Quién la tiene? —pregunté, mis colmillos tensos bajo la lengua.

Él alzó la vista a la luna rota, como si buscara permiso para decirlo.

—El Príncipe Triste.




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