—¡No es fácil! Sé que no es la mejor conversación, pero si no es contigo, ¿con quién más puedo hablar? No tengo a nadie más.
°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°
—¡Está bien! ¡Está bien! Pero que sea la última vez, ¿okey? —advirtió Mónica mientras resoplaba y se sentaba de nuevo al lado de Ben.
—Grácias.
—Solo cállate.
Se mantuvieron en un silencio que podría parecer incómodo para otros, pero resultaba habitual para ellos, durante unos segundos, sentados frente a la reja de la escuela. El sonido de los automóviles, el viento y las conversaciones de los demás estudiantes resonaban con notable claridad, hasta que ella interrumpió aquella calma con una pregunta:
—¿Entonces?
—Dijiste que me callara.
—¿Es en serio?, eres un idiota, jajaja.
Ben suspiró y dirigió una mirada a Cristopher por el rabillo del ojo.
—¿Acaso ese chico se cree mejor que nosotros? —cuestiono con calma, aunque al reflexionar sobre esto, una molestia comenzó a invadir su mente. La rabia burbujeaba en su interior, pero también sintió un dolor agudo en el pecho, como si, muy en el fondo, no creyera del todo las palabras que había pronunciado.
—Ya lo sospechaba, pero de verdad es una maldito.
Su mente se inundó con el recuerdo del momento en que lo conoció y de aquellos instantes en los que notó la hostilidad en la mirada y los gestos de aquel chico.
—Dices que no estás interesado, pero aquí estamos otra vez.
—Aunque fui yo quien te dio alas
—respondió ella, respirando con dificultad y soltando una suave bocanada de aire, mientras una sonrisa traviesa aparecía en su rostro.
Mónica se mostraba complacida; sabía que enojarse era inútil, pero en el fondo disfrutaba ver a su amigo molesto. Sin embargo, su expresión también respondía a otra razón: estaba feliz de verlo interesado en otra persona.
«No es el mejor interés, pero algo es algo».
—Te estoy haciendo una pregunta seria, Mónica, así que, por favor, responde con sinceridad.
Su semblante había cambiado; en sus ojos se percibía una leve duda, pero se esforzaba por convencerse de que confiaba plenamente en lo que decía, de que no había manera de que se equivocara y de que, incluso si lo hacía, no cambiaría de parecer, a pesar de que la incertidumbre carcomía su interior.
—Está bien —respondió, sentándose con la espalda recta.
Una vez acomodada en su lugar, manifestó su desacuerdo con esa afirmación: —Dudo que se crea mejor que nosotros. —Mónica colocó su mano sobre la espalda de él, intentando apaciguar la tempestad que se había desatado en Ben.
Él, intrigado por su respuesta, inquirió con cierto desdén:
—¿Qué quieres decir con eso? —Su forma de hablar denotaba un desafío, como si intentara y necesitara desmantelar la lógica de su argumento para poder vivir en paz con su mente.
Mónica se puso de pie, tomó a Ben del brazo con firmeza y se posicionó detrás de él, dándole un empujón suave pero decidido, mientras le dirigía una mirada intensa.
—Si realmente quieres saberlo, ¿por qué no se lo preguntas a él? Estoy segura de que así ya no tendrás dudas.
La voz de Mónica era firme, aunque en ella se percibía un matiz de esperanza. La única razón que la impulsaba a actuar de esa manera era su deseo de ayudar a su amigo.
Volviéndose hacia ella, la tomó de los hombros, mostrando su descontento con intensidad. —¿¡Ah!? ¿Por qué debería hablar con ese tipo? ¡Eso sí que nunca! —replicó, con la frustración reflejada en su rostro; sus ojos resplandecían con un rechazo decidido y una firme determinación de no involucrarse con ese chico.
—Quizás tengo curiosidad, pero mi orgullo... ¡Mi orgullo me lo impide!. Prefiero morir sin saberlo que tener que hablar con él —agregó, apretando los dientes.
Mónica mantuvo sus ojos en él durante unos segundos y luego se dejó caer en cuclillas, soltando una carcajada.
—¡Puaj! Jajaja, ahí está ese terrible orgullo tuyo.
Mónica se reincorporó y, mientras intentaba recuperar el aliento, secó las lágrimas que la risa había provocado.
—Está bien, si no quieres hablar con él, pero si no lo haces, nunca sabrás por qué se comporta así. ¿Estás bien con eso? —preguntó para desencadenar la incertidumbre en él, pues sabía a la perfección que su amigo de la infancia era sumamente curioso.
Ben se acomodó en la banca, dejando escapar un profundo suspiro.
—Quizás sea cierto, pero no hay una buena razón para querer saberlo.
—¿De verdad no la hay?
—Es simple curiosidad, Mónica. Si no puedo averiguarlo, no pasará nada; yo seguiré con mi vida y él con la suya. —Se encogió de hombros, esbozando una leve sonrisa amarga acompañada de una mirada distante.
—Quiero evitar relacionarme con él.
—¿Y ya? Te peleas con él, lo criticas y luego solo finges que no existe.
—Es lo mejor; además, no me hace falta conocerlo. Sé que ya tienes tu análisis listo.
—¿Análisis? —cuestionó, haciéndose la desentendida.
—Solo dime, ¿qué piensas de ese chico? —preguntó, con un tono de genuina curiosidad.
Mónica se acomodó junto a Ben, apoyando sus palmas en la banca de piedra donde estaban.
—A veces me sorprende lo perspicaz que puedes ser —reconoció con una cálida sonrisa.
Él también sonrió y, girando su torso, apoyó su espalda en el brazo de Mónica, dejando caer su cabeza pesadamente sobre el hombro de ella.
—Tenemos muchos años conociéndonos; créeme, te conozco muy bien.
La chica se inclinó ligeramente hacia atrás y juntó su cabeza con la del chico, respondiendo:
—Él parece una persona solitaria; se nota que no se siente cómodo cerca de los demás.
El chico la escuchó atentamente, sin interrumpir ni hacer ningún comentario, siguiendo cada una de sus palabras con gran interés.
—Creo que prefiere mantener sus pensamientos para sí mismo —continuó ella, sin fijar la mirada en un punto específico.
—Da la impresión de que disfruta de estar solo.
Editado: 26.10.2025