Susurros en la noche {bl}

IV: Pelea.

—Sí, soy yo, tu compañero —respondió con un tono sarcástico.

—¿O acaso ya te has olvidado de mí? ¡Ja! No lo creo, eso sería demasiado —

afirmó, sonriendo de manera ladeada y colocando su mano en el hombro del joven.

—Incluso para ti, Cristopher.

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—¿¡Estás demente!? ¿¡No te sube el oxígeno al puto cerebro!? —reprochó Cristopher, de pie frente a él, resoplando de furia.

Ben soltó una risa mientras pasaba su mano por el cabello y bajaba un poco el rostro para observar mejor al chico.

—Es cierto, no me sube el oxígeno al 'puto cerebro', pero por lo menos mi culo no vive pegado al piso —agregó con ironía.

El chico se sintió ofendido y dio un paso atrás para eludir la mirada de Ben. La ira se percibía en su semblante; estaba convencido de que estaba siendo humillado y menospreciado.

—¡Juro que te voy a matar! —exclamó, claramente enfadado.

Ben avanzó unos pasos hasta situarse una vez más frente a Cristopher. Inclinándose ligeramente hacia adelante, colocó su mano sobre el hombro del joven y, manteniendo un tono sarcástico y una voz más aguda, le dijo con un acento burlesco:

—No es necesario que seas tan agresivo, pequeño. ¿Acaso quieres un dulce?

Cristopher apartó la mano de Ben con un movimiento brusco y se limpió el hombro como si se tratara de una infección. Retrocedió lentamente, frunciendo el ceño y con la vena de la frente a punto de estallar.

—¿¡Te atreves a burlarte de mí!? —gruñó, con un tono que recordaba al de un gato furioso, mientras apretaba los puños a la altura de sus muslos y sus orejas se enrojecían de ira.

Ben se desplazó cuatro pasos, sintiéndose debilitado, y cubrió sus labios con ambas manos, tratando de que su risa no saliera a la luz.

—Jajaja, es como un gatito enojado —dijo para sus adentros.

Te burlas de mí y ahora solo te callas. ¿Qué es lo que te pasa? —cuestionó Cristopher sin moverse del lugar donde estaba.

Ben quedó estupefacto ante sus propios pensamientos.

—¡Reacciona de una vez! ¡Tú no eres así! —recapacitó, golpeándose las mejillas con las manos en un intento de volver a sus cabales.

—Oye, ¿estás bien? —preguntó el chico, su rostro aún destellando enojo, aunque era evidente que al mismo tiempo mostraba un leve desconcierto mientras inclinaba suavemente la cabeza hacia la izquierda.

Ben, sin responder a la pregunta, continuó su camino con determinación, acelerando el paso y pasando junto al joven sin desviar la mirada hacia él. El eco de su andar resonaba en las paredes del pasillo desierto, acentuando la voz del chico que se apagaba con el viento.

En cuestión de segundos, alcanzó una intersección y se evaporó como agua en el fuego, dejando a Cristopher atrás, frustrado y rumiando reproches descontentos, como un niño que hace un berrinche al no conseguir lo que desea.

—¡Eres un maleducado, maldito idiota! —esas fueron las últimas palabras del chico que escuchó Ben antes de salir del pasillo.

—¿Qué estoy haciendo? —gritó mientras corría por los pasillos en dirección al salón.

—¿Por qué demonios escapé de él?

«¿Por qué sigo dándole vueltas a este asunto?»

Ben se detuvo en medio del corredor del 12.º año y tomó un profundo trago de saliva, como cuando era pequeño y su madre lo obligaba a tomarse ese jarabe para la tos tan asqueroso. Nervioso, se le formó un nudo en la boca del estómago. A pesar de no querer, era inevitable que él y Cristopher se volvieran a encontrar.

Decidido a no dejarse afectar más por el chico nuevo, soltó un suspiro y avanzó con pesadez hacia adelante, sin tratar de pensarlo demasiado. Al llegar a la entrada del aula, sus ojos se encontraron con los de Mónica, quien lo saludaba desde su asiento. Ben sintió un gran alivio al no ver a su compañero de asiento por todo el panorama, y optó por acercarse a su amiga para contarle todo lo sucedido. Sin embargo, en ese preciso instante, Cristopher le propinó una patada en la espalda, haciéndolo caer al suelo mientras gritaba con ira.

—¡Eso es por dejarme caer en el pasillo, hijo de perra!

Las rodillas y las manos de Ben se estrellaron contra el suelo, resonando en todo el salón. Mónica, alarmada, se levantó de su asiento de un salto, desplazando su silla y provocando un sonido agudo.

—¡Ben! ¿Te encuentras bien? —exclamó, mientras sus compañeros interrumpieron sus actividades, dirigiendo su atención a la situación de ambos chicos, cuchicheando entre ellos con malicia.

—¡Se volvió loco! —gritó uno de sus compañeros desde el fondo del aula.

Ben se levantó con calma, sacudió su pantalón y ajustó su chaleco. Levantó el pulgar hacia su amiga como señal de que todo estaba bien y, sin pronunciar palabra, movió los labios para comunicarle:

“No te preocupes, esto acabara pronto”

Exhalando, entrelazó sus dedos y los tronó. Luego, se dio la vuelta de manera brusca y sujetó a Cristopher por la chaqueta, empujándolo con fuerza contra la pared de la pizarra. Estaban tan cerca el uno del otro que podían percibir la agitación de sus respiraciones.

—¿¡Estás loco!? ¡Eh! —grito Ben, visiblemente cabreado.

A pesar de la tensión del momento, Cristopher sonrió con una tranquilidad aparente, aunque su expresión revelaba su enfado. Levantó las manos y sujetó a Ben por el cuello de la camisa.

—¿Eso es lo que piensas? Irónico, ¿No?

El chico lo miró con frustración y, confundido, inquirió:

—¿Qué es irónico, imbécil?

Cristopher empujó a Ben hacia el centro de la pizarra, soltó una de sus manos y acarició bruscamente el rostro del chico con una sonrisa despectiva.

—Hace un momento eran tus manos, tus rodillas y, por supuesto, tu sucia y desagradable cara las que no se despegaban del suelo.

La atmósfera se tornó tan tensa que era posible sentirla presionando el pecho de los presentes; era tan palpable que se podía cortar con las manos. Los estudiantes estaban sorprendidos, inquietos, pero sobre todo emocionados y expectantes ante la situación que se había desatado en un abrir y cerrar de ojos.




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