Susurros en la penumbra

Capítulo 3

Las campanas de la iglesia resonaban con un eco grave y constante, llenando las calles de Sevilla con una sensación de inquietud. La Inquisición había redoblado su presencia en la ciudad en los últimos meses, y se decía que su furia se enfocaba en aquellos que se relacionaban con lo oscuro y lo prohibido. Se perseguía a brujas y herejes, pero también a cualquier persona que mostrara interés en lo sobrenatural, sin importar si era con fines de caza o de adoración. Para la chica, esto representaba un nuevo y peligroso obstáculo en su misión.

Ella lo había notado hacía ya algunas semanas: una sombra que la seguía a distancia, un rostro demasiado familiar en las multitudes. La Inquisición la había puesto bajo vigilancia. Los rumores sobre sus incursiones nocturnas y sus investigaciones la estaban convirtiendo en objeto de sospecha. Sabía que su cercanía a los lugares frecuentados por criaturas como el Noble de la Sangre y sus intenciones de exterminar a estos seres la colocaban en una posición comprometida, ya que no podía aclarar sus verdaderos motivos sin levantar aún más sospechas.

Aquella tarde, mientras paseaba por los callejones menos transitados de la ciudad, la muchacha sintió la presencia de nuevo: un par de ojos la seguían con una insistencia incómoda. Se detuvo en una esquina y, fingiendo revisar un escaparate polvoriento, captó de reojo la figura de un hombre encapuchado, de túnica marrón, observándola desde el otro lado de la calle. Fingiendo indiferencia, continuó caminando hasta llegar a una plaza solitaria donde las sombras se alargaban como cuchillos.

Entonces, escuchó unos pasos detrás de ella, resonando en el silencio. Giró rápidamente y se encontró frente a frente con un hombre de rostro severo, con una cruz de hierro colgando del cuello y una mirada que ardía con fervor. Lo reconoció de inmediato: era el padre Ramiro, un inquisidor conocido por su crueldad en la caza de brujas y herejes.

—Señorita de Luna, ¿verdad? —dijo con una sonrisa que no llegaba a sus ojos—. Qué coincidencia encontrarla en lugares tan oscuros a estas horas.

Carmen lo miró con una calma controlada, intentando que su respiración permaneciera uniforme.

—Padre Ramiro —respondió con una ligera inclinación de cabeza—. No sabía que mi presencia en la ciudad le llamara tanto la atención.

El inquisidor la estudió durante un momento con sus ojos penetrantes buscando cualquier rastro de debilidad. Finalmente, habló con voz baja, casi un susurro:

—La noche esconde muchos secretos, señorita de Luna. Y algunos de esos secretos solo pueden ser revelados bajo la mirada de Dios y la Inquisición. He escuchado rumores sobre sus actividades. Rumores que hablan de lugares profanos, de criaturas que deberían ser purgadas del mundo. Cosas con las que ninguna mujer decente debería tener relación.

La chica mantuvo la compostura, aunque su pulso se aceleró al escuchar aquellas palabras.

—No sé a qué se refiere, padre Ramiro. Mi único interés es proteger a Sevilla de aquellos que amenazan la seguridad de los inocentes.

Ramiro esbozó una sonrisa irónica.

—¿Inocentes? Interesante elección de palabras, señorita. Pero le advierto: aquellos que se relacionan con las tinieblas terminan siendo consumidos por ellas. Y nosotros, la Inquisición, estamos siempre vigilantes.

Tras aquellas palabras amenazantes, el inquisidor se marchó, mas la advertencia quedó flotando en el aire. Ella apretó los puños. Sabía que, de ahora en adelante, tendría que moverse con extremo cuidado. La Inquisición tenía los recursos y la autoridad para arruinar su vida, y una investigación demasiado cercana podría exponer tanto su misión como su propio pasado, que prefería mantener en las sombras.

Esa misma noche, Carmen decidió investigar en un mercado clandestino en las afueras de Sevilla. Allí, en medio de callejones oscuros y de puestos que vendían ingredientes y objetos prohibidos, esperaba encontrar alguna pista sobre el creciente poder de la Inquisición en la ciudad. Las brujas y hechiceros locales estaban cada vez más acorralados, y pensaba que alguno de ellos podría tener información útil.

Mientras avanzaba entre los puestos cubiertos de humo y niebla, una anciana encorvada le hizo señas desde un rincón sombrío. Tenía la piel arrugada y cabellos blancos que le caían en desorden sobre los hombros. Los ojos de la anciana tenían un brillo extraño, casi sobrenatural.

—Carmen de Luna… —la mujer pronunció su nombre en un susurro apenas audible, pero lleno de misterio—. Sabía que vendrías. Ven, hay algo que debes saber.

La aludida dudó, mas la curiosidad fue mayor que su desconfianza. Se acercó a la mujer, quien le hizo una seña para que se sentara en un banco desvencijado a su lado.

—La Inquisición ha extendido sus redes sobre esta ciudad, más de lo que imaginas —murmuró la anciana—. Se están aliando con fuerzas que no pertenecen a este mundo, y ya no solo buscan brujas y herejes. Quieren el poder sobre lo oscuro, y creen que sometiéndonos a todos lo conseguirán.

—¿Qué clase de fuerzas? —preguntó en voz baja mientras mantenía la guardia alta.

La anciana se inclinó hacia ella, y la joven pudo ver que sus ojos parecían oscilar entre un tono oscuro y uno carmesí, como si ocultaran secretos profundos.

—Han hecho pactos con ciertas criaturas —respondió la mujer, en un susurro que apenas pudo oír—. Seres oscuros que les dan poder y conocimiento. Están utilizando las desapariciones de jóvenes y brujas como sacrificios para fortalecerse. Si no te andas con cuidado, te convertirás en su próximo objetivo.




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