Susurros en la penumbra

Capítulo 4

La niebla era espesa aquella noche, envolviendo las calles de Sevilla como un sudario. Carmen caminaba rápido, con su mente ocupada con la información que había recibido en el bosque la noche anterior. Los pactos de la Inquisición con fuerzas oscuras, los experimentos con magia prohibida, y ahora el rumor de un licántropo capturado. Todo apuntaba a una escalada peligrosa en la ciudad, una tensión latente que podría estallar en cualquier momento.

Había visto los efectos de la guerra entre criaturas en el pasado: destrucción, muerte y un miedo indescriptible que dejaba a los humanos en una vulnerabilidad abrumadora. Sabía que no podía permitirse el lujo de ignorar los movimientos de la Inquisición. Si estaban capturando licántropos, criaturas conocidas por su desconfianza y temperamento volátil, era solo cuestión de tiempo antes de que las demás especies sobrenaturales respondieran con violencia.

Mientras recorría uno de los callejones solitarios cerca del mercado clandestino, una presencia familiar la sobresaltó. Un escalofrío le recorrió la piel, y su mano fue automáticamente a la daga en su cinturón. Desde las sombras, emergió el aristócrata vampiro, con su porte elegante y esos ojos oscuros que parecían contener secretos insondables.

—Buenas noches, cazadora —saludó con una sonrisa que no tenía nada de amable—. Me sorprende verte en este lado de la ciudad tan… intranquila.

Ella lo observó con desconfianza, pero esta vez, en vez de lanzar una amenaza, se limitó a mantener su mirada fija en la de él.

—Si tienes algo que decir, dilo. No tengo tiempo para juegos —replicó con frialdad.

El vampiro ladeó la cabeza, y por un momento, un destello de interés pasó por sus ojos.

—Directa como siempre. Muy bien —asintió, dando un paso más cerca de ella—. La situación en la ciudad está a punto de salirse de control, y si eres tan inteligente como creo que eres, sabes de lo que hablo. La Inquisición ha capturado a uno de los licántropos, y esto, querida cazadora, no es solo un problema para los de mi especie. Las brujas, los súcubos, todos los seres de la noche… estamos en peligro.

Carmen apretó los dientes, intentando no dejarse llevar por la repulsión que sentía hacia él.

—¿Y por qué debería importarme lo que les ocurra? —replicó—. Ustedes han sido una plaga para los inocentes, criaturas sedientas de sangre que no merecen ninguna misericordia.

El vampiro soltó una risa breve y oscura antes de responder:

—Tal vez tengas razón. Pero piensa en esto: si la Inquisición tiene éxito, no pararán con nosotros. Tu existencia también corre peligro, cazadora. Si se desata una guerra abierta, Sevilla será consumida por el caos, y tú, al igual que nosotros, te verás arrastrada a las llamas.

Carmen lo observó en silencio, considerando sus palabras. Sabía que el vampiro tenía razón. Aunque no le gustara, la situación era más complicada de lo que podía manejar sola. No era solo su odio hacia las criaturas lo que estaba en juego, sino el bienestar de toda la ciudad.

Finalmente, respiró hondo y habló en voz baja:

—¿Qué sugieres?

Una sonrisa astuta se dibujó en los labios del vampiro y contestó:

—Una tregua. Al menos hasta que la situación con la Inquisición esté bajo control. Trabajaremos juntos para liberar al licántropo antes de que ellos puedan aprovecharse de su captura. Después de eso, eres libre de retomar tu cacería… y yo de continuar con mis propios asuntos.

La chica apretó los puños. La idea de trabajar codo a codo con un vampiro era lo último que deseaba, pero sabía que no tenía muchas opciones. Si la Inquisición continuaba con sus capturas y experimentos, la paz entre criaturas sobrenaturales y humanos sería imposible de mantener.

—Está bien, acepto la tregua —dijo—, pero que quede claro: en cuanto este asunto termine, volveremos a ser enemigos.

El vampiro asintió, satisfecho.

—Perfecto. Entonces, reunámonos en el lugar donde tienen cautivo al licántropo. Yo te guiaré.

Más tarde esa noche, Carmen y el vampiro se infiltraron en una parte abandonada de la ciudad donde la Inquisición había instalado una especie de prisión improvisada. El lugar estaba custodiado por varios hombres armados, y desde fuera se escuchaban los aullidos lejanos de una criatura en agonía. La chica sintió un nudo en el estómago; los licántropos eran criaturas extremadamente orgullosas, y someter a uno de ellos debía haber sido una lucha brutal.

Se movieron en silencio por las sombras, con el vampiro guiándola a través de los rincones menos vigilados. A pesar de sus reticencias, ella tuvo que admitir que él tenía una habilidad natural para moverse sin ser detectado. Lo observó de reojo mientras avanzaban: su rostro estaba concentrado, su expresión calculadora. Era obvio que para él, esta misión era algo más que una simple ayuda a una raza aliada.

Llegaron a una celda donde, entre cadenas de hierro y símbolos de protección contra lo sobrenatural, yacía el licántropo capturado. La criatura tenía un aspecto desgarrador: su cuerpo estaba cubierto de sangre y heridas abiertas, y respiraba con dificultad. La joven sintió una mezcla de rabia y lástima; sabía que, para llegar a este punto, el licántropo había soportado torturas más allá de lo imaginable.




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