Susurros en la penumbra

Capítulo 7

La noche estaba cerrada, y el frío otoñal impregnaba el aire mientras Carmen se dirigía al lugar de encuentro. Sus pasos resonaban en el pavimento de piedra, eco de una ciudad dormida y, por ahora, ajena a la misión que debía cumplir. Esa noche, se preparaba para infiltrarse en uno de los calabozos de la Inquisición, donde una bruja, conocida por sus habilidades de sanación, estaba cautiva.

La prisión estaba ubicada en un lugar apartado, un antiguo monasterio fortificado por años de muros y secretos. La presencia de la Inquisición era imponente, pero lo que más la preocupaba era el incómodo aliado que la esperaba.

La chica sabía que lo encontraría ahí, esperándola en las sombras. El vampiro no tardó en aparecer, como una sombra más en la noche, observándola con esa expresión inescrutable. Apenas intercambiaron palabras, y sin embargo, el peso de su presencia se sentía tan tangible que la joven tuvo que reprimir un estremecimiento. Sabía que la tensión entre ellos había crecido desde su último enfrentamiento y, aunque intentara ignorarlo, el recuerdo de sus miradas y los momentos compartidos seguía acechándola en el silencio.

—¿Lista? —preguntó él, con voz profunda, en apenas un susurro.

—No necesito tu confirmación —contestó ella, sin mirarlo directamente.

Sin embargo, la familiaridad en su tono hizo que él esbozara una sonrisa casi imperceptible.

El plan era sencillo, mas no menos arriesgado: Carmen se infiltraría primero, aprovechando su habilidad para pasar desapercibida, y luego, con la distracción que el vampiro crearía, se abriría paso hasta el calabozo donde se encontraba la bruja. Una vez dentro, tendrían que abrirse camino juntos para escapar, enfrentándose a cualquier guardia que pudieran encontrar en los estrechos pasillos de piedra.

La oscuridad del interior del monasterio era total, solo rota por las escasas antorchas que colgaban en las paredes y lanzaban sombras inquietantes. La cazadora avanzaba con rapidez, con su figura deslizándose entre los corredores en una danza silenciosa. A cada paso, su respiración se hacía más profunda, sus sentidos más alerta. Podía oír los murmullos y los pasos de los guardias de la Inquisición en la distancia, y aunque su entrenamiento la hacía capaz de soportar la tensión, había algo en la cercanía de esa amenaza constante que le erizaba la piel.

De repente, una figura surgió de las sombras frente a ella: el vampiro. Había llegado por un acceso alterno, tal y como habían planeado, y su presencia era un recordatorio de que aún estaba bajo su propia vigilancia. Ella lo fulminó con la mirada, pero él solo le devolvió una sonrisa sardónica antes de indicarle el pasillo que debían seguir.

Después de un par de giros y un descenso por unas escaleras de piedra, llegaron a la celda donde la bruja estaba prisionera. Desde el otro lado de los barrotes, la chica pudo distinguir la figura encogida de la mujer, apenas iluminada por una pequeña rendija de luz que se filtraba desde el techo. La bruja alzó la vista, y sus ojos oscuros se llenaron de esperanza al verlos.

—¿Estás aquí para sacarme? —preguntó, con la voz rasposa y débil.

La cazadora asintió, sacando una ganzúa que había traído para abrir el candado de la celda. Sin embargo, cuando comenzó a manipularlo, un ruido de pasos apresurados resonó en el pasillo. Los guardias se estaban acercando.

El vampiro frunció el ceño y, con un rápido movimiento, cerró la celda tras ellos.

—Necesitamos otro escondite —murmuró él, señalando una puerta al fondo del pasillo que parecía llevar a una sala de suministros.

Sin más opciones, los tres se apresuraron hacia la pequeña habitación y cerraron la puerta tras ellos. El espacio era angosto y oscuro, iluminado solo por el parpadeo de una vela vieja y desgastada. Estaban atrapados, y cualquier paso en falso significaría su captura.

Los tres se quedaron en silencio, escuchando los pasos de los guardias que se acercaban cada vez más. Carmen sintió el latido frenético de su corazón, y a su lado, el vampiro permanecía inquietantemente inmóvil, como si la tensión no le afectara en lo más mínimo. No obstante, cuando la puerta comenzó a vibrar bajo el golpeteo de las botas de los guardias, él se acercó más a la muchacha, y por primera vez, ella notó algo diferente en su expresión.

—Están buscando por aquí —murmuró ella, con la voz baja, mientras sus miradas se cruzaban en la penumbra—. Si no encuentran a la bruja en su celda, vendrán hasta aquí.

—Lo sé —respondió él, en apenas un susurro—. Pero no seré yo quien se quede a protegerlos. Así que, ¿qué harás tú, Carmen?

El tono provocador y casi burlón encendió una chispa en ella, a pesar del peligro que enfrentaban. Su instinto le decía que lo empujara, que le hiciera saber que no le intimidaba, y, sin embargo, el poco espacio entre ellos se volvía cada vez más asfixiante, cargado de algo inexplicable.

—Hago lo que tengo que hacer —contestó con frialdad—, con o sin tu ayuda.

Su respiración se entremezclaba con la de él en ese espacio cerrado. Podía percibir el aroma extraño que siempre lo acompañaba, un leve toque metálico mezclado con algo indefinible, y aunque su mente intentaba repelerlo, su cuerpo se encontraba cada vez más atrapado en esa cercanía.

Entonces, sin previo aviso, los pasos de los guardias se hicieron más intensos, resonando justo fuera de la puerta. El vampiro, en un movimiento ágil, puso un dedo sobre los labios de ella para indicarle que guardara silencio. En cualquier otro momento, ella habría apartado su mano con furia, pero la electricidad que sintió bajo su tacto la dejó inmóvil, atónita ante la intensidad de la situación.




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