La luna colgaba alta en el cielo cuando el carruaje se detuvo en las afueras de Sevilla. Carmen bajó, atenta a cada sombra y sonido. Había aceptado la invitación del vampiro a regañadientes, más por la promesa de obtener información útil que por otra cosa, pero ahora, al ver la oscura mansión donde se llevaría a cabo la reunión clandestina, un escalofrío recorrió su espalda.
El vampiro la estaba esperando al pie de la escalera, con su porte arrogante y ese aire de despreocupación que tanto la irritaba. Su ropa de terciopelo negro le otorgaba un aura de nobleza antigua, como si encajara a la perfección en aquel mundo de criaturas sobrenaturales que ella había jurado destruir.
—¿Lista para el espectáculo? —preguntó él con una sonrisa irónica.
—No he venido a ser espectadora, sino a escuchar —replicó con frialdad.
Él la miró, con sus ojos brillando en la penumbra, y, sin decir más, le ofreció su brazo. La chica dudó un instante, mas sabía que ahí, en aquel lugar lleno de criaturas poderosas, mostrarse vulnerable sería un error fatal. Con una mezcla de resignación y desafío, aceptó el gesto, y juntos subieron las escaleras hasta el gran salón donde el evento clandestino estaba por comenzar.
Al cruzar la puerta del salón, Carmen se quedó sin aliento. La estancia estaba iluminada con cientos de velas, cuyas luces oscilantes proyectaban sombras misteriosas en los rostros de los invitados. Criaturas de todos los tipos se encontraban allí para mezclarse en una atmósfera de decadencia y peligro. En un rincón, un grupo de súcubos e íncubos reía, con sus miradas sensuales y sus sonrisas llenas de promesas. En otro, una arpía observaba con desconfianza a un licántropo que se mantenía en la penumbra, con sus ojos brillando con desdén.
A la joven le costaba disimular su fascinación. La variedad de criaturas era asombrosa: algunos parecían perfectamente humanos, mientras que otros dejaban ver rasgos inquietantes que revelaban su naturaleza. Alas emplumadas, ojos rojizos, pieles inusuales, y expresiones que transmitían tanto poder como una sensación de maldad apenas contenida.
El vampiro la guiaba con calma, saludando a algunos conocidos mientras se dirigían al centro del salón. Ella no podía evitar fijarse en los rostros de aquellos con quienes él intercambiaba miradas y saludos. Había una extraña familiaridad en sus interacciones, como si todos entendieran el lenguaje silencioso de la supervivencia y el peligro. Sin embargo, en sus ojos, la muchacha percibía algo más: respeto y, en algunos casos, una reverencia que ella no comprendía del todo.
Pronto llegaron a un círculo de criaturas reunidas en torno a una mesa central. La figura que presidía la reunión era una arpía de mirada acerada y voz grave, con sus alas desplegadas ligeramente, lo suficiente como para recordarles a todos quién ostentaba el poder en aquella sala.
—Hemos perdido más criaturas este mes —comenzó, sin preámbulos, —y la Inquisición no retrocede. Están decididos a cazarnos como si fuéramos bestias sin mente ni razón.
La arpía miró directamente al vampiro con una expresión endurecida antes de decir:
—¿Y qué sugieres tú, oscuro príncipe de la noche? Hemos oído que has hecho... alianzas inesperadas.
Carmen se tensó. Sabía que la arpía se refería a ella, y aunque su relación con el vampiro no era ni remotamente una alianza, el solo hecho de que él se hubiera dejado ver con una humana cazadora estaba levantando sospechas.
Él, por su parte, mantuvo la compostura. Esbozó una media sonrisa y se encogió de hombros.
—Hacer alianzas es lo único que nos mantendrá con vida. Divididos no somos más que presas fáciles para la Inquisición.
Las criaturas intercambiaron miradas tensas. Un íncubo de cabello oscuro y ojos llenos de astucia se adelantó y lo miró fijamente.
—¿Alianzas? —preguntó con sarcasmo—. ¿Alianzas con quién? ¿Con una cazadora humana que podría matarnos en cuanto bajemos la guardia?
Ella sintió la mirada penetrante de todos los presentes. El aire estaba cargado de tensión, y sabía que un solo movimiento en falso podría costarle la vida. Sin embargo, el vampiro posó una mano en su hombro, y su toque fue a la vez tranquilizador y desafiante, un recordatorio de que él estaba dispuesto a responder por ella.
—Esta cazadora —respondió el vampiro, con voz baja pero firme— nos ha ayudado a mantenernos informados sobre los movimientos de la Inquisición. No estamos aquí por simpatía ni por bondad, sino por pura estrategia.
El íncubo rio, y un par de súcubos a su lado lo imitaron, con sus voces entremezcladas en una burla amarga.
—¿Estrategia? —murmuró el íncubo—. ¿No será que tú también has caído en el juego humano? En el deseo y la debilidad.
El vampiro lo miró con calma, pero ella vio un destello de peligro en sus ojos. Ella misma sentía la necesidad de responder, de dejar claro que no estaba allí por debilidad, sino por un propósito. Inspiró profundamente y, en un gesto que sorprendió incluso al vampiro, habló.
—No me confundan con alguien que está aquí por amor a los vampiros o por simpatía hacia cualquier otra criatura —declaró, con voz firme—. Estoy aquí porque compartimos un enemigo en común. Nada más.
El íncubo entrecerró los ojos para evaluarla y, finalmente, asintió con una mueca.
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Editado: 22.01.2025