Susurros en la penumbra

Capítulo 10

El ataque al refugio había dejado a Carmen y al vampiro exhaustos, pero esa noche, a diferencia de otras, no encontraron el habitual silencio reconfortante de Sevilla bajo las estrellas. Las calles estaban en calma, mas el eco de los gritos y el olor de las cenizas persistían, recordándoles lo que habían dejado atrás.

Después de asegurarse de que la niña estuviera a salvo en uno de los escondites de la ciudad, ambos encontraron refugio temporal en una pequeña casa abandonada en las afueras. Era una construcción modesta, con paredes cubiertas de hiedra y una pequeña chimenea apagada. La tenue luz de la luna se filtraba por la única ventana de la estancia, iluminando sus rostros en una mezcla de sombras y reflejos plateados.

Ambos se sentaron en el suelo, uno frente al otro, aún sin palabras, como si el peso de sus experiencias exigiera primero un silencio compartido. La chica trataba de controlar su respiración, el sonido de los latidos en sus oídos, mientras el vampiro permanecía tranquilo, con su expresión serena e indescifrable. Fue él quien rompió el silencio, con su voz baja y grave en la penumbra.

—Es curioso —murmuró—. La mayoría de los humanos no se atrevería a hacer lo que tú hiciste esta noche. Arriesgar tu vida para salvar a una criatura que otros consideran maldita.

Ella lo miró, aún con la dureza en su expresión. Aunque habían trabajado juntos, el resentimiento hacia él aún latía en su pecho.

—No sabes nada de lo que soy capaz —replicó—. No vine aquí a salvar a nadie más que a mí misma.

El vampiro esbozó una sonrisa, uno de esos gestos mínimos que apenas se perciben. Sin embargo, sus ojos parecían leer a través de ella, como si intuyera que había algo más detrás de su indiferencia. Ella sintió un escalofrío ante esa mirada; había pasado mucho tiempo desde que alguien la observaba de esa manera.

—Tienes razón, Carmen —respondió él en tono bajo—. No sé nada de ti. Y, sin embargo, he visto tu furia, tu determinación. Y ahora veo que tienes miedo de que te conozcan.

La joven giró la cabeza, desviando la mirada hacia la ventana. No era alguien que compartiera sus pensamientos, mucho menos con alguien como él, un vampiro que encarnaba todo lo que despreciaba. Pero, después de esa noche, la soledad le pesaba más de lo normal. Necesitaba desahogarse, aunque solo fuera con un enemigo.

—Mi familia —murmuró, sin mirarlo—. La Inquisición los acusó de brujería cuando yo era una niña. No fueron ni siquiera los soldados quienes vinieron a buscarlos, sino hombres del pueblo, hombres que yo creía que eran nuestros amigos. Recuerdo los rostros de aquellos que nos señalaron... Nos arrastraron frente al pueblo, y yo... yo no pude hacer nada para salvarlos.

Hubo un largo silencio en el que el vampiro la miró, respetuoso. Ella se cruzó de brazos, abrazándose a sí misma como si intentara proteger las partes de su alma que estaba exponiendo.

—Desde entonces, mi único propósito ha sido cazar. Si eso me destruye, que así sea, porque no puedo vivir en un mundo donde esas criaturas… —dijo, y luego calló, mordiéndose el labio al recordar que él también era una criatura, una que había ayudado a salvar a la niña aquella noche. Eso la obligó a añadir—. Aunque algunos de ustedes parecen tener más humanidad que los propios humanos.

La mirada del vampiro se suavizó, y por primera vez ella sintió que el muro que lo rodeaba también se resquebrajaba.

—La humanidad y la inmortalidad no son una combinación fácil —dijo en voz baja—. Lo que sientes ahora, ese odio, esa soledad… los he sentido por siglos. Yo también perdí a alguien, Carmen. Una mujer a quien amaba profundamente, y también fue la Inquisición quien me la arrebató. Ella era una humana, una sanadora, y solo por ayudar a otros fue condenada a la hoguera. Aún recuerdo sus gritos, y aún odio con la misma fuerza que tú sientes ahora.

La chica lo miró con asombro, con sus ojos buscando algún indicio de burla o mentira. Pero en su expresión encontró solo verdad, una vulnerabilidad que jamás hubiera imaginado en él. En ese momento, el vampiro dejó de ser una amenaza y se transformó en un ser que, a pesar de todo, compartía un dolor similar al suyo.

—¿Cómo lo soportas? —preguntó ella en un susurro—. ¿Cómo has soportado siglos de odio, de rencor, sin volverte completamente un monstruo?

Él bajó la mirada, como si la respuesta fuera más amarga de lo que podía expresar.

—Quizás me haya convertido en uno —admitió—. Los siglos no pasan sin dejar marcas. No obstante, el recuerdo de ella… de su bondad, de su compasión... eso es lo único que me queda. Me recuerda que, aunque el dolor y la oscuridad me rodeen, siempre puedo elegir no ceder a ellos.

La respuesta sorprendió a la cazadora, quien había esperado encontrar en él una naturaleza despiadada y egoísta. Ese breve momento de honestidad la desarmó y la hizo ver su propia vulnerabilidad bajo una nueva luz. El vampiro no era tan diferente a ella. Ambos cargaban con heridas profundas, con un odio que los consumía, pero que también los había transformado en sobrevivientes.

Sin darse cuenta, ella se permitió una sonrisa amarga.

—Quizá somos más parecidos de lo que pensaba —dijo, casi para sí misma—. Pero eso no significa que olvide lo que eres… ni que confíe en ti.

Él sonrió levemente, sin rastro de burla.




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