La noche se cernía sobre Sevilla, una oscuridad casi tangible en las callejuelas desiertas. Carmen y el vampiro caminaban en silencio hacia un punto de encuentro. Aquella noche, esperaban recibir información crucial sobre los movimientos de la Inquisición y de los nobles aliados con los inquisidores, quienes parecían dispuestos a exterminar todo rastro de criaturas sobrenaturales de la ciudad. Les había costado mucho ganar la confianza de ciertos licántropos de la zona, y uno de ellos, llamado Gael, había sido su principal informante. Un aliado feroz y astuto, o al menos eso creían.
Mientras avanzaban, ella sintió una extraña tensión en el ambiente, una presión en el pecho que no podía ignorar. El vampiro, también en alerta, le lanzó una mirada de advertencia.
—Algo no está bien aquí —murmuró él al escanear la oscuridad con sus ojos plateados.
Antes de que ella pudiera responder, un grupo de figuras surgió de las sombras. Al frente de ellos estaba Gael, el licántropo con el que habían trabajado, mirándolos con una expresión llena de cinismo y desdén. Tras él, varios hombres de la Inquisición, vestidos con sus túnicas negras y armados con pesadas cruces de hierro y estacas, aguardaban, ansiosos por atacar.
—¿Gael? —preguntó, incrédula, intentando procesar lo que veía—. ¿Qué significa esto?
El aludido la miró sin rastro de arrepentimiento y una mueca burlona en su rostro.
—Significa que no me vendré abajo por una causa perdida, cazadora —dijo, cruzando los brazos—. La Inquisición ofrece algo que vosotros no podéis: poder y protección.
El vampiro soltó una risa sardónica, con sus colmillos asomando bajo la luz de la luna.
—¿Crees que la Inquisición respetará algún trato contigo? ¿Con un licántropo? —inquirió con un tono helado—. Ellos te ven como una bestia, Gael. Solo están utilizando tus servicios hasta que dejes de serles útil.
Pero el licántropo solo se encogió de hombros antes de contestar:
—Es un riesgo que estoy dispuesto a correr, vampiro. Más vale ser útil por un tiempo que terminar como presa de caza.
Con un gesto rápido, Gael dio la señal y los inquisidores se lanzaron hacia Carmen y el vampiro, que se prepararon para defenderse. La chica, blandiendo su cuchillo de plata, se movió con agilidad para esquivar los ataques de los inquisidores.
La lucha fue feroz; el vampiro usaba su velocidad sobrenatural para evitar las cruces y las estacas, mientras que ella, aunque mortal, peleaba con la precisión y destreza de alguien acostumbrado a la violencia.
Uno de los inquisidores consiguió alcanzarla, propinándole un golpe en el costado que la hizo tambalearse. La joven sintió el ardor en su piel al contacto con el hierro sagrado y, por un momento, la oscuridad nubló su vista. Retrocedió unos pasos mientras el dolor agudo entumecía sus sentidos.
—¡Carmen! —gritó el vampiro al lograr neutralizar a otro inquisidor con un movimiento brutal.
Ella apenas lo escuchaba. Gael la observaba con una sonrisa triunfante, y antes de que pudiera reaccionar, el licántropo la atacó, con sus garras rasgando su piel. La muchacha lanzó un grito de dolor al sentir la fuerza salvaje de la criatura. Antes de que pudiera atacar de nuevo, el vampiro se lanzó sobre él para derribarlo hasta el suelo con una fuerza descomunal.
—Te advertí que la traición no se perdona, licántropo —murmuró el vampiro, con una voz baja y amenazante.
La mirada de Gael reflejó miedo y arrepentimiento durante un segundo, pero su orgullo no le permitió suplicar. En cuestión de segundos, el vampiro terminó con él.
Carmen, herida y exhausta, trató de mantenerse en pie, mas sus piernas temblaban. Su cuerpo cedió y cayó al suelo, con la respiración agitada y el dolor latiendo en su costado y en sus heridas.
El vampiro se acercó a ella para arrodillarse a su lado. Su expresión, generalmente fría y despectiva, mostraba ahora una mezcla de preocupación e incomodidad. Sin decir una palabra, la levantó en sus brazos con una delicadeza que jamás habría imaginado en él.
—Te advertí que no confiaras en esos licántropos —susurró mientras caminaba con ella en brazos por las calles oscuras—. Su lealtad está donde les ofrezcan más.
Ella intentó responder, pero el dolor le robaba las palabras. Aún así, no podía evitar sentir un extraño calor al percibir su cercanía, como si aquella noche le mostrara una faceta del vampiro que nunca había esperado ver.
Llegaron a un escondite, una vieja casa abandonada donde él solía refugiarse. La recostó en un camastro improvisado y, en silencio, comenzó a limpiar sus heridas. La chica sentía su respiración entrecortada, tratando de contener cualquier muestra de debilidad frente a él.
—¿Por qué haces esto? —preguntó ella, con una voz apenas audible.
El vampiro detuvo sus manos por un momento, sin mirarla directamente.
—Porque no puedes enfrentarte a ellos sola. Y aunque no lo admitas, necesitas ayuda.
La respuesta la dejó sin palabras. El vampiro continuó limpiando sus heridas con sus movimientos cuidadosos y meticulosos, hasta que ella se sintió más calmada. Había algo en aquella cercanía que parecía borrar las barreras entre ambos, al menos en ese instante.
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Editado: 22.01.2025