Susurros en la penumbra

Capítulo 13

Carmen despertó antes del amanecer, el resplandor de la luna iluminando tenuemente el refugio donde el vampiro la había cuidado. Sentía un peso en el pecho que no era del todo dolor. Era algo diferente, algo que creía haber olvidado hacía tiempo. Una parte de ella, por más que lo negara, reconocía que se había sentido protegida en sus brazos, como si por un instante hubiese dejado de ser la cazadora y él el monstruo. Esa seguridad extraña le provocaba rabia y confusión, pero también un deseo inexplicable que no podía rechazar.

Se incorporó lentamente, notando que él estaba de pie cerca de una ventana rota, observando el amanecer con expresión distante. La luz de la luna resaltaba sus rasgos aristocráticos, y ella no pudo evitar pensar en cuántas mujeres habrían caído rendidas ante su mirada.

—Aún no deberías moverte —dijo él sin mirarla, como si pudiera sentir su malestar incluso de espaldas—. Las heridas tardarán en sanar.

—No soy tan frágil como piensas, vampiro —respondió, intentando controlar la tensión en su voz. Caminó hacia él con cautela, con su mirada fija en su espalda, tratando de encontrar alguna señal que explicara por qué él había decidido cuidarla.

El vampiro esbozó una sonrisa amarga, todavía sin girarse y dijo:

—Lo sé. Por eso… tú eres diferente. Tienes una fortaleza que pocos humanos poseen. Pero esa misma fortaleza puede ser tu condena, Carmen.

Ella se detuvo, sorprendida. Había en sus palabras una verdad que calaba hondo, una advertencia envuelta en admiración y resentimiento. Aquella mezcla la confundía, como si él estuviera viendo partes de ella que ni siquiera ella misma comprendía.

—¿Por qué? —inquirió, y el tono de su voz sonó más frágil de lo que pretendía—. ¿Por qué me ayudaste?

Él la miró entonces, y en sus ojos oscuros había algo más que frialdad; había una intensidad que hacía temblar sus propios cimientos. Era la primera vez que se atrevían a verse de esa manera, sin máscaras ni barreras.

—No tienes idea de cuántas veces he deseado eliminar a alguien como tú —admitió él, con su voz baja y cargada de un resentimiento apagado—. Pero cuando te vi herida, cuando sentí que podrías… perder la vida… algo en mí se rehusó. Eres un obstáculo, Carmen, y también una maldita obsesión.

La revelación la tomó por sorpresa, una mezcla de asombro y temor que recorrió su piel. Aquella tensión entre ellos había estado latente desde el principio, aunque ninguno había querido reconocerla abiertamente. Ahora, frente a él, sintiendo la gravedad de sus palabras, comprendió que ese odio mutuo tenía una base mucho más compleja, que iba más allá de la mera rivalidad.

—¿Una obsesión? —repitió, en un tono que pretendía ser sarcástico, aunque su voz traicionaba un toque de vulnerabilidad—. Me has dado muchas razones para odiarte.

—Lo sé. Y no espero que eso cambie —dijo él, dando un paso hacia ella, sin apartar la mirada—. Pero a veces, el odio no es lo que parece.

Sus palabras flotaron entre ellos, envolviéndolos en una atmósfera cargada, en la que solo el silencio y sus respiraciones llenaban el espacio. Carmen sintió el calor recorriendo sus venas, el impulso de retroceder y, al mismo tiempo, la necesidad de no moverse.

El vampiro alzó una mano lentamente, como si temiera romper aquella conexión. Sus dedos rozaron su mejilla, un toque apenas perceptible, pero suficiente para desatar una oleada de sensaciones. Ella cerró los ojos por un segundo, luchando contra el deseo de ceder, de permitirle acercarse más.

—No deberíamos… —murmuró, aunque su tono carecía de convicción. Las palabras eran un intento débil de negar lo inevitable.

—No, no deberíamos —susurró él, con su aliento rozando su rostro, tan cerca que podía sentir el frío de su piel—. No obstante, no importa. Porque ambos sabemos que lo que sentimos ahora es más fuerte que cualquier juramento, que cualquier deber.

Y antes de que ella pudiera responder, sus labios se encontraron en un beso que destilaba rabia y deseo en igual medida. Era un beso profundo, intenso, lleno de emociones reprimidas que llevaban demasiado tiempo luchando por salir a la superficie. Carmen se sintió atrapada en una corriente que la arrastraba sin remedio, sin escapatoria. Todo el odio, la tensión, y aquella atracción que intentaba ignorar se derramaban en aquel beso.

Su corazón latía con fuerza, y sus manos, sin darse cuenta, se aferraron a él como si fueran a perderse. El vampiro la sostuvo con firmeza, profundizando el contacto, como si quisiera grabar en su memoria el sabor y la sensación de sus labios. Era la segunda vez que se permitían algo más allá de las palabras hirientes, algo que iba más allá de la lucha constante.

En aquel momento, ella comprendió que, aunque ambos se negaran a tener algún sentimiento, era evidente que lo que compartían era más que simple atracción. Era una necesidad de entenderse, de buscar en el otro algo que ninguno encontraba en sí mismo.

Cuando finalmente se separaron, ambos respiraban agitadamente, y ella notó en su mirada una vulnerabilidad que nunca había visto antes. Aquella cercanía, aquel instante de entrega, había derribado todas las barreras, dejándolos expuestos.

—Esto… —murmuró ella, sin encontrar las palabras adecuadas para describir lo que acababa de suceder—. No debería haber pasado.




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