La noche estaba en su punto más álgido cuando Carmen, con un disfraz oscuro y elegante, llegó a la gran mansión que la Inquisición había preparado para su celebración de "purificación". Las antorchas iluminaban los jardines y las puertas estaban adornadas con símbolos religiosos, marcando un ambiente de temor para cualquiera que cruzara el umbral. Los invitados de la nobleza y clérigos observaban el evento con una mezcla de solemnidad y satisfacción, como si estuvieran allí para ser testigos de una justicia divina.
La chica sintió una oleada de repulsión. La Inquisición había disfrazado de fiesta su sed de sangre, y ahora aquella cacería de brujas y criaturas se mostraba como un espectáculo.
Ocultó su disgusto tras una sonrisa fría mientras se mezclaba con la multitud, manteniendo la cabeza en alto y el semblante sereno. En algún punto de la sala, sintió su presencia: él, el vampiro, también disfrazado como parte de la alta sociedad. Su figura destacaba entre los invitados, irradiando una elegancia sombría y peligrosa.
Sus miradas se encontraron a lo lejos, y ella sintió una punzada de inquietud. Sabían que aquella fiesta era solo una pantalla, un juego para los inquisidores que, en realidad, ocultaba algo mucho más peligroso. Entre ambos había una comprensión tácita: debían mantenerse alerta.
La voz de un sacerdote se alzó sobre el murmullo de la multitud para captar la atención de todos los presentes. Subido en una plataforma, el clérigo bendecía a los presentes, proclamando que aquella noche sería recordada como el principio de una "nueva pureza" para Sevilla. Los invitados aplaudían, cada uno tomando sus palabras como un acto de virtud, sin cuestionar lo que eso significaba para los inocentes señalados.
La cazadora se desplazó con elegancia entre los invitados, deteniéndose para escuchar fragmentos de conversaciones. Los susurros hablaban de purificaciones, de redadas, de brujas quemadas en las plazas. En un rincón, vio a un hombre delgado, nervioso, que compartía información con un caballero de semblante sombrío. Parecían hablar de nombres en una lista; el cazador y la presa intercambiando miradas de complicidad. La joven apretó los puños al darse cuenta de que eran nombres de sospechosos, personas marcadas para ser capturadas o ejecutadas.
Un paso ligero junto a ella le reveló la llegada del vampiro. Su rostro no mostraba expresión alguna, pero sus ojos reflejaban su desagrado y rabia. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, murmuró en un tono tan bajo que solo ella pudo escucharlo:
—Esto va más allá de lo que imaginaba. No solo quieren asustar, están reclutando aliados. La cacería es inminente.
—Entonces hemos venido justo a tiempo —respondió ella, ocultando su angustia. Sabía que no podían actuar sin un plan, mas el riesgo de quedarse sin hacer nada era demasiado alto.
El vampiro le hizo un gesto casi imperceptible para guiarla hacia el fondo del salón, donde una pesada cortina ocultaba una puerta entreabierta. A través de ella se filtraban susurros y voces bajas. Sin que nadie los viera, se deslizaron al interior, descubriendo un pasillo iluminado solo por las tenues luces de las velas.
Avanzaron en silencio hasta alcanzar una pequeña sala donde varios inquisidores se reunían alrededor de una mesa cubierta de papeles y mapas. Carmen reconoció de inmediato algunos nombres escritos en tinta roja: había brujas, licántropos y otros seres sobrenaturales conocidos en la región. La escena era un claro testimonio de la obsesión de la Inquisición, de su sed por erradicar cualquier ser que amenazara su control absoluto.
La muchacha se volvió hacia el vampiro, con los ojos llenos de furia contenida y susurró:
—No podemos dejar que esto continúe. Están yendo tras todos, y nosotros seremos los siguientes.
Él asintió, con sus labios formando una fina línea de determinación. Antes de que pudiera responder, uno de los inquisidores alzó la vista y, con un movimiento rápido, extrajo un cuchillo al notar su presencia. Los demás giraron de inmediato hacia la puerta, y las miradas inquisitivas se transformaron en sorpresa y alarma.
—¡Intrusos! —gritó uno de los hombres, y el eco de su voz atrajo la atención de otros guardias en los pasillos.
La cazadora reaccionó al instante, arrojando una daga que llevaba oculta en su vestido hacia el primero que se acercó. El arma se hundió en su hombro, haciendo que retrocediera con un grito ahogado. Pero el tiempo estaba en su contra; los demás inquisidores comenzaron a acercarse, armados y decididos a eliminarlos.
—¡Corre! —exclamó el vampiro, sujetándola del brazo y empujándola hacia el pasillo. No había tiempo para discutir, y ambos emprendieron una carrera frenética por los corredores de la mansión.
Los ecos de los gritos de alarma llenaban el aire mientras los perseguían. Carmen sentía el peso de la adrenalina y el miedo a ser capturados. Sabía que, de ser atrapados, no les darían una segunda oportunidad.
Corrieron a través de los pasillos, esquivando a los guardias que intentaban bloquearles el paso, y bajaron por una escalera que los llevó a los sótanos de la mansión.
Al llegar a una bifurcación oscura, el vampiro la guio a través de una puerta de piedra que apenas era visible en la penumbra. Se cerraron en una bodega húmeda y oscura, con el aire impregnado de moho. La chica se apoyó contra la pared, respirando con dificultad, mientras él vigilaba la puerta, atento a cualquier movimiento.
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Editado: 22.01.2025