Susurros en la penumbra

Capítulo 16

La brisa nocturna cargaba un peso inusual mientras Carmen y el vampiro caminaban juntos hacia el sitio designado para el ritual. Los árboles se alzaban a su alrededor como sombras vigilantes, y el silencio de la noche parecía contener la respiración, anticipando lo que estaba por suceder. Ambos se resistían a aceptar el pacto, mas sabían que la unión mágica era la única manera de protegerse de la creciente amenaza de la Inquisición.

Llegaron al claro donde Madre Sabia y un pequeño grupo de brujas esperaban con expresiones solemnes, rodeadas de velas que creaban una luz parpadeante en el centro del lugar. El ambiente estaba cargado de una energía extraña y casi tangible. La cazadora miró al vampiro de reojo, sintiendo que él también compartía su incomodidad. Sin embargo, ninguno dijo nada. Sabían que la resistencia era inútil.

—¿Están listos? —preguntó Madre Sabia, con sus ojos oscuros recorriendo ambos rostros.

La chica asintió en silencio, con sus ojos fijos en el cáliz de plata que la anciana sostenía entre las manos. La sangre, el último vínculo entre enemigos y aliados, el último lazo que los uniría en esta lucha.

—Para realizar el pacto de sangre —dijo Madre Sabia, comenzando a preparar el ritual—, deben entender que este vínculo no puede romperse hasta que se cumpla el propósito que los une. Se protegerán mutuamente, sentirán el dolor del otro y compartirán sus fortalezas, pero también sus debilidades.

El vampiro mantenía una expresión inmutable, aunque la muchacha podía percibir una chispa de incomodidad en sus ojos. La noción de estar tan íntimamente conectados los repelía, y sin embargo, el pacto de sangre era el único amuleto que podría protegerlos de la letal persecución de la Inquisición.

Madre Sabia tomó una daga ceremonial y el filo brillante capturó la luz de la luna. Con movimientos precisos y solemnes, le indicó a la joven que extendiera su mano. La chica respiró hondo y, a pesar del impulso de retroceder, extendió su mano hacia la bruja, observando cómo la anciana hacía una pequeña incisión en su palma. No fue un corte profundo, pero de inmediato la sangre comenzó a manar, donde el rojo oscuro contrastaba con el blanco de su piel.

La bruja le indicó al vampiro que hiciera lo mismo. Sus ojos oscuros la observaron con una intensidad inquietante, mas sin decir una palabra, extendió su mano y dejó que Madre Sabia repitiera el mismo proceso en su piel pálida y fría. Una vez que ambos tenían las palmas sangrantes, la bruja los guió para que unieran sus manos.

El contacto fue inmediato y electrizante. Carmen sintió el frío de su piel, un frío casi antinatural que, sin embargo, llevaba una extraña calidez oculta en su profundidad. El vampiro también pareció sentirlo, pues su mirada se fijó en ella, como si en ese contacto silencioso y simple se intercambiaran secretos que nunca habían estado dispuestos a revelar.

—Por la sangre de ambos, declaro que este pacto está sellado —dijo Madre Sabia en voz baja, con un tono solemne mientras alzaba el cáliz hacia la luna—. Con esta sangre, juran protegerse el uno al otro, compartir sus fuerzas y debilidades hasta que el destino de esta lucha se cumpla. Si alguno de vosotros traiciona este juramento, ambos sufrirán las consecuencias.

A medida que hablaba, la cazadora comenzó a sentir una energía extraña, una especie de vínculo que se entrelazaba entre ellos. Era una conexión sutil, pero profunda, algo que iba más allá de las palabras. Sintió como si una parte de su esencia se uniera a la de él, y en ese instante, los límites entre ambos parecieron diluirse.

La luz de las velas se intensificó por un instante, y el viento sopló con fuerza, apagando las llamas en una ráfaga rápida. Cuando la oscuridad volvió al claro, supo que el pacto estaba completo.

—El ritual ha finalizado —anunció Madre Sabia, con su voz resonando en la quietud de la noche—. A partir de ahora, compartís un vínculo que va más allá de las palabras. Usarlo con sabiduría.

Carmen soltó la mano del vampiro con rapidez, como si el contacto la quemara, aunque sentía el eco de su frialdad todavía en la palma. Había esperado sentir alivio cuando el ritual terminara, y en cambio, un nuevo peso caía sobre sus hombros, uno que no era solo físico, sino algo más profundo, como una marca invisible sobre su alma.

—¿Cómo de fuerte es este vínculo? —preguntó el vampiro, con el ceño fruncido, aún mirando la marca en su palma.

Madre Sabia lo miró fijamente, antes de esbozar una sonrisa enigmática.

—Es tan fuerte como vosotros lo permitáis. Vuestra voluntad y emociones lo alimentarán. Si lo veis como una carga, será una carga. Pero si eligen ver en él una herramienta, descubrirán el poder que puede brindarles.

La chica apartó la vista. La sola idea de estar conectada con él de aquella manera la llenaba de desconfianza y algo de resentimiento. Ella había vivido años persiguiendo y cazando a las criaturas de la oscuridad, y ahora, se encontraba compartiendo un vínculo con uno de ellos, como si el universo se burlara de sus convicciones.

El vampiro, sin embargo, la observaba con una expresión inescrutable. Su mirada no reflejaba ni satisfacción ni disgusto, solo una aceptación resignada. Sabía que esto era necesario, mas la tensión entre ellos aún persistía.

—Carmen —dijo finalmente, con su voz baja y controlada—. Esto no cambia nada entre nosotros. Aún somos quienes somos, y este pacto no cambiará la naturaleza de lo que ambos defendemos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.