La noche estaba llena de tensión. La luna apenas asomaba entre las nubes oscuras que se arremolinaban sobre Sevilla, como si incluso el cielo se rehusara a iluminar el inminente enfrentamiento. En las sombras de un viejo monasterio abandonado, los clanes de criaturas sobrenaturales se reunían para discutir una alianza imposible. Cada facción —vampiros, licántropos, brujas y seres oscuros desconocidos— sabía que la Inquisición se acercaba, más fuerte y preparada que nunca.
La líder de los vampiros, Luciana, estaba de pie en el centro, observando con una mezcla de desafío y resignación a las demás criaturas. Su presencia imponente, con su capa carmesí ondeando ligeramente, parecía atraer las sombras. Ella conocía bien el peligro que enfrentaban, pero su confianza nunca flaqueaba. Era la última descendiente de una larga línea de vampiros antiguos, y el deber de proteger a su clan estaba grabado en cada fibra de su ser.
—Nos enfrentamos a un enemigo común —comenzó la vampiresa, con su voz firme y clara—. Si no dejamos a un lado nuestras diferencias, no habrá un amanecer para ninguno de nosotros.
Los murmullos comenzaron a aumentar entre las filas de licántropos y brujas, mas fue Damián, el alfa de los licántropos, quien interrumpió, lanzando una mirada de desconfianza hacia Luciana.
—¿Y por qué deberíamos confiar en vosotros, los bebedores de sangre? —rugió, sus ojos centelleaban con el brillo dorado de la luna—. No olvidamos las traiciones pasadas. Las alianzas entre nosotros nunca han durado.
Los miembros de ambos clanes se miraron con el rencor que les habían inculcado durante generaciones. Nadie confiaba en el otro, y la desconfianza no era sin razón. La historia de Sevilla estaba plagada de traiciones entre los clanes; cada uno había buscado su propia supervivencia a expensas del otro. Sin embargo, esta vez era diferente. Si caían uno a uno, la ciudad sería purgada de toda magia, y el fuego de la Inquisición consumiría no solo a sus enemigos, sino también los últimos vestigios de poder que aún resistían.
—Damián tiene razón —intervino Cecilia, la líder del aquelarre de brujas—. Pero también sabemos que, si no nos unimos, seremos devorados por la misma llama. La Inquisición viene con un odio renovado y armas que nunca hemos visto antes. Ellos han capturado a una de nuestras hechiceras y, con sus conocimientos, pueden vernos incluso en la oscuridad.
El silencio que siguió fue sepulcral. Luciana cerró los ojos un momento, asimilando la información. La situación era aún más grave de lo que había previsto. Con una hechicera de su lado, la Inquisición tendría el poder de rastrearlos y cazarlos como nunca antes.
—¿Y quién liderará esta alianza? —preguntó con voz áspera alguien desde las sombras. El silencio se tensó aún más. A nadie le gustaba la idea de someterse a otra autoridad.
En medio de las dudas y las miradas desconfiadas, una figura encapuchada se adelantó. Era Adrián, un demonio errante que no pertenecía a ningún clan en particular, pero que había hecho de Sevilla su hogar. Sus ojos rojos brillaban con una intensidad inquietante.
—Propongo que dejemos de lado las jerarquías y que el liderazgo se distribuya según el conocimiento de cada quien sobre nuestros enemigos. Solo así funcionará —dijo con calma, con su voz resonando en el aire cargado de tensión.
Por un momento, la multitud pareció inclinarse ante la lógica de su propuesta, y uno a uno, los líderes asintieron con una mezcla de renuencia y resignación. No les gustaba ceder el control, mas la supervivencia estaba por encima de sus orgullos.
Cuando la noche avanzó y los preparativos comenzaron, cada clan se retiró a sus áreas asignadas para organizarse y fortalecer sus defensas. Los vampiros reforzaron las zonas más apartadas de la ciudad, utilizando sus habilidades para moverse en silencio. Los licántropos, por su parte, se adentraron en los bosques circundantes, formando una red de vigilancia que avisara en cuanto se detectara la menor señal de la Inquisición. Las brujas y hechiceras se reunieron en el bosque cerca del río, formando un círculo de poder que les permitiría lanzar conjuros protectores sobre sus aliados.
La tensión entre los grupos era evidente, pero poco a poco, comenzaron a trabajar con una sincronía inusual, dejando de lado las antiguas rencillas. Los licántropos confiaban sus vidas a los vampiros cuando patrullaban, y las brujas entregaban conjuros de protección incluso a quienes habían considerado enemigos hasta hacía poco.
Luciana se encontraba en las murallas del monasterio, observando cómo su gente se preparaba. Sabía que el amanecer traería la batalla y que la Inquisición no escatimaría en brutalidad. A su lado, Damián miraba la escena con un semblante sombrío. A pesar de su desconfianza, el vínculo de respeto que había empezado a formarse entre ellos era innegable.
—Supongo que deberíamos haber hecho esto hace mucho tiempo —murmuró él, sin apartar la vista de los preparativos.
La vampiresa soltó una risa amarga.
—La supervivencia suele ser la mejor aliada de la reconciliación.
Él asintió, y, en un gesto inesperado, extendió la mano hacia ella. Ella dudó un momento antes de tomarla, uniendo simbólicamente a dos facciones que habían sido rivales por siglos.
El amanecer trajo consigo el sonido de tambores de guerra y las campanas de alerta que retumbaban desde los campanarios de Sevilla. La Inquisición avanzaba con paso firme, con sus filas uniformes y ordenadas, cada uno de sus soldados empuñando armas benditas, forjadas para causar el mayor daño posible a las criaturas que consideraban abominaciones. Los estandartes ondeaban sobre sus cabezas, y en sus rostros había una determinación despiadada, alimentada por el fanatismo.
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Editado: 22.01.2025