La noche caía sobre Sevilla con un silencio inusual, como si la ciudad misma contuviera el aliento en anticipación del enfrentamiento final. La Inquisición había reunido a sus fuerzas, y esta vez no había espacio para juegos de sombras o intrigas sutiles. Era una guerra abierta. Las calles de la ciudad, normalmente llenas de vida, ahora eran el escenario de una batalla entre las fuerzas de lo sobrenatural y los inquisidores decididos a erradicarlos.
La chica avanzaba con pasos calculados, con su cuerpo tenso y en alerta. A su lado, el vampiro mantenía la vista fija en el frente y la expresión oscura y feroz. Se movían en perfecta sincronía, un equipo improbable unido por una causa común y algo más profundo, algo que ella apenas comenzaba a comprender. Habían dejado atrás la desconfianza, aunque fuese solo por esta noche, y en su lugar había una sensación de conexión que le daba fuerzas.
El primer grupo de inquisidores apareció en una estrecha callejuela, con sus siluetas apenas visibles en la penumbra. Carmen y el vampiro intercambiaron una mirada, y sin palabras, avanzaron hacia la confrontación. Ella desenvainó su espada, los músculos de sus brazos se tensaron al prepararse para la pelea. Al lado de ella, el vampiro flexionó las manos mientras sus uñas se transformaban en garras afiladas.
La batalla comenzó.
El sonido del acero al chocar llenó el aire. La cazadora se movía con una habilidad perfeccionada, evadiendo los ataques y respondiendo con precisión mortal. A cada lado de ella, otras criaturas luchaban: brujas lanzando hechizos, licántropos que se transformaban en bestias poderosas, vampiros luchando entre las sombras, y súcubos e íncubos usando sus poderes para desorientar a los soldados de la Inquisición. Pero, a pesar de su fuerza, la batalla era brutal y agotadora.
En un momento crítico, un inquisidor corpulento se abalanzó sobre Carmen, blandiendo una daga de plata. Ella bloqueó el ataque a duras penas, mas la fuerza del hombre la hizo tambalear. Antes de que pudiera recuperar el equilibrio, el vampiro se movió con velocidad sobrehumana, apartando al inquisidor y lanzándolo contra una pared con tal fuerza que el hombre cayó inconsciente. Sin una palabra, el vampiro volvió a su posición junto a ella, y la chica le dirigió una mirada agradecida, aunque sabía que ambos eran demasiado orgullosos como para expresar abiertamente su gratitud.
—¿Cansada? —preguntó él en tono de burla, aunque su voz denotaba una inquietud genuina.
—Ni lo sueñes —replicó, esbozando una sonrisa desafiante, y ambos se lanzaron de nuevo a la refriega.
A medida que la noche avanzaba, Carmen comenzó a notar algo distinto en la forma en que peleaban juntos. Cada movimiento estaba en perfecta sincronía, como si sus cuerpos entendieran el lenguaje de la batalla sin necesidad de palabras. En un momento, un segundo grupo de inquisidores los rodeó, y ella, jadeante, sintió que sus fuerzas empezaban a disminuir. Sin embargo, una extraña calidez la envolvía cada vez que sentía la presencia del vampiro cerca de ella. Era como si, en medio de toda esta violencia, él fuera una especie de ancla que la mantenía firme.
Lograron romper el cerco. La batalla se dispersó por las callejuelas de la ciudad, y ambos se encontraron refugiados en el interior de una pequeña iglesia abandonada, rodeados de una calma momentánea. Los dos respiraban agitadamente, cubiertos de sangre y sudor, con sus cuerpos al límite. La muchacha notó cómo él la observaba, con su mirada intensa y cargada de una emoción que no pudo identificar del todo.
—¿Te das cuenta de lo que has hecho? —preguntó él, con su voz suave y, a la vez, penetrante—. Te has convertido en lo que juraste destruir.
Ella apretó los labios, reconociendo la verdad en sus palabras. Durante años, había cazado criaturas sin dudar, sin cuestionar sus propios motivos. Pero ahora… algo había cambiado. El vampiro la observaba con una mezcla de ternura y dureza que ella jamás había esperado de él.
—Supongo que la vida tiene formas extrañas de mostrarnos lo que somos en realidad —respondió, sin apartar la vista de él.
Antes de que pudiera reaccionar, un tercer grupo de inquisidores irrumpió en la iglesia, cortando su momento de calma. Ella y el vampiro se lanzaron nuevamente a la batalla. Esta vez, peleaban con una fiereza aún mayor, impulsados no solo por el instinto de supervivencia, sino por la necesidad de protegerse mutuamente.
La batalla fue intensa, con ataques y defensas continuas, cada uno cubriéndose el uno al otro sin dudar.
En un momento, la chica fue derribada y sintió el peso de un inquisidor encima de ella, con su cuchillo descendiendo hacia su pecho. Cerró los ojos, preparándose para el golpe. No obstante, antes de que el acero la alcanzara, sintió cómo el peso desaparecía de su cuerpo. Al abrir los ojos, vio al vampiro arrodillado junto a ella, con su respiración agitada y sus ojos ardiendo de furia.
—No vuelvas a ponerme en una posición en la que tenga que salvarte —dijo él con una voz ronca, y ella no pudo evitar sonreír ante su terquedad.
—Como si te hubiera obligado a hacerlo —respondió, empujándose a sí misma para ponerse de pie.
Ambos se miraron en silencio, y en ese instante ella comprendió algo que la estremeció. Este vampiro, su enemigo, había pasado de ser alguien a quien debía odiar a convertirse en una persona en quien confiaba, alguien de quien dependía. La intensidad de este descubrimiento le provocó un vértigo, una sensación que no podía ignorar.
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Editado: 22.01.2025