Susurros en la penumbra

Capítulo 19

La madrugada envolvía a Sevilla en un velo de penumbra, desgarrado únicamente por los ecos distantes de la batalla. La ciudad, testigo de una lucha feroz, ahora reposaba bajo una calma ominosa. Carmen avanzaba por las calles en silencio, con cada paso abriéndose paso entre cuerpos caídos y ruinas. Su corazón latía desbocado, y no solo por la adrenalina de la pelea que acababa de vivir; había algo que no podía borrar de su mente: el vampiro, quien, en el momento más crítico de la batalla, había arriesgado todo por salvarla.

Aquel recuerdo seguía fresco. Estaban rodeados, y ella, en un descuido, había sido acorralada por tres inquisidores que la superaban en número y fuerza. Sabía que podría haber sido su fin, sin embargo, él apareció. Sin dudarlo, el vampiro se interpuso entre ella y el peligro, recibiendo un golpe que habría sido mortal para cualquier otra criatura. La sangre había manchado su rostro, y él no retrocedió. Con una furia desatada, peleó hasta que los inquisidores cayeron, y cuando la última amenaza fue erradicada, él la miró con una intensidad que hablaba más que cualquier palabra.

La cazadora estaba exhausta y herida, pero la imagen de él al derrumbarse, con su cuerpo resistiéndose a ceder pese a la gravedad de sus heridas, no dejaba de atormentarla. ¿Por qué había arriesgado tanto por ella? ¿Y por qué le importaba tanto su bienestar ahora? Durante años, había creído que el odio hacia los vampiros era el único lazo que los unía. Y ahora, tras su sacrificio, sentía cómo sus creencias se tambaleaban.

Caminando entre las sombras, ella lo buscó, pasando por calles vacías y patios en silencio. Finalmente, lo encontró apoyado contra un muro, con la mirada perdida en el cielo nocturno. La luna iluminaba sus facciones, y en ese instante, él parecía un espectro del pasado, un ser atrapado entre la humanidad y la oscuridad. Ella se acercó lentamente, insegura de cómo romper el silencio que los envolvía.

—¿Por qué lo hiciste? —inquirió en un susurro.

Él bajó la mirada hacia ella, una leve sonrisa irónica asomaba en sus labios.

—¿Esperabas que te dejara morir? —replicó, mas sus palabras carecían de burla. Había algo suave, algo sincero en su tono que la sorprendió.

—No, pero… no esperaba que tú te arriesgaras tanto —confesó ella al sentir que cada palabra la acercaba a una verdad que no estaba lista para aceptar.

El vampiro la observó en silencio por un instante, y luego desvió la mirada hacia el horizonte. Una expresión sombría cruzó su rostro.

—Quizá porque encontré algo en ti que no esperaba —admitió con suavidad. Su voz era apenas un murmullo, como si temiera que las palabras pudieran romper algún hechizo tácito entre ellos.

La joven sintió que su corazón se aceleraba. No podía definir lo que sentía, pero aquella confesión, tan vaga y a la vez tan clara, le dejaba sin aliento. Las palabras de odio y desprecio que antes parecían tan naturales entre ellos ya no tenían el mismo sentido. De repente, su enemistad parecía una farsa, una capa de protección que ahora se desmoronaba.

—La Inquisición ha perdido mucho esta noche —comentó ella, buscando cambiar el tema y desviar el foco de su vulnerabilidad—. Pero a costa de demasiadas vidas. Hemos perdido aliados importantes… y otros simplemente no volverán.

Él asintió lentamente, y en sus ojos se reflejó el peso de la batalla.

—Lo sé. Esta noche cambiará muchas cosas, no solo en Sevilla, sino entre nuestras propias filas. A veces, perder es necesario para entender qué estamos dispuestos a sacrificar —respondió, con una tristeza que ella no había notado antes en él.

Sintió un impulso repentino y se acercó más, hasta quedar junto a él. Sin saber por qué, su mano encontró la de él, un gesto que no habría imaginado en otro momento. Él la miró sorprendido, pero no apartó su mano. En lugar de eso, sus dedos se entrelazaron suavemente, y en ese instante ella sintió una conexión indescriptible, como si toda su vida hasta ese momento hubiera sido una preparación para ese momento de paz en medio del caos.

Sin embargo, la paz fue breve. Desde las sombras, un gemido se elevó, interrumpiendo el momento. Ambos se giraron para ver, y entonces descubrieron a una joven criatura, herida y temblorosa. Era una de las brujas del refugio, una de las pocas que habían logrado sobrevivir. Carmen soltó la mano del vampiro y se acercó a la joven, quien miraba con ojos llenos de temor y dolor.

—Tranquila, ya todo ha terminado —le dijo con suavidad mientras le ofrecía apoyo.

La bruja asintió, y en sus ojos brilló un rayo de esperanza.

—Gracias… por no abandonarnos —murmuró, antes de cerrar los ojos y caer en un sueño agotador.

Carmen la observó en silencio, con sus palabras resonando en su mente. ¿Cuántas vidas había cambiado esa noche? ¿Cuántos sacrificios habían sido necesarios para llegar a este momento? El vampiro se acercó y colocó una mano sobre el hombro de la cazadora.

—Hoy descubrimos que las alianzas, aunque sean frágiles, tienen un poder que desconocemos —dijo él, su voz era un eco de sus propios pensamientos.

La chica asintió, sintiendo que, por primera vez en años, comprendía la profundidad de su propio dolor y el de los demás. Aquella noche, con la ciudad aún herida y el eco de la batalla disipándose, ella y el vampiro entendieron que, a pesar de sus diferencias, habían encontrado en el otro un propósito. En medio de la oscuridad, en un mundo que siempre los consideraría enemigos, ellos habían hallado algo inesperado: un motivo para seguir luchando, no solo por sus propias vidas, sino por la esperanza de una convivencia que hasta ahora había parecido imposible.




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