Susurros en la penumbra

Capítulo 20

El amanecer comenzaba a despuntar sobre las cúpulas de Sevilla, bañando la ciudad en tonos cálidos y dorados. Carmen y el vampiro caminaban juntos, con sus pasos resonando en el silencio. Aunque las cicatrices de la batalla aún estaban frescas, sentían una nueva energía y propósito; la Inquisición había sido debilitada, y con su caída, surgía una oportunidad para un renacer en las sombras.

La chica miró al vampiro, que caminaba a su lado, silencioso y reflexivo. Desde aquella noche en que ambos se enfrentaron cara a cara con sus propios sentimientos, algo había cambiado entre ellos. Habían empezado como enemigos, aliados solo por la necesidad de sobrevivir. Y ahora, algo más profundo, algo que ninguno de los dos podía seguir negando, los mantenía unidos.

—No pensé que llegaría este día —murmuró ella para romper el silencio—. Todo parecía tan claro antes: cazaba criaturas de la noche y luchaba por un propósito. Pero ahora… —se interrumpió, buscando las palabras adecuadas.

Él la observó, con sus ojos reflejando la sabiduría de siglos. En lugar de una respuesta inmediata, tomó su mano, y la calidez de su toque envió un escalofrío por su cuerpo.

—Quizá es porque nuestro propósito ha cambiado —respondió él con suavidad—. Nos enfrentamos juntos a algo más grande que el odio o el miedo. Esa lucha nos transformó, Carmen, y ahora tú y yo… somos distintos.

La forma en que lo dijo, sin rastro de duda, hizo que ella sintiera una especie de paz que jamás había conocido. Toda su vida había vivido bajo la sombra de la venganza, luchando contra un enemigo que creía comprender. Sin embargo, el vampiro le había enseñado que el mundo de las criaturas sobrenaturales era tan complejo y frágil como el de los humanos. Y, entre ellos, ambos se habían encontrado en un territorio donde el odio ya no era suficiente.

Se detuvieron bajo un arco de piedra, uno de los pasadizos secretos que conocían bien tras sus recorridos juntos por la ciudad. La intimidad del lugar, oculta y lejana de miradas curiosas, los envolvió. Ella sabía que este era el momento para enfrentar la verdad que había evitado tanto tiempo.

—¿Y ahora qué? —preguntó, con una mezcla de esperanza y temor en su voz—. ¿Qué nos queda después de todo esto?

Él sonrió, una sonrisa sincera que transformó su rostro.

—Nos queda un camino —contestó, tomando ambas manos de ella entre las suyas—. Tal vez no será sencillo, pero ¿no es así como empezó todo? El riesgo es algo que siempre hemos compartido, desde el principio.

El vampiro la acercó a él, y, por primera vez, no hubo reservas en su abrazo. No eran la cazadora y la presa; eran simplemente ellos dos, en su esencia más pura. Se miraron, y entonces, sin una palabra más, él inclinó la cabeza y rozó sus labios con los de ella.

Carmen cerró los ojos y se entregó al beso, profundo, cargado de promesas no dichas y emociones reprimidas. Ya no había lugar para el odio; solo quedaba el vínculo que habían forjado en las sombras.

Al separarse, ambos compartieron una sonrisa y un entendimiento tácito. Sabían que el mundo no los aceptaría fácilmente: una cazadora y un vampiro unidos, un contraste que desafiaba todas las normas y tradiciones de ambos lados. Pero también sabían que habían encontrado algo que superaba a sus propias identidades.

—¿Estás segura de esto? —le preguntó él, con la seriedad de quien entiende la magnitud de lo que les esperaba—. A partir de ahora, somos un equipo. Los humanos y las criaturas no entenderán nuestra unión, y quizá querrán detenernos.

—Lo sé —contestó ella con firmeza—. No obstante, después de lo que hemos pasado, sé que no hay nada que pueda alejarnos.

Los dos avanzaron juntos, conscientes de que la paz que disfrutaban era efímera y que vendrían tiempos difíciles. Sin embargo, sabían que, juntos, podían hacer frente a cualquier adversidad. La cazadora sentía que, por fin, tenía un propósito que no dependía de odio ni de venganza, sino de algo más fuerte, algo que la impulsaba a enfrentar lo que fuera necesario para proteger el vínculo que había nacido entre ellos.

Mientras la ciudad despertaba con los primeros rayos de sol, los dos se adentraron en el nuevo día, preparados para el desafío que significaba su vida compartida. Sin embargo, una duda aún quedaba en los pensamientos de la chica. No sabía cómo abordarlo, pero debía hacerlo. Miró al vampiro mientras caminaban y preguntó sin más preámbulos:

—¿Cómo te llamas?

Él la miró con incredulidad, parpadeó desconcertado y le dedicó una sonrisa antes de contestar:

—Prefiero que me llames con algún diminutivo empalagoso que usáis los humanos para referirse a sus parejas.

—No pienso llamar “Cariño” o “Terroncito” cuando estemos en plena batalla.

—¿No sería desconcertante para el enemigo?

—Por favor, dímelo. Te prometo que no se lo diré a nadie —suplicó ella al quedar quieta en medio de un callejón.

—Aurelio de la Vega.

La cazadora se quedó petrificada, observando el rostro de él con sorpresa.

—Dime tu nombre de verdad —le dijo incapaz de creer que ese fuera su verdadero nombre.

—Ese es mi nombre. ¿Tan extraño te parece?

—¿No me estás mintiendo? —preguntó sin poder creerlo aún—. No me esperaba ese nombre. De acuerdo… Tenías razón.




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