—Buenos días — cantó la dulce voz cerca de su oído —. Despierta cariño. No puedes llegar tarde aunque seas el jefe.
Santiago suspiró pero no se movió. Seguía con el brazo cubriéndole los ojos mientras intentaba disimular una sonrisa.
Las suaves manos de Margaret comenzaron a acariciar su pecho mientras intentaba despertarlo a besos. Cosa que funcionó pues al poco tiempo Santiago la tenía entre sus brazos.
—Vamos. Hay que ir a trabajar.
—No quiero Magi. Quiero estar aquí contigo.
Magi sonrió y tiró de la sábana para tratar de levantarlo.
—Ves. Tuve razón anoche. Hay que hacer el amor temprano o el fin de semana pues en las mañanas no quieres levantarte — dijo sonriendo.
Si ese era su tono de regaño estaba muy lejos de hacer que Santiago se sintiera culpable de haber coqueteado con su esposa en el supermercado para llegar ansiosos buscando la alcoba.
—Sí. Prometo hacerte caso si tú, dejas de ser tan sensual — dijo sentándose en la cama para contemplarla andar por la habitación con una de sus camisas que le quedaban enormes.
—Pues déjeme decirle señor Santiago que eso no me será posible — aseguró Margaret acercándose a él de la forma más sensual en que podría hacerlo una mujer que usa las camisas de su marido.
Ambos sonrieron con picardía antes de besarse y que Magi corriera a la ducha seguida por Santiago.
***
—¿Irás a trabajar hoy? ¿Te cambiaron el turno? — preguntó Santiago viendo a Magi con el uniforme puesto y corriendo de un lado a otro tras el desayunador que dividía la cocina del pequeño comedor.
—Bueno, sí y no. Pero hoy es para cubrir un turno. Annie me ayudó la última vez, así que, se lo debo.
—Ah ok. — Se limitó a responder tomando un trozo de jamón ahumado que se veía tan apetitoso.
—Eh. Eh. Eh. ¿Qué haces?
—Eh. ¿Comer jamón?
—¿Qué dijo el doctor?
—Nada de …
—Nada de excesos de colesterol. Nos ha costado mucho mantener la dieta balanceada y no me la vas a arruinar. Hay que seguir cuidando el colesterol, la presión, ah por cierto, tomate las pastillas.
—¿Y estas para que son?
—Vitaminas y calcio.
—Magi. Ya no quiero.
—Amor. Es por tu salud. Por favor. Hazme caso. Toma tu jugo de naranja. Está rico. Lo acabo de sacar. El doctor dijo que tus huesos y defensas es lo que más debemos cuidar desde ahora. Así que se un niño bueno y tomate tus medicinas y desayuna.
Santiago suspiró. Tenía razón. Siempre la tenía. Cómo llevarle la contraria a ese ángel. Se preocupaba tanto por él. En todos los sentidos.
—No. Esa azúcar no. Esta es la tuya — dijo Magi dándole un frasco de vidrio con el contenido más blanco y fino.
—Esta azúcar no me gusta — se quejó como un niño.
Pero Magi solo se puso a reír.
—Te ves tan lindo cuando haces esos berrinches. Pero ya sabes por qué es.
—Sí. El azúcar. “Es un milagro que a su edad no tenga problemas con el azúcar” — citó con voz exageradamente fingida.
Margaret se echó a reír mientras revolvía su café.
—Esta cosa ni siquiera es dulce. Parece harina.
Así que esta vez, solo por el imperativo capricho de hombre, Santiago le puso dos cucharadas más de azúcar dietética a su café bajo en cafeína.
Estaba por reclamar que no era justo que ella comería chuletas y él no, cuando notó que lo miraba fijamente. Sonreía de una forma graciosa y apoyaba la barbilla en el dorso de su mano.
—Te amo.
Santiago sonrió.
—¿Qué? ¿Por qué te ríes?
—Porque yo también te amo Magi — dijo acercándose a ella.
—¿Sí?
—Sí. Aunque me obligues a comer sano y me llenes de vitaminas y quién sabe qué más.
Ambos sonrieron buscando los labios del otro hasta profundizar ese beso. Jamás se cansaría de sus dulces besos, de sus labios carnosos y suaves. De su melodiosa voz, de su lujuria interminable que lo hacía sentirse treinta años más joven.
—Cielo. Hay que irnos — susurró Magi con la respiración temblorosa.
De más está decir que el corazón de Santiago trabajaba a mil por hora. Que suerte que ya se había tomado la pastilla de la presión o ya habría sufrido un infarto.
***
—Así que… todo bien ¿eh? — preguntó Lucio alzando la ceja y una sonrisa pícara en los labios cuando estaba con Santiago a solas en la oficina.
—Sí. Sí — dijo distraídamente el aludido.
—Me refiero a … anoche. Todo bien — repitió con una cara de viejo verde lujurioso.
En seguida, Santiago cambió el semblante por completo.
—Y a ti qué te importa.
—No. No. Yo solo decía — tartamudeó retrocediendo —. Es que vienes con esa cara y ….
Pero la indignación pasó a irá cuando el bocón de Lucio se cubrió la boca con las manos.
—Y te recuerdo bien que el empleado aquí eres tú y que de quién estás haciendo esos comentarios insinuantes es de MI ESPOSA.
—Si. Si. Lo siento. Tienes razón. Fui un idiota. Te. .. te traeré los libros y… y le diré a Marta que te haga un café — decía caminando en reversa —. ¿Quieres un café? Con leche. No. Sabes qué, yo te lo haré.
Dio una palmada al ver que Santiago lo ignoraba por completo así que salió corriendo. Era mejor no molestar al jefe.
Pero cuando la puerta se cerró, Santiago no pudo aguantar las ganas de reír.
Tenía que admitirlo. Era feliz. Y qué hombre no lo sería después de la increíble noche con su mujer.
Estaba impaciente porque las horas pasaran rápido y volver a casa.
Seguía con los ojos cerrados cuando un mensaje hizo su móvil vibrar. Era ella. Claro que era ella.
Se enviaban mensajes instantáneos a todas horas y de lo más cursis en ocasiones. Como un par de novios en pleno Febrero.
Cartas, notas, regalos, cenas sorpresas, escapadas románticas y noches de velas. Secretos bajo la ducha y todo lo que pudiera compartirse, hasta el silencio.
Con ella, Santiago era capaz de sentirse como nunca creyó.
Editado: 20.05.2021