La paz y tranquilidad de casa ayudó a la jaqueca de Santiago. Tanto escuchar a Jaime de los mil y un estilos de cabello, ropa, tratamientos, dietas y sexualidad lo tenía mareado.
Se sentía como si hubiese ido a un curso intensivo para ser todo un metrosexual del siglo XXI. Era demasiado.
Buscó una pastilla en el cajón de las medicinas que Magi tenía en la cocina y se tiró al sofá.
Las palabras de Jaime seguían resonando. Y no podía evitar preguntarse: "¿Tendrá razón?".
Supo que se había quedado dormido en el sofá cuando escuchó a Magi entrar haciendo ruido con el montón de cachivaches que venía tirando por todo el camino.
—Ay, amor. Te desperté. Lo siento.
—No. No. Te estaba esperando — dijo poniéndose en pie con dificultad porque una de las piernas parecía estar un poco dormida.
—¿Tienes hambre? Te traje un poco ternera. Pasamos a ese lugar de comida hindú. Estaba rico.
Magi tenía demasiadas energías. Sacaba todos los comprados del supermercado y los clasificaba para luego ordenarlos en su lugar mientras que Santiago a penas podía tener los ojos abiertos.
De pronto Magi se reía por algo.
—Ajá — dijo Santiago antes de un bostezo.
Magi sonrió y negó con la cabeza.
—No escuchaste, verdad.
—Sí. Sí. Los niños, el curri, la película. Sí. Sí. Que bueno linda.
—Mejor vámonos a dormir — dijo empujándolo.
Adoraba a su esposa. Le rodeó con el brazo dejándose llevar por el pasillo.
Logró darse una ducha como siempre, estaba muerto. Esperaba a Magi en la cama quien por cierto estaba tardando demasiado en el baño.
—Linda. ¿Ya vienes? — preguntó con un brazo sobre los ojos.
Pero al buscarla con la mirada la encontró apoyada contra el marco de la puerta. Usaba esa bata de seda color vino que le obsequió hace dos años cuando perdieron el equipaje durante las fallidas vacaciones. Tenía un pantalón como complemento pero, no lo traía puesto.
—¿Estás cansado?
—Eh…. No mucho. No. No — dijo mirándola de pies a cabeza.
Esa sonrisa traviesa le dijo que algo estaba tramando.
—Es que…. Te tengo una sorpresa — dijo balanceándose sutilmente.
—¿Me compraste algo?
—Algo así — dijo mordiendo su labio inferior —. Pero, si tienes sueño, podemos dejarlo para después.
—No. No. No tengo nada de sueño — respondió sentándose en la cama.
La risita de Magi le electrizó el cuerpo.
Entonces Magi mostró sus manos que habían permanecido escondidas tras su espalda y sacó un enorme lazo rojo que colgaba de una cinta del mismo color y se la puso al rededor del cuello.
—¿Tú eres el regalo?
—No lo sé. Parte de la sorpresa es desenvolver el obsequio — dijo haciéndose la inocente.
Santiago sonrió con ella y fue a tomarla de la cintura para atraerla.
Los besos y susurros comenzaron sutilmente hasta hacerse más hambrientos. Pero había que ser sinceros, Santiago estaba cansado, agotado del día caminando y paseando con Jaime. No tenía las energías necesarias o requeridas para la ocasión.
—Lo siento… — se disculpó recuperando el aliento.
—Está bien — dijo Magi acariciándole el rostro con una sonrisa —. Descansemos. Seguiremos el viernes.
—Me parece — agradeció besándola con cariño.
Se acomodó a su lado y le cubrió con la sábana para recogerla entre sus brazos.
—Pero sí me ha gustado. No creas que no.
—Que bueno — respondió Magi acomodándose en su pecho —. Eso es suficiente para mí.
Podía sentir la sonrisa en su voz. Era feliz. Claro que su esposa era feliz. No le importaba que no hubieran hecho el amor locamente. No, ella no era así….
… ¿O si?
***
Hasta en sueños escuchaba la voz de Jaime dándole infinitos consejos sobre lo importante de un cambio de imagen.
—Mejor vamos, que Magi me está esperando — apuró con tal que Jaime dejara de hablar.
Se encontrarían en el centro comercial como tantas veces, pero en esta había algo diferente.
Bajó del auto y vio a Magi del otro lado, sentada a la mesa de ese café que le gustaba tanto. Sus amigas también se encontraban ahí dejando un lugar vacío, obviamente para él.
Estaba por cruzar la calle luego que un auto pasara cuando vio que un hombre, desconocido por cierto, se acercaba a ella y le saludaba de beso.
La escena le congeló la sangre. El tipo le había puesto la mano en el hombro y la deslizaba por todo su brazo hasta dejar sus manos entrelazadas.
Parecía que las demás lo conocían pues le sonreían. Lamentablemente la visibilidad no era buena. Todo lo que tenía era la espalda del tipejo hijo de su purísima madre.
Por alguna razón se le hacía conocido, pero pronto cayó en cuenta que se trataba de la ropa. Se parecía mucho a la que vieron en el maniquí esa tarde.
—No puede ser — dijo sin darse cuenta de que sus pensamientos estaban siendo expresados en voz alta.
—Te lo dije.
Ya había olvidado que Jaime estaba ahí.
¡Eso era! El energúmeno vestía igual que el modelo del escaparate.
—Ves. A eso me refería— insistió Jaime.
—¡Cállate! Magi no es así.
Intentó correr hacia ella pero no pudo. La fuerza en tu contra tan típica de los sueños apareció de pronto. Era incapaz de moverse. Así que intentó llamar la atención de Magi pero tampoco funcionó. No lo escuchaba.
Ni siquiera Ceci, ni Gloria, ni Verónica lo veían u oían. Era invisible.
La desesperación lo estaba invadiendo. Tenía un nudo en la garganta que se hacía más grande cada momento mientras seguía viendo a ese mal nacido hablando con su esposa.
De pronto se puso en pie, la tomó de la mano y se despidieron de los demás.
—¡Magi! ¡Magi! — Gritaba a todo pulmón con lágrimas en los ojos.
Pero tanto intento lo había dejado afónico. No podía pronunciar palabra. Y ella se iba con él. Tenía que hacer algo.
Entonces se detuvieron frente a ese local de bebidas naturales donde Magi siempre compraba sus jugos raros. Miraba el menú mientras el hombre que no debió nacer nunca se ubicaba tras ella y le hacía cosquillas en la cintura.
Editado: 20.05.2021