Sweet as Honey

Capítulo 4: Los tenis.

A la mañana siguiente, Magi aún seguía profundamente dormida, y cómo no estarlo. Aún podían escucharse pequeños gimoteos entre suspiros de desconsuelo al dormir. Pobrecilla. Se había quedado dormida entre lágrimas y caricias. 

 

Con cuidado de no despertarla, Santiago salió de la cama pero de inmediato las ganas de volver a quedarse otro rato más a su lado lo hicieron suspirar al recordar la razón del porqué tenía que madrugar hoy. 

 

—Hola. Buenos días — saludó entrando minutos después con el desayuno en las manos. 

 

Magi sonrió y sus ojos se llenaron de lágrimas de inmediato al ver el rico desayuno. 

  

—Ya no llores linda. Por favor. Mejor come, te sentirás mejor — prometió sentándose a su lado en la cama. 

 

Magi recibió los besos en su mejilla pero enseguida se excusó diciendo que iría a lavarse la cara y los dientes. 

 

—¿Ya te vestiste? — preguntó Magi al verlo con el uniforme puesto. 

—Ah sí, es que tendré que pasar haciendo algo antes de llegar al negocio. 

—¿Tan temprano? 

—Sí. Es que llegará un proveedor nuevo y nos dejó en primero lugar en la ruta y pues le prometimos que estaríamos ahí temprano para recibir la carga.

—¿Prometimos? No habrás hecho que los pobres lleguen a esta hora, o si. 

—No. Solo Lizz. Ella… tiene las llaves de la bodega y me está ayudando — contestó nervioso. 

—Lizz. Me parece. Es muy eficiente. Que bueno entonces.

—Sí. Yo … iré… iré a hacer el café — dijo más nervioso de lo normal. 

 

Después del enfado que le dió anoche, era mejor tenerla contenta y no darle muchos detalles. 

 

Pero en lo que la cafetera terminaba su tiempo, Santiago se puso a rebuscar en los rincones de la sala el anillo. Incluso en las bolsas de las compras de ayer pero las tonterías hacían mucho ruido y era posible que Magi lo escuchara. 

 

Al asomarse por el pasillo  el agua de la ducha decía dónde estaba Magi, eso le daba unos minutos más pero la alarma de la cafetera le dijo que el tiempo se acabó. En eso, un mensaje de Jaime entrante diciéndole que no se fuera a echar para atrás terminó de irritarlo. Odiaba haber accedido a salir a correr y por cierto la ropa deportiva parecía haber desaparecido entre las bolsas. 

 

Entonces recuerda: "la ropa". 

 

Si Magi la veía, era hombre muerto. Tenía que sacar esa ropa de ahí y seguramente la sortija estaría en el bolsillo del pantalón. Así que se promete que sacará las prendas del baño lo más pronto posible, pensando que hasta tendría que llevarla a una lavandería. No podía permitir que la viera entre la ropa de la lavadora. 

 

Con los nervios a flor de piel, como si la evidencia de un asesinato estuviera en el cesto de ropa, giraba en la habitación rezando porque no fuera a ser descubierto. 

 

Revisó en la cómoda, en la mesita, en las sábanas y el joyero de Magi en busca del anillo pero nada. Angustiado vuelve a revolver el cajón de los calcetines pero negando al mismo tiempo que esté ahí, recordaba habérsela puesto ayer. 

 

¡¿Dónde está?!

 

Corrió a la sala revolviendo una bolsa pequeña de papel que también estaba oculta tras el sillón. Corrió de regreso con el arma homicida en las manos y se aseguró de que Magi siguiera bañándose.

 

 

El frasco de aluminio color gris decía en las instrucciones: agitese bien antes de usar. El estilista había dicho que hiciera dos aplicaciones y que luego peinara con los dedos. 

 

Hizo así y presionó el botón del atomizador. Sólo había visto a Magi hacer eso y él sólo había usado un aerosol al poner veneno para los bichos en las esquinas. 

 

Después de casi morir intoxicado por el químico, se pasó rápido las manos por el cabello y buscó dónde esconder el bote. En el último segundo se le ocurrió ocultarlo en el cajón de abajo. Ese no se usaba mucho. 

 

—¿Qué buscas amor? ¿Qué es eso que huele? — habló Magi apareciendo en la puerta haciendo una cara graciosa. 

 

El susto fue tal que Santiago tembló y terminó atrapando uno de sus dedos en el cajón. Hoy Magi había amanecido demasiado observadora y preguntona. 

 

 

—El bloqueador solar. Creo que huele así por la crema. Ah y tú café. 

—Ah, gracias... y qué buscabas — inquirió tratando de mirar hacia la cómoda pero Santiago se puso rápidamente en su campo de visión. 

—Aquellos calcetines que me diste que son de colores….

—Ah, los psicodélicos. Yo te los busco — se ofreció sonriendo. 

 

Pero Santiago le cortó el paso de inmediato. Tampoco podía encontrar el spray fijador. Tendría que buscar un lugar seguro para esas cosas. 

 

 

—No. No importa ya me voy. Tú, quédate aquí, come, descansa — decía llevándola a la cama y besando su frente. 

—¿Que dices que harás? 

 

"Ay Magi, ¿por qué hoy?". 

 

—Cosas del inventario y ...

—Si no me sintiera tan gorda, hinchada y no tuviera la incomodidad que tengo en este momento, te pediría fervientemente que no te fueras — dijo entre besos y sujetándolo. 

 

Esa reacción era más fácil de manejar así que le siguió la corriente con los besos cuando Magi dijo de pronto: 

 

—¿Te cortaste el cabello? 

—Ah sí. Algo…. ¿Te gusta? — preguntó apartándose bruscamente de la cama. 

—¿A tí te gusta?

—Pues no sé, qué dices tú.

—Me gusta. Y si a tí te gusta y te sientes bien, pues me gusta más. 

 

Esa era la respuesta que necesitaba. Suspiró aliviado y le sonrió para luego acunar su rostro con cariño y besarla dulcemente. 

 

—Amor, que suaves tienes las manos — observó Magi interrumpiendo el beso. 

—Ah sí — dice retirándolas —, creo que ya están haciendo efecto las cremas que tanto me dices que me ponga. 




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