Todavía no se acostumbraba a eso del gimnasio, las salidas nocturnas sin su esposa y mucho menos llegar tarde… muy tarde a casa. Pero a Magi parecía no molestarle. Es más, ni le decía nada.
Quizás Jaime tenía razón, necesitaba de su propio espacio para salir con sus amigos, tener esas noches de hombres dónde se la pasaban viendo algún partido en una pequeña taberna de la ciudad y tomando cerveza. Sin esposa, sin prisas ni presiones.
Ese día Jaime le propuso que fueran a otra parte a cenar. Un restaurante bar nuevo y que estaba bien recomendado. Ya le había agarrado el gusto a la ropa nueva así que ahora siempre cargaba una mudada extra. Le envió un mensaje rápido a Magi para que no lo esperara a cenar y listo.
El sentido de culpabilidad le mordió el estómago. Últimamente estaba dejando sola a Magi. A ella parecía no importarle y decía alegrarle que se divirtiera pero…
Revisó el teléfono y no había respuesta aún. Quizás había salido con sus amigas o andaría haciendo algo por ahí en la casa. Sí, ella estaba bien.
—No puede ser — dijo Jaime de pronto.
—¿Qué?
—Mira quién está allá.
—¿Quién? ¿Dónde?
—Allá, en la entrada. Junto a la mesera. Wow. No me lo creo.
Santiago trató de identificar al par de mujeres que vestían muy guapas, en especial la rubia. Tenía un toque muy elegante y sofisticado para aquel lugar. Vestía como si fuera a una recepción de restaurante caro que por una cerveza a un bar.
—M… no. No doy quién es.
—¿Que no es Cristina?
Santiago aún no lograba identificar a la mujer elegante.
—Tina. Por Dios Santo. Tu ex en la universidad.
"¡¿Tina?!".
—¿Tina? ¿Esa Tina? — preguntó incrédulo mirándola de pies a cabeza.
Lo último que supo de Tina es que se fue a estudiar al extranjero y, con el tiempo, se casó.
—No ha cambiado nada — apuntó Jaime.
—Cierto.
—Hablale.
—¿Qué? No.
—¿Por qué no? Dijiste que quedaron como amigos, no. Somos viejos conocidos, saludala.
Jaime terminó convenciendolo aunque Santiago sentía un poco de temor. Había pasado mucho tiempo, demasiado. Tuvieron un pasado juntos, uno muy bonito pero eso había acabado. Ahora solo se trataba de dos extraños. Seguramente ni lo reconocería.
Pero para sorpresa de Santiago, Tina se acordaba perfectamente de ellos. En seguida Jaime logró hacer el ambiente más relajado luego de las presentaciones. Tina por su parte, les presentó a Ana, una amiga con quién decidieron salir esa noche.
—Ves, te dije que era bueno salir — dijo Anna —. Se encuentra uno con buenos amigos y hace nuevos.
El último comentario lo dijo mirando con malicia a Jaime quien no lo pasó desapercibido y comenzaron un plática más animada por separado. Casi parecía que habían olvidado que existían más personas a su alrededor.
En cambio Santiago y Tina les estaba costando un poco arrancar.
—Quiero decirte Santiago que… me ha alegrado verte. Mucho.
—¿De veras?
—Sí — respondió repentinamente sonrojada.
Bajó la mirada y se tocaba los dedos hasta llegar al anular donde lucía un gigantesco diamante.
—A mi igual — concordó Santiago —. Y me alegra ver qué te ha ido bien. ¿Cómo está tu esposo?
Por alguna razón estaba comenzando a sudar y el estómago solo se revolvía más. Por cierto, la cerveza no ayudaba en nada.
—Ja. Mi esposo — dijo cambiando por completo la expresión a una más tosca. Parece que tocó el tema equivocado.
Jaime y Ana se levantaron diciendo que irían por unos tragos. Mientras tanto, los otros dos suspiraron al mismo tiempo al quedarse solos, era un alivio tener un poco de privacidad.
—No, yo… Ni siquiera sé por qué sigo usando esto — dijo molesta.
Se quitó la sortija y la guardó en su bolso de marca francesa.
—Lo lamento — agregó Santiago un poco incómodo.
¿Qué se le podía decir a una mujer en esa situación?
—Gracias pero, ya lo he superado. Bueno, eso creía hasta que me has hecho ver que todavía sigo siendo la misma estúpida de siempre al cargar ese desgraciado anillo. Debería venderlo.
—No digas esas cosas Cristina. No lo eres. Si él no supo valorarte, no te eches la culpa. No tiene idea de lo que perdió — dijo acercándose un poco en un intento de consuelo.
La mujer sonrió haciendo que sus labios de rosa encendido dibujaran una línea curva.
—Antes no me llamabas así.
Santiago no pudo evitar sonreír.
—Tienes razón. Tina. O, debería llamarte señora de…
—Señorita. Soy oficialmente soltera desde hace tres años y medio — cantó orgullosa alzando su bebida.
—Por la libertad — apoyó en el brindis.
—Sabes … me alegra saber que estás bien. Te fue mejor que a mí. Aunque me sorprende que sigas soltero. Alguien como tú debe de ser muy codiciado.
Un calor extraño le subió desde las tripas hasta el rostro y Cristina comenzó a reír al ver su reacción.
—No cambias.
—Ni tu.
Se sonrieron dulcemente recordando los buenos tiempos. Cuando todo era amor, sueños y magia.
—Ey chicos. Queremos ir a bailar. ¿Se apuntan? — preguntó Jaime rompiendo el momento.
—Eh….
Santiago y Cristina se miraron rápidamente buscando ayuda en el otro.
—Vamos. Es muy temprano para ir a casa — insistió Anna.
—Si, la noche es joven. Es aquí cerca. Qué dicen.
—Si tú vas voy yo — sentenció Cristina.
Aquello lo dejaba entre la espada y la pared. Hacía mucho que no la veía y realmente quería pasar otro rato con ella. Además, era temprano. Podría volver a casa como a las doce.
Editado: 20.05.2021