Sweet as Honey

Capítulo 8: Silencio y sorpresas.

Siempre se había preguntado cómo es que existían hombres capaces de engañar a sus esposas. Cómo podían volver a casa como si nada y hasta hacer el amor con ellas. Qué clase de canallas eran esos que tenían el descaro de engañar a mujeres inocentes.   

 

Ahora, mientras se acomodaba en la cama junto a Magi quien dormía tranquilamente ignorante de lo ocurrido esa madrugada, volvía a hacerse las mismas preguntas y sentir el peso de la traición aplastando su pecho. 

Volvió a mirar a su esposa y le abrazó prometiendo que no volvería a verla. 

 

 

*** 

 

—No te escuché llegar anoche — comentó en el desayuno. 

—Es que no quise despertarte. 

—Gracias. 

Volvieron a quedarse en silencio. Santiago había amanecido algo raro. Demasiado callado. 

—Hoy no saliste a correr. 

—Ah, no. Me sentía algo cansado. 

—Ah bueno. Está bien. Es bueno descansar del ejercicio. 

—Sí. 

Ni siquiera la miraba. Quizás sí, solo estaba cansado. 

 

 

—¿Te pasa algo? 

—No. Por qué. 

—Estás muy callado. 

—Solo pensaba. 

—¿En qué? 

—En unas cosas del trabajo. 

—M. Por cierto, ¿cuándo iré a trabajar de nuevo? Me hace falta ir. El medio turno del SPA me deja mucho tiempo libre. 

—Veré cómo estamos esta semana. 

—Ok.

Y eso fue todo. 

Siguió un tanto distante al volver del trabajo. No fue al gimnasio y a penas y si comió. Algo lo tenía realmente preocupado pero lamentablemente Santiago era un hombre que no decía palabra al estar molesto o angustiado. Debía ser grave. 

Hizo el intento de sentarse junto a él en el sillón para ver algo pero la cosa no cambió mucho. De pronto se levantó diciendo que tenía sueño. 

 

Estaba a sólo treinta centímetros de ella en la cama pero era como si estuviera a kilómetros. 

El silencio continuó unos días más. Parecía que volvían a su rutina, es decir, a la ausencia de Santiago por las noches. 

Y así llegó el sábado. 

—Hoy… almorzaré con las chicas — anunció mientras él se vestía para ir a trabajar. 

—Está bien — respondió asintiendo. 

Las ganas de preguntarle qué estaba pasando volvieron pero recordó el consejo, darle su espacio. Aunque eso significara tragarse las dudas de por qué seguía sin decir la verdad de su anillo. 

Ni siquiera se despidió al salir. 

 

Echó la ropa a lavar y, como de costumbre, revisaba los bolsillos de pantalones y camisas con la excepción de que olfateaba cada camisa. 

 

—Esto es ridículo — dijo tocando su frente. 

 

Últimamente estaba teniendo fuertes dolores de cabeza. Pero necesitaba respuestas y ya que Santiago no las daría, tendría que conseguirlas de otro modo. 

 

Estaba harta de esperar, tenerle paciencia y darle su espacio. 

 

Se detuvo en una camisa que olía a cigarro y quién sabe qué más. Santiago no fumaba. 

 

Volvió a repasar la prenda con el sentido del olfato como un sabueso hasta dar con algo en concreto. 

 

"Perfume de mujer". Y claro que no era el de ella. Podía percibir el aroma en toda la prenda. 

 

Asustada, revisó botón por botón, costura por costura hasta llegar al cuello de la camisa donde el aroma era mucho más fuerte y, por si fuera poco, habían marcas de lápiz labial. 

 

Corrió a rebuscar en su maquillaje con lágrimas en los ojos. No podía ser suyo, no tenía ni idea que Santiago tenía esa camisa y ella tenía semanas de no usar un lápiz labial color rosa como ese. 

 

Dejó caer su peso hasta llegar al suelo. Rebuscó en el cajón de sus cosas hasta dar con el recibo del otro día. El número seguía escrito en el reverso. 

 

Marcó de inmediato pero se detuvo antes de tocar la tecla de llamada. ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué haría? ¿Qué diría? ¿Qué esperaba descubrir? 

 

Sintiéndose más ridícula y confundida que hace un momento se quedó sentada en el suelo con el teléfono en una mano y la camisa en la otra. 

 

Escribió un mensaje a Santiago diciéndole que le amaba. Un mensaje de dos palabras pero que transmitían la esperanza que seguía teniendo en él. 

 

—¿Cómo van las cosas? — preguntó Gloria. 

—Igual… o peor… Ya no sé ni qué pensar — dijo con un nudo en la garganta. 

—Animate. Ya va a pasar. Además, el martes es su aniversario. Y dijiste que Santiago tiene algo preparado. 

—Sí, bueno eso dijo Liz. 

—Pues no te preocupes. Solo es una etapa de la relación. El siguiente año estarán riéndose de todo esto. 

—Sí — respondió tratando de poner al mal tiempo buena cara. 

—No se te olvide que llegarán tarde mañana para la fiesta sorpresa que ya no será tan sorpresa — dijo Annie muy alegre. 

 

Es cierto, sería un día especial. 

 

***

 

La melancolía, las esperanzas de que todo mejorará o el temor porque no fuese así, fueron los motivos que le hicieron tomar el álbum de fotos de la boda. 

 

Sonreía con cada una al ir pasando las páginas. Había fotos graciosas, otras donde alguno de los dos cerró los ojos y en otra ambos. Era de reírse ya que la captura fue perfecta a excepción de ese detalle. Otras eran muy románticas y el resto eran trocitos de felicidad de ese día. 

 

Cinco años se habían ido como si nada. Y aunque muchos les decían que todavía vivían en la luna de miel, estaba claro que ya no. 

 

Habían bajado del crucero que los llevó al paraíso de islas con arena blanca, cócteles servidos en cocos y piñas. Amaneceres púrpuras y anocheceres de fantasía. 

 

Ahora transitaban en medio del tumulto de personas. Entre el tráfico y el ruido de la gran urbe. 

 

Escuchó la puerta abrirse y se limpió en seguida las mejillas. 




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