Sweet as Honey

Capítulo 9: Martes.

—Tu esposa me escribió — anunció Jaime cuando se detuvieron para tomar aire—. Me invitó a… una cena. El martes. 

—Ah sí… Magi dijo algo de eso. 

—¿Algo especial? 

—No, solo… siempre llegan unos amigos y cocinamos, algunos bailan. No es de tu estilo pero, habrá comida y bebida gratis — bromeó. 

—Ah, te refieres a que no es de un hombre soltero. ¿No hay bailarinas? — dijo siguiendo el juego. 

—M. Me temo que todas están casadas. 

—No soy celoso — dijo riendo —. Bueno, el caso es que no podré. 

—¿Por qué? 

—La mudanza, recuerdas. 

—Ah sí. 

—Si. Que pesadilla. Y aún no he ido por cajas. Discúlpame con ella. Llegaré otro día a cenar. 

—Había olvidado eso. Es mañana, cierto. 

—Dios. Sigues en la luna. Te dije que ya no pensarás en eso. 

—No. No…. Ya …No. 

—No se lo habrás dicho a Magi, verdad. 

—No. Eso no. 

—¿Entonces? ¿Qué te preocupa? Además, solo fue una vez. 

—Más o menos — respondió cabizbajo. 

—Bueno, sí, saliste con ella dos o tres veces, pero eso fue todo. Se acabó. Y mientras Magi no sepa nada, todo estará bien. 

—Sí…. 

—Oye, es lo mejor. Ya te lo diré yo. No por nada existe el dicho: ojos que no ven, corazón que no siente. Y es preferible que no vea ni sienta. 

—Es verdad — respondió aún no muy convencido. 

 

 

Mentirle así a Magi no estuvo bien y de paso, mentirle a Tina. No se lo merecían. Pero Jaime tenía razón, era mejor que las cosas quedaran así. 

 

Un mensaje de Tina lo sacó de sus pensamientos. Decía sentirse sola y nostálgica. Y que creía que el mejor remedio era salir pero, no conocía lugares. 

 

 

>>¿Podrías ser mi guía esta tarde?<< 

 

"Bueno, no pasa nada, somos viejos amigos", fue la excusa para aceptar verse, esta vez en casa de Tina. 

 

 

*** Tina ***

 

—Ay Dios. Qué me pongo — decía probando los mil y un atuendos del armario y tirando en el sofá los descartados. 

 

Bebió otro trago de vino para estar más tranquila. No podía entender por qué estaba tan nerviosa. 

 

Era una tontería, una cosa de chiquillas sentirse nerviosa por aquel que le atraía. Ella ya no se comportaba así. 

 

Pero por mucho que trataba de convencerse, su estómago no dejaba de burbujear. 

 

No quería parecer demasiado arreglada pero tampoco andar en pijama así que logró armar un conjunto sencillo pero delicado, bonito. 

 

Se tiró en las sábanas blancas y sonrió al cerrar los ojos. Que loca era la vida. Tantas vueltas para venir a parar aquí, al principio. Era casi predestinado. 

 

Si creyera en el destino, apostaría todo a que su camino estaba junto a Santiago para siempre. 

 

Quizás era lo que él dijo aquella noche, todo lo malo, lo triste y el dolor, era para llegar a él. 

 

Rebuscó en el cajón aquella foto vieja que aún conservaba. Era su favorita y que, sin razón aparente, decidió conservar todos estos años. Quién diría que volverían a estar juntos. 

 

Regresó a su lugar en la cama con la foto pegada a su pecho y volvió a soñar con aquel beso. Había sido mágico, maravilloso. Como si nada hubiera pasado. 

 

Y ahora era mucho mejor. "Está tan guapo" pensaba con la sonrisa boba. La verdad es que los años le habían sentado bien. Nunca se lo imaginó así pero, ahora que lo meditaba, solo la hacía sentir una adolescente enamorada de nuevo. 

 

Haber encontrado a Santiago era un regalo de la vida. Y eso solo significaba una cosa, él era y sería el amor de su vida. No podía dejarlo ir. No. No cometería ese error de nuevo. 

 

De pronto el timbre la despertó. Todo estaba a oscuras así que se guardó la foto en el bolsillo y llegó tanteando las paredes hasta el interruptor. Santiago esperaba en el marco de la puerta, esperando refugiarse un poco de la lluvia que repentinamente apareció. 

 

Le dejó entrar de inmediato haciendo que dejara todo un charco en la entrada. 

 

—Espero esa alfombra no se cara — comentó él mientras se secaba con una toalla. 

—No te preocupes por eso. Vamos a la cocina, haré algo caliente o te enfermarás. 

 

Se adelantó con las manos temblorosas. ¡Santiago estaba en su casa! ¡A SOLAS! 

 

Pensar en la redunda posibilidad la ruborizó y dejó más nerviosa. Fugazmente repasó todo su atuendo como si fuera de vital importancia en ese momento. 

 

 

—Ya veo que te sigue gustando el minimalismo.

—Ah, no. Es que no tengo aún todo. He ido comprando a pocos los muebles. 

—Pues si un día quieres ir de compras, avisame. Sé de un lugar que da buenos precios — dijo a sus espaldas. 

 

 

Se quedó un momento en silencio hasta que recordó lo que debía decir …

 

—Gracias. 

 

 

...y hacer. 

 

 

—¿Te gusta el café? 

—Claro, si. Y, creo que al final tendremos que hacer algo aquí. No creo que deje de llover pronto — observó poniéndose de pie para mirar por la ventana. 

 

 

Se distrajo un momento mirándolo. Nunca se aburriría de hacerlo. 

 

 

—Pasé el otro día por tu tienda — dijo para tratar de ir pasando los nervios —. Pero no te vi.

—¿De veras? Es que yo paso en la trastienda. En oficina. 

—Claro,eres el jefe — dijo sonriendo. 

—¿Y qué te pareció? — preguntó ahora mirándolo. 

 

 

"Dios mío, es tan guapo". 

 

Parpadeó de prisa y volvió a respirar. Era difícil concentrarse con él tan cerca. 

 

 

—Me gustó. Y la atención, excelente. De hecho, te compré café. Ya casi está — dijo muy animada con la bolsa en mano y mirando la cafetera. 




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