20/06/2018
Apago el grifo de la ducha, y enrollo una toalla blanca en mi cintura, antes de abrir la puerta de cristal y plantarme frente al espejo, con el cuerpo y el cabello aún goteando agua.
Por primera vez, en bastante tiempo, me paro a mirar detenidamente al chico de ojos azules, que me devuelve la mirada desde el cristal. Es atractivo, no puedo negarlo por mucho que quiera. Cabello castaño con mechas rubias, gracias a mi madre, aunque ahora se encuentran oscurecidas por el agua. Piel pálida, que resalta el color claro de mis ojos, y, que se encuentra cubierta por la tinta de los tatuajes en todo mi cuerpo salvo en el rostro. En muchas zonas, los tatuajes resaltan la complexión ancha y musculosa que tengo, mientras que en otras, la ocultan.
No estoy mal.
Sonrío a mi yo en el espejo, y el pequeño hoyuelo en mi mejilla izquierda aparece, pronunciado, burlándose de mí. Es de las pocas cosas que heredé de la genética de mi padre, y la única que me gusta.
Porque le gusta a mamá.
—Déjate de chorradas, y arréglate.
Cojo la toalla pequeña color morado que hay al lado del jabón de manos, y comienzo a secarme el pelo con ella saliendo del baño, yendo directo al armario en busca de ropa.
Algo que me gustó cuando decidí alquilar el apartamento es que, las dos habitaciones que hay, tienen baño privado. Uno, el mío, más grande que el otro, pero práctico para las visitas. Aunque solo vengan los dos macacos y Halle.
—Si llevo esto de nuevo mi madre va a ahogarme —hago un mohín viendo los dos trajes buenos que tengo entre la ropa de segunda mano.
Mi madre me ha llamado hace unas horas, mientras estaba en el gimnasio, para pedirme, que por favor, fuera a la gala benéfica anual que organizaba mi padre. Iba a haberme negado, pero no puedo decirle que no a ella, menos teniendo en cuenta lo que para mi madre simboliza esa fiesta.
Así qué aquí estoy, viendo cual de los dos trajes, los únicos que mi padre me ha comprado para ocasiones como ésta, visto esta noche. Aunque ya he usado ambos, y mi madre odia que repitamos vestimenta en éstos eventos, pero no lo suficiente como para llevarle la contraria a su marido.
—El negro será —puede pasar por uno nuevo...espero.
Dejo el traje negro sobre la cama y guardo el marrón de nuevo al fondo del armario, rezando por no tener que volver a sacarlo en un tiempo. Cojo ropa interior de los cajones inferiores, me la coloco antes de dejar caer la toalla sobre el suelo, manteniendo la pequeña alrededor de mi cuello. Miro el traje extendido sobre el borde de las sabanas grisáceas, debatiéndome en sí aún es muy tarde para negarme a ir a ese circo de sonrisas fingidas, halagos fáciles e hipocresía.
Suspiro, cansado de solo pensar en las horas que tengo por delante, porque, sé, que acabaré estando allí, de una u otra forma.
—Una hora Liam, en cuanto empiecen los donativos, marchate —tomo los pantalones—. Solo una hora.
Mientras intento convencerme a mí mismo del tiempo que estaré en aquella casa, termino de ponerme el traje. Chaqueta y pantalón negros, y una camisa blanca abotonada debajo de la chaqueta abierta. Cojo los mocasines de debajo de la cama, y los llevo hacia la entrada para colocármelos antes de salir.
Una de las reglas principales de mi casa es, que nada de zapatos en él. Cada persona que entra por esa puerta, debe dejar sus zapatillas en el pequeño zapatero que hay a la izquierda. Quién no cumpla, o no quiera descalzarse, se queda en la calle. El suelo está lo suficientemente limpio como para poder comer en él.
Noto el teléfono móvil vibrando constantemente en el bolsillo interior de la chaqueta. Identifico inmediatamente el momento en el que la vibración de los mensajes pasa a ser el de una llamada telefónica. Dejo que la llamada acabe en el buzón de voz, y rápidamente me coloco los mocasines.
Me paso los dedos por el cabello con cierta ansiedad, y miro el reloj de la cocina, desde la entrada.
Si no salgo en diez minutos, llegaré tarde.
Me apresuro a coger las llaves de casa, y las guardo junto a mi teléfono móvil, cuando éste vuelve a sonar. Lo saco del bolsillo a la par que tomo las llaves del coche, y contesto la llamada sin mirar la pantalla.
—¿Quién es? —Mi voz suena más brusca de lo que me gustaría, pero voy con el tiempo justo y los nervios a flor de piel.
Al otro lado de la línea no se oye nada más que una débil respiración. Me detengo con la mano en el pestillo de la puerta, frunciendo el ceño confundido.
—¿Hola? —nadie contesta. Y la persona al otro lado de la línea, cuelga la llamada.
Miro la pantalla del teléfono en el momento en el que el número desaparece. Salgo de casa suspirando estresado, guardando de nuevo el móvil, y maldiciendo a quién sea, que haya decidido que mi número de teléfono es idóneo para hacer llamadas telefónicas. Tengo que frenar en seco en cuanto cierro la puerta de casa, para no tirar una montaña de cajas de cartón que bloquea mi salida.
—¿Quién coño deja sus cosas frente a mi puerta? —grazno, intentando alcanzar las escaleras hacia la entrada del bloque.
—¡Lo siento mucho! —una voz dulce, y con cierto deje de vergüenza, me responde desde detrás de las cajas— Disculpe, me estoy mudando y...
—Me da igual lo que estés haciendo —alcanzo por fin las escaleras, comenzando a sentir las ganas de matar a alguien, y estiro la chaqueta del traje, rezando porque no se haya manchado o estropeado—, quita tus cosas de mi puerta, o acabaran en los contenedores de reciclaje.
No me quedo a esperar una respuesta que sé que, muy probablemente, sería para insultarme. Ya me disculparé más tarde con la nueva vecina, ahora tengo mucha prisa y poca paciencia.
Me lanzo escaleras abajo a paso rápido, saltando de dos en dos los escalones, pidiendo a cualquier deidad que me esté viendo, que sea buena conmigo y haya poco tráfico hasta el lugar de la fiesta.
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Editado: 17.08.2025