La reacción de Halle ante mis palabras es inmediata. Me arrebata el papel de las manos, tan bruscamente, que si lo hubiera agarrado con algo más de firmeza, lo habría desgarrado.
—Déjame leer eso.
Lo que antes leí en silencio, ahora resuena por el salón, con la voz de Halle tensándose cada vez que acababa una frase, y las acotaciones de Noah en voz baja cada pocas palabras mientras se encargaba de mantener dormida a mi hija.
¡MI HIJA!
Me levanto del sofá sin poder soportar más rato el estarme quieto. Me paseo por la estancia pasándome los dedos por el cabello al caminar, debatiendo internamente cuál es el paso a seguir ahora. ¿La prueba de ADN? Seguro, pero ¿y después? ¿Qué hago si esa bebé resulta ser mi hija? ¿Cómo la mantengo? ¿Cómo la crío? ¿Qué hago con la universidad? ¿Cómo cojones me hago responsable de un bebé cuando ni siquiera soy capaz de hacerme responsable de mi mismo? No puedo presentarme en las clases con un bebé que llora, y que no sé cómo calmar, menos cuando me niego rotundamente a cargarla durante cinco horas seguidas. Tampoco puedo decírselo a mis padres, eso le daría la razón a mi padre y me niego a admitirlo. Y mi madre acabaría por contárselo con tal de intentar que el viejo y yo tengamos un mínimo contacto que no acabe en pelea...
Espera, ¿voy a quedarmela?
—Mierda, Liam —Noah me trae de vuelta al salón, dejando atrás la expresión decepcionada del viejo, cambiándola por la suya de preocupación—. Estás jodido.
—¡Noah!
La bebé empieza a llorar, asustada por el grito de Halle, quién inmediatamente empieza a disculparse.
—Gracias por tu ayuda, mamón —bufo, volviendo a mi recorrido de los 100 metros lisos.
—Joder, lo siento —el pelinegro arrulla de nuevo a la criatura, buscando calmar ese ensordecedor ruido, agudo como el chirrido de un cubierto rayando un plato, y que rivaliza con la fuerza de una sirena de ataque aéreo—. Tu no se lo ibas a decir, y alguno de los tres tiene que exteriorizar lo que los cinco estamos pensando. Ya paso, preciosa...
—¿Los cinco? —me cruzo de brazos, deteniéndome nuevamente, viendo a mi amigo con la bebé, y cómo ella se iba calmando ante la dulzura en el tono del macaco, o al menos eso quiero creer— ¿Se te olvidó cómo contar?
—Sean dirá lo mismo en cuanto se le pase la borrachera, y cuando tu hija crezca será de la misma opinión que nosotros, que estás jodido.
Me tenso, y cambio el peso de una de mis piernas a la otra.
—Aún no sabemos si es mía.
—Se nota que no le has visto la cara...
—Noah —Halle se acomoda en el asiento, bajando las piernas al suelo.
—¿Qué? —Él levanta la vista, viajando de mi hacia la rubia— No me jodas, Halle. Sabes que tengo razón.
El silencio de ella me tensa, y en la calma de la habitación me doy cuenta de que la bebé ha dejado de llorar. Pero, lejos de quedarse callada, la pequeña comienza a balbucear. Un sonido suave y jovial que acompaña a las incoherencias que empiezan a llenar el salón.
Miro la manta entre los brazos de Noah, quién está en un combate silencioso de miradas con nuestra amiga. Él tiene razón, no me he atrevido a mirarla, ni siquiera me fije bien en ella cuando la encontramos hace unas horas. Me da pavor verme reflejado en sus pequeñas facciones. Me aterra la sola idea de pensar, que esa inocente criatura tenga que pasar por las manos de los servicios sociales siendo tan pequeña. Tener un padre como yo ya es suficiente castigo, si crece bajo mi tutela no solo no dejaré de decepcionarla, sino que crecerá infeliz y en un hogar roto en mil pedazos.
Sin darme cuenta, he avanzado hasta el sillón en el que Noah sostiene a la niña. Las miradas de ambos me queman, pero mi vista está en las pequeñas y pálidas manitas que sobresalen de la manta de pelo negra que la envuelve. Noah se mueve cuando ve que me quedo clavado en el sitio, y que soy incapaz de avanzar más. Acomoda a la bebé entre sus brazos, dejándola frente a frente conmigo.
Unos pasos pesados suenan por el pasillo, haciendo eco en el silente apartamento, pero ni eso, ni los gruñidos de mi amigo resacoso y recién despierto, me hacen apartar la vista de la bebé que tengo frente a mí.
Tiene el rostro redondito, pequeño, con unos pocos mechones rubios en la cima de su cabeza, algunos de ellos rozándole las pequeñas cejas de igual color. Las orejitas, pequeñas y enrojecidas, pegadas a la cabecita descubierta, con un lunar en la parte superior de una de ellas. Las mejillas regordetas y rosaditas, se encuentran alzadas a causa de la sutil sonrisa que la bebé dirige hacia mi, aunque eso no impide que note la forma cordiforme que tienen, o lo pronunciado de su arco de cupido. La nariz fina, redondita y pequeña, arrugada ante la alegría de su rostro. Y lo que hace que me flaqueen momentáneamente las piernas, viendo en ese bebé lo que tanto temía, el único rasgo físico que odio de mí, y ahora en ella. Unos ojos claros como el mar, idénticos a los que evito ver cada vez que me miro al espejo o cuando voy a la casa familiar. Idénticos a los míos, y a los de mi padre.
—¿Por qué tanto silencio? —Sean hace presencia en el salón, y yo lo tomo como la cuerda a la que agarrarme, y apartar la vista de aquella bebé— ¿Y qué colores hace Noah con un bebé? Oye colega, estás pálido.
—¿Liam?
—Estoy bien Halle, solo... —miro a Sean, tiene una pinta horrible, digna de un borracho recién despierto— aún estoy asimilando la noticia.
Carraspeo y vuelvo mi vista a Halle, evitando volver a mirar de nuevo hacia Noah. Al menos mientras tenga en mi campo de visión esos ojos. Noah parece darse cuenta, se estira hacia la mesa, toma un biberón, y se lo entrega a Halle antes de acomodar a la bebé prácticamente de espaldas a mi.
—Caliéntalo unos veinte segundos más o menos, por favor.
—Claro —Halle toma el biberón y sale del salón, dándole un beso a su confundido novio al pasar por su lado.
—¿Qué noticia tienes que asimilar? ¿Por qué cojines estamos cuidando un bebé? ¿Puede alguien responder mis preguntas?
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Editado: 17.08.2025