Sweet Dream

Capítulo 8: Sentimientos

Mei dormía tranquilamente en una cama que no era exactamente la suya. Rose dormía a su lado, o al menos intentaba hacerlo. Alrededor de una hora antes, Mei había llegado a su casa diciendo incoherencias. Gracias al cielo, su madre no estaba en casa esa noche. 

Fue cuando Rose recordó los ojos perdidos y las pupilas tan dilatadas de Mei, dando a entender que se había drogado recientemente, eso era lo que no la dejaba dormir. 

Así fue como en los brazos de Mei dejaron de verse cortes, siendo su reemplazo pinchazos y moretones. Rose no sabía cuál era peor. 

La primera en levantarse fue Rose, quien se levantó a hacer el desayuno. Sonrió al notar que sería la primera vez que probaba sus dotes en la cocina. 

— Foster. — Resonó en la cocina, haciendo a Rose voltearse con rapidez. 

Sus ojos estaban vacíos, más que la última vez que la vio, más que la vez en la que la encontró cortándose. ¿Era por su culpa? 

— Oh, Stone. — Saludó Rose con naturalidad. Tal vez si fingía no recordarlo, el tema no volvería a salir a la luz, pero ese fue el tema principal a partir de horas después. — Estoy haciendo el desayuno, ¿puedes esperar un poco? — Sonrió como solo ella sabía hacerlo. 

Mei asintió. Rose la miró por un minuto, no tenía el uniforme que debería llevar, porque hoy era sábado. 

El pelo de Mei estaba despeinado, más de lo normal y sus hombros están caídos como si un enorme peso estuviese sobre ella. Su ropa tenía tonos oscuros, entonces entendió. Mei sufría por lo que había dicho, Mei sufría porque sabía que ella no le correspondía. 

Después del desayuno, Rose se dio una ducha y se vistió, encontrando a Mei en el salón, con sus ojos aún perdidos. Rose le acompañó hasta su casa, entró a su cuarto y se sentó en su cama. 

Todo esto sucedió sin una sola palabra por parte de ninguna de las dos, así que ya te imaginas lo incómodo que fue esto. 

Rose miró el libro que había sobre la almohada y se asustó al leer el título. 

— La muerte y el infierno. — Susurró sintiendo un escalofrío pasar por su espalda. 

— Supongo que ahora vas a irte. — Dijo Mei sentándose a su lado. — Da igual, Foster, todos lo hacen.—  Apretó sus puños. — Soy lo suficientemente inmadura como para no resolver mis problemas 
decentemente y mejor ahogarme en ellos. — La miró fijamente y Rose sintió todo el dolor de Mei con tan solo esa acción. — Da igual si no me correspondes. Tal vez algún día muera y ya no tengas que pensar en eso. 

Cuando esas palabras salieron de la boca de Mei, Rose miró rápidamente a otro lado, tomando un libro frente a ella. 

— Stone, los libros que lees son muy variados. Todos tienen títulos que dicen su contenido de una manera bastante rápida. Lees libros que son fáciles de descifrar sin leer lo que hay dentro de cada uno. — Rose abrió el libro en la página 128, la mitad del libro. — Y aunque lees libros abiertos, tú no eres muy similar a ellos, pero su final es muy parecido a ti.  — Miró la frase en rotulador amarillo y sonrió al saber que este no era el libro que tanto anhelaba descubrir. — Todos son diferentes, ninguno se parece a ninguno, al igual que tus sentimientos. — Se levantó y arrojó el libro por alguna parte de la habitación, abrió sus brazos hacia ambos lados y sonrió. — No sabes cuánto me encantaría recibir tus sentimientos y abrazarlos contra mi pecho.—  Miró a Mei. — Pero, justo ahora, no siento ese sentimiento más allá de la amistad que sientes por mí.—  Se abrazó a sí misma. — No entiendo tu interés por diferentes libros y no solo por una categoría en especial. 

Mei procesaba las palabras de Rose. No entendió las palabras de Rose al instante, pero... cuando lo hizo, su rostro se iluminó. 

Rose había dicho "justo ahora, no", lo que significa que aún podía intentarlo. 

— Puedo prestarte mis libros. — Murmuró Mei, mirando su pequeña biblioteca. — Puedo intentar enamorarte también. — Dijo aún más bajo, pero tan claro como Rose jamás pudo escuchar. — Tal vez encuentres el 
encanto de mis libros, o de mí. 

Rose miró por un instante la repisa de libros, y miró después al suelo lleno de ellos. Tragó fuerte y miró sus manos. 

Solo individuos que cometemos errores, algunos sabemos lo que hacemos y otros son inocentes, pero lo peor de todo no es ni siquiera el cometer un error, sino, no aprender de ellos. 

— Eres libre de hacer lo que quieras, Mei.—  Dijo Rose con una sonrisa cerrando sus ojos. Un rubor apareció en sus mejillas, y del mismo modo, apareció en las pálidas mejillas de Mei. 

El día siete. Rose aceptó que Mei se lastimara a sí misma sin saberlo ni pensando dos veces, y a la misma vez, fue la primera vez que Rose llamó a Mei por su nombre.




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