Sweet Haunting

Acto I. Criatura desconocida

“Eso” había aparecido de la nada. Sabrina estaba imperturbable en la azotea donde se había topado a esa cosa, ladeó la cabeza para ver si de esa manera le encontraba forma a aquello que había aparecido por arte de magia.

—Debo estar dormida y soñando mierda, otra vez —dijo con seguridad mientras pasaba de largo aquella cosa transparente que flotaba. No tenía una forma específica, era como si fuera una pequeña bolsa de plástico con dos ojos negros y un intento de boca hecha con hilo negro.

Era más lindo que sus muñecos vudú, eso era claro.

—Humana, ¿no te asusté? —la pequeña criatura se acercó lentamente mostrando una expresión sorprendida gracias a las diminutas cejas que aparecieron, igual de negras que su boca.

—¿Quién demonios se asustaría contigo? —se quejó Sabrina mostrando una actitud agresiva que hizo temblar al espectro. Tal vez una chica normal hubiera lanzado un grito hasta ensordecer a cada ser vivo de los alrededores, pero Sabrina Morrison era diferente de las demás chicas del internado.

Tenía el cabello corto por encima de los hombros, usaba maquillaje llamativo como labios rojos, sombra de ojos negra y delineado de gato, tenía una perforación en la nariz, otra en la lengua y varias en las orejas, parecía un alfiletero humano; su uniforme debía parecer recatado pero estaba desarreglado, tenía broches de varias bandas de rock y metal colocados en su blusa blanca, varias pulseras de cuero adornaban sus muñecas y en lugar de calcetas blancas y pulcras, tenía unas medias de red debajo de su falda, su atuendo terminaba con unas botas de piel, tan negras como su cabello.

—Eres diferente de todas las niñas que han subido aquí —aclaró el fantasma con una dulce voz. Sabrina alzó una ceja, ahora entendía el alboroto de algunas compañeras cuando hablaban de la azotea encantada, creía que eran tonterías de las otras chicas, y en efecto, ahora que veía al “aterrador” monstruo, se daba cuenta de la enorme exageración.

—Sí, yo soy de las extrañas. Así que aléjate antes de que termine comiéndote, bolsa de basura —le gruñó agresiva, caminó hasta una banca que estaba allí y se recostó mirando las blancas nubes sobre el cielo azul. De alguna forma, le agradecía al lindo fantasma por haber alejado a todas las putas que la acosaban día a día.

—Me refería a que tú puedes comunicarte conmigo —aclaró el pequeño fantasma con una sonrisa que abarcaba toda su forma —Mi nombre es Margot Cartwright, morí en 1967, suicidándome al tirarme desde este lugar.

—Vaya, tu vida debió ser un tremendo asco —mencionó la chica con el tono más despreocupado del mundo. No es que le importara una mierda, pero bueno, realmente le importaba una mierda.

—No, en realidad terminé con mi vida por una tontería —la voz de la pequeña criatura se volvió nostálgica. La pelinegra desvió su atención hasta la expresión triste del fantasma y sintió pena, no comprendía los motivos de aquel espectro, pero lo que si entendía era el sentimiento de querer terminar con su vida, muchas veces lo había pensado.

¡PERO EN EL MÁS ALLÁ NO HABÍA PIZZA NI PELÍCULAS DE TERROR!

—Bueno, no sirve de nada que te pongas depresiva, es decir, ya estás muerta ¿no?, disfruta el ahora hasta que puedas descansar en paz, y eso —intentó animarla y luego se maldijo mentalmente, ella no sabía cómo lidiar con las emociones humanas, aunque bueno, Margot ya había pasado a otra “especie”.

—Gracias, eres más amable de lo que dice tu apariencia —mencionó con un tono dulce. Aquella afirmación descolocó a Sabrina, pero no dijo nada, solo sonrió. Era la primera persona, o casi persona, que se lo decía. Todos se fijaban en el exterior, nadie se atrevía a acercarse a ella, la chica tenebrosa del internado.

—De nada.

—Por cierto, ¿cómo te llamas? —preguntó repentinamente.

—Sabrina.

—Tu nombre es lindo —una leve sonrisa se plasmó en aquella fantasma y la chica tenebrosa sintió que, a pesar de que esa mujer ya estuviera muerta, era más cálida que todas las personas que había conocido a lo largo de su vida.

—Margot tampoco es un mal nombre.

Aquella mañana de enero se habían conocido, las eran ajenas a ese mundo, pero de alguna forma se habían encontrado, sus risas se mezclaban en aquella azotea, y sin darse cuenta, algo hermoso se fue creando con su encuentro. Algo que les cambiaría por completo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.