Con cuidado, los pequeños dedos sujetan el mentón del pelinegro, lo elevan apenas, para poder examinar mejor el daño bajo la luz dorada. Sus ojos recorren la piel canela, deteniéndose justo en la esquina de la boca. JiMin chasquea la lengua con desaprobación, antes de suspirar cansinamente.
—Ah... ¿Por qué siempre estás metiéndote en problemas? — susurra negando. Ladea el rostro con suavidad y presiona el bastoncillo de algodón en la comisura de los labios. TaeHyung se deja hacer en silencio, sacudiéndose ligeramente al percibir el líquido que escuece sobre la piel lesionada, ahoga un gruñido a punto de protestar. — No te atrevas a quejarte, Kim TaeHyung. — le reta JiMin con una mirada severa.
—Lo... siento. — musita apenas, sus manos apretujan la tela de las mantas.
—¿Por qué siempre estás metiéndote en problemas? — repite en voz baja el castaño, sin apartar el bastoncillo del rostro contrario. TaeHyung no sabe si el chico en verdad espera una respuesta, pero no cree estar dispuesto a darla. Cierra los ojos, y exhala en un suspiro suave, rindiéndose por completo. Su rostro cae aún más, siendo acunado en la pequeña palma bajo el.
TaeHyung no se sonroja.
Jamás.
Ese tipo de cosas, no le ocurren a él. Desconoce el por qué, a veces cree que es solo el tono de su piel, su complexión... o que muy pocas veces ha estado lo suficientemente nervioso como para ser evidenciado de esa manera. No se colorea, pero puede sentirlo. El calor viajando a su rostro, a sus orejas, a su nuca. JiMin aún le tiene en la palma de su mano, espera que no lo note.
Que no note que, últimamente, le pone nervioso.
Es extraño.
Han vivido en la misma quinta desde que él se mudó a los cinco años. No hablaban mucho en un inicio y JiMin siempre le había parecido un niño algo tímido. Las cosas cambiaron en cuanto fueron inscritos en la misma escuela - una primaria a un par de calles del lugar en el que vivían – y comenzaron a hacer los deberes juntos. Se llevaban bien. JiMin era "ese niño"; tranquilo, buenas calificaciones, el niño a quien otras madres ponían de ejemplo, el que tenía el mejor dibujo, los cuadernos más bonitos, los zapatos más limpios, en un inicio aquello le había hecho sentir incómodo, pero luego descubrió que JiMin se esforzaba mucho y jamás era egoísta. JiMin podía incluso pintar tu tarea solo para ayudarte, "No me importan las calificaciones" le había dicho a TaeHyung mientras le ayudaba a delinear un dibujo. "Solo me gustan las cosas bonitas".
El JiMin de ocho años, era un niño muy tierno. El JiMin que tenía en frente, era mucho más que eso.
Intenta por un instante, olvidar donde se encuentra. Su mente viaja lejos, muy lejos. A un prado extenso y brillante, crecen bajo el infinito cielo azul, aquellas vibrantes y minúsculas florecillas silvestres, son blancas y con un diminuto centro lavanda, si se inclina lo suficiente, puede olerlas. Sus sandalias se hunden a cada paso en medio de la hiedra, y su piel es besada por el sol mientras la brisa despeina sus ondulados mechones azabaches. Aun en sus peores momentos, aquel recuerdo le tranquiliza. El aroma a lavanda, a sol, a prado. El aroma a su hogar.
—¿Estás bien?
Abre los ojos de inmediato. Sus ojos castaños chocan con los enormes ojos avellana que le observan llenos de duda, JiMin ladea el rostro en su dirección cual cachorro ansioso. Está... tan cerca...
—¿Tae? — insiste. El moreno retrocede ligeramente, antes de elevar su índice, presionando un poco sobre la comisura de sus labios, ahí donde había sido golpeado. Se sobresalta cuando la ráfaga de dolor atraviesa su mandíbula, haciéndole apretar los dientes en un siseo.
—¡Eish! ¡No presiones! — se escandaliza el castaño, alejando de inmediato la mano del pelinegro. — ¡Acabo de curarte!
—Odio a esos chicos.
—¿Eh? — murmura JiMin incomprensible. Sus ojos vuelven a abrirse enormemente y su boca de pronto no es más que una pequeña y perfecta "o". Suele pasar cada vez que hay duda en él, su expresión se transforma de inmediato a eso: Nada más que enormes ojos avellanados y gruesos labios rosa levemente entreabiertos. TaeHyung desvía la mirada del gesto. — ¿Qué chicos? — susurra.
—Esos... — baja la mirada al piso de madera —... ya sabes, esos chicos. — JiMin niega con la cabeza, luciendo confuso. El castaño suspira, levantándose del borde de la cama y dirigiendo sus pasos hacia el tocador al lado de esta. Intentando olvidar el ultima par de horas, extiende una mano en dirección a la colección de botellas, admirando la colorida variedad – algunas de cristal, otras de plástico. – Sonríe sutilmente al sujetar una botella ligeramente opaca, es pequeña y la etiqueta parece ser de pergamino, hay grabada en ella la imágen de un durazno.
JiMin no se mueve. Sus ojos lucen tímidos, mientras en completo silencio, contempla al moreno estirar los labios en un puchero dudoso. Lo sabe. Es parte de su naturaleza. TaeHyung, es terriblemente curioso. Siempre le ha gustado husmear en sus cosas. A decir verdad, aquello no le molesta; después de todo, TaeHyung es lo más parecido a un amigo que tiene, la única persona que se había acercado a él a pesar del constante rechazo que sufrió desde que le vieron besando a un chico tras ese viejo cobertizo en la escuela.
—¿Es nuevo? — murmura repentinamente, llamando su atención.