Debo buscar a Amparo y a Aniki, mi vida y esta casa están muy solas desde que no están ellas. No las juzgo, si se aman que se amen, no por eso van a dejar de ser mis amigas a las que tanto quiero.
Tuve que comprar una olla para calentar líquidos ya que se llevaron la mía, pude desayunar, hice algunos quehaceres y me preparé para salir, ahora estoy de camino a la iglesia donde se casaron, quizás pueda encontrar una pista allí.
La gente está nerviosa, asustada, caminan rápido como si quisiesen evitar algo.
Camino hacia la iglesia, falta mucho así que busco un bar para beber algo y coincidencialmente encuentro uno, veo el letrero e intento entrar pero de inmediato el dueño del bar cierra las puertas estando yo a unos metros. Qué raro, hay muchos soldados españoles custodiando las calles.
Avanzo buscando otro bar, pero de repente todo está cerrado. Sigo avanzando, corro por unas calles vacías lo que es muy extraño para las dos de la tarde. Veo a muchos soldados custodiando la entrada del cuartel. Por lo general solo suelen haber 2. Me acerco cuidadosa y escucho la conversación de dos militares.
—No quedó rastro alguno de los cuerpos —Dice un soldado— Hay muchas bajas y heridos de los nuestros, el general viene en camino, se va a enojar.
—Lo que preocupa es que ese incidente nos ha dejado sin pólvora ni repuestos para armas —Añade otro soldado— Joder.
—Disculpa —Pienso en un halago para hacer más amena mi intromisión— Guapo, obra de arte —Me arrepiento de decir eso, creo que por decir cosas así estoy sola— ¿Qué sucedió?
—Pero qué rubia más hermosa —Exclama un soldado español— Tal como las de mi país —Se acerca— ¿Te perdiste?
—Iba de camino a la iglesia —Sonrío coquetamente— Pero antes de ir a la casa de Dios me dio curiosidad de que pasó aquí.
—Te lo contaré —Se quita el sombrero— Pero debéis prometer que no lo diréis a nadie ¿Vale?
—Simón —Otra vez digo palabras que no suelo usar— Sí, quiero decir sí, no se lo contaré a nadie.
—Pues vale —Se aleja un poco de los soldados, mira hacia los lados— Ayer un par de muchachas secuestraron una iglesia y obligó al padre a que las casase, después se metieron en nuestro cuartel y se suicidaron haciendo estallar la pólvora. No quedó rastro de sus cuerpos y tampoco de nuestras armas. Ahora ¿Me daría el honor de invitarla a caminar por el río?
—¿Pero no hubo ninguna posibilidad de que escaparan? ¿Cierto? —Pregunto conteniendo mis lagrimas— Sería muy peligroso que un par de rufianes anduviesen con vida.
—No, antes de que hicieran estallar la pólvora les dispararon a ambas repetidas veces. Yo mismo lo presencié, y por suerte estaba lejos, si no hubiese resultado herido o muerto y no tendría el honor de conocerla.
—Está bien —Digo fingiendo seguridad— Gracias.
Doy media vuelta mientras el soldado me dice algunas cosas, no le hago caso, cae una gota de lluvia frente a mí, debo ver a alguien y debo apresurarme antes de empaparme.
Corro por las calles de Quito, todos los comercios cerrados, no hay ningún carruaje, la ciudad luce solitaria y sin ánimo, un aura gris provocada por la lluvia que está por venir envuelve el día.
Las calles de piedra se convierten en tierra y hierba, he llegado a la montaña. Subo lo más rápido que puedo a pesar de que mis piernas duelen por toda la fuerza que ejerzo, llego a una loma apartada de todo contacto humano y veo algo que llama mucho mi atención y hace que tenga fe de que Aniki y Amparo están por aquí.
Veo una cocina improvisada, piedras forman un círculo y hay leña quemada que a pesar de que no parece reciente no es lo más increíble, me acerco caminando a ritmo normal, mis ojos están apunto de dejar caer lágrimas. Llego a la cocina improvisada y tomo mi anterior olla para hacer café, la que mis amigas se llevaron sin avisarme cuando se fueron de casa.
—Chicas —Digo— Estuvieron aquí.
Tomo la olla y camino en busca de más pistas, quizás más objetos personales, un testigo, huellas, algo. Mi concentración se junta en visualizar cualquier cosa que no pertenezca a la naturaleza y hallo algo, veo a Ezio sentado, con un pincel en la mano y un marco enfrente.
Decido acercarme lo suficiente para hablarle, me paro a su lado y lo miro pintar un momento, en el marco hay un paisaje muy bonito, lo extraño es que todo en el cuadro es de color rojo y las figuras se distinguen con degradado de color.
—Es mucha tinta roja —Digo.
—No es tinta, es sangre —Responde Ezio sin desconcentrarse un segundo, a su lado está el recipiente con su "Tinta"— Estoy pintando exactamente lo último que vio mi más reciente obra antes de morir.
—Ezio —Muestro la olla— Quiero que me digas que sabes de esto.
Ezio deja de pintar, gira la cabeza y observa un momento el utensilio de cocina, vuelve a su posición inicial.
—Oye, rubia tonta —Dice Ezio mientras moja su pincel en sangre— Te envidio, tienes por quien sufrir, pero también te compadezco, ya no tienes a nadie que sufra por ti —Pone la brocha en el marco— Será mejor que guardes esa olla con mucho cariño, Luxanna.
Es así como comprendo que Amparo y Aniki murieron. Es la primera vez que Ezio dice algo con tanto cuidado, tanto que no sentí un baldazo de agua fría, sentí un frío en el corazón que se expandió por todo mi cuerpo.
No lo molestaré más. Ya no me importa el dolor de piernas, que ya mismo llueva y mucho menos importa que esté lejos de casa.
Sostengo la olla con las dos manos, la mantengo bajo mi viente y camino cuesta abajo para salir de la loma, la lluvia no es una sorpresa ya que sabía que iba a suceder, lo que jode es que haya tanto lodo formándose. Mancha mis zapatos y parte de mi pantalón. No detengo mi caminata, avanzo lo que puedo, ya estoy empapada.
Aguanto la lluvia como puedo y sin darme cuenta avanzo un buen tramo, siento que algo estorba en mi camino, golpeo sin querer una piedra y caigo al piso.
Duele el impacto, en unos segundos duelen las rodillas y las palmas ,las tengo lastimadas y sangrando. Con la quijada en el suelo levanto un poco la cabeza para mirar la olla que tenía en mis manos varios metros frente a mí. Apoyo mis manos lastimadas en el suelo, arde pero logro ponerme de pie, ahora estoy sucia hasta el cabello.