Syntaxis: Obscurus

Capítulo 1: La Primera Fisura

“En un mundo en decadencia, donde la magia y la tecnología se enfrentan sin tregua, solo queda una esperanza: no rendirse.”

Mega repetía esas palabras en su mente mientras viajaba hacia Noxar, siguiendo las directrices de la Orden Arcano-Férrea.

A su alrededor, la atmósfera era fría. El cielo, cubierto por el implacable Velo, apenas dejaba pasar la luz, y las llanuras devastadas por la guerra se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Era un paisaje que habría quebrado el ánimo de cualquiera... pero no el suyo.

Junto a él marchaban los Escudos Grises, soldados disciplinados de la Orden, con la misma decisión y disciplina que tanto le adoctrinaron a Mega cuando era joven. A la cabeza iba Kara, una soldado que destaca por encima de los demás y futura aspirante a Custodio, un título al que se puede acceder mostrando valentía y compromiso con la causa.

–¿Crees que de verdad encontraremos allí un servidor? –le preguntó a Mega con ciertas dudas.

–La marca de mi mano… me da la misma sensación que aquella vez –le respondió, mostrando ligeramente el tatuaje en su piel–. Nos estamos acercando.

–Esperemos que todo salga bien. Según el informe de los Búhos, no debería haber mucho movimiento.

En su avance certero pero silencioso, consiguen llegar a Noxar. Una antigua ciudad donde antaño la magia rebosaba, ahora un cascarón hueco, sombrío y podrido. Incluso los Escudos Grises, entrenados para soportar lo indecible, empezaban a notar la tensión.

No sabían qué les deparaba. ¿Qué misterios habrían allí? Lo único que sabían es que serían de los pocos “afortunados” que conseguirían ver un servidor, si es que vivían para contarlo.

Al adentrarse, los pequeños edificios asomaban rotos como lanzas. Las calles, desoladas, dejaban algún rastro de lo que antaño fue un lugar rico y próspero.

Pero algo rompió con la poca armonía que quedaba del lugar. Algo errático, casi fuera de este mundo.

–¡Marchitos! –exclamó la joven Aelith, apuntando a uno de los callejones.

Los Marchitos, seres deformes consumidos en su totalidad por el excesivo uso de la magia, donde su única función es alimentarse de la misma.

Sus movimientos torpes y sus ojos vacíos pero brillantes eran muy característicos. Un aura de maldad les rodeaba, un aura oscura que no se podía ver, pero sí sentir.

Los Escudos se pusieron en guardia, pero Kara les detuvo alzando la mano.

–No nos han visto, así que de momento no son una amenaza –dijo la soldado–. Crucemos la muralla y entremos al núcleo de la ciudad.

Los guerreros se mantuvieron en guardia por unos instantes y, con más dudas que confianza, bajaron las armas y siguieron la formación.

Mega dio los primeros pasos en dirección a lo que parecía una antigua iglesia, situada al fondo de la avenida principal.

–Hoy te quitaré una parte, maldito bastardo. –Pensó enfurecido mientras apretaba el puño–.

El claro avance de la Orden Arcano-Férrica era firme.

Su misión: Llegar a las plantas subterráneas de esa estructura a la que hasta hace poco podían llamar iglesia.

En la entrada les esperaba un comité de bienvenida: Más seres corrompidos sedientos de magia.

Antes de darse cuenta, se abalanzaron sobre ellos, pero como tantas veces habían entrenado, formaron con decisión para frenar su avance.

Mega sacó su espada, Ferrum Lux y con un tajo sutil pero preciso, decapitó a dos de los Marchitos para acto seguido, susurrar con unos movimientos firmes de mano:

–Offensum: Fulmen.

El filo de su espada junto a las runas grabadas empezaron a brillar y unas chispas estallaron hacia delante, disparando unos rayos que abrasaron a varios monstruos más. Kara y los Escudos se encargaron del resto.

–Vaya, casi sin pestañear –dijo Kara con un tono burlón. –Se nota que eres el elegido– Añadió, dándole un toquecito en el hombro.

–Sabéis que ese término no es de mi agrado –dijo colocando la espada sobre su hombro–. Prefiero mi nombre, sin títulos ni historias. –añadió mientras terminaba de enfundar el arma–. En fin, hay que buscar la entrada a los túneles subterráneos, la marca me está empezando a arder… Tiene que estar cerca.

Mega y los soldados empezaron a buscar los niveles subterráneos de los informes.

Buscaron en todos lados de aquella enorme sala y en las contiguas.

Pero tras un rato de exhaustiva búsqueda, ambos líderes se sentaron juntos para hablar.

–Pareces cansado –le dijo Kara con preocupación.

–El uso de la sintaxis me cansa bastante últimamente… por eso procuro no usarla mucho –respondió Mega encogiéndose de hombros, sin mirar a la Escudo.

–¿Por qué parece que siempre esquivas la pregunta? –le replicó.

–Pues porque obviamente no quiero responderla, parece que no lo entendáis… –refunfuñó.

–¡Intentamos preocuparnos por ti, idiota! ¡Eres un Custodio y el…!

–¡No soy el elegido! –cortó Mega con un grito desesperado. –Solo por tener una marca en mi mano, no significa que sea el grandioso o el salvador. Quitaos la idea de la cabeza.

Tras este grito, los Escudos Grises acudieron rápidamente al lugar donde ambos estaban sentados, pero Kara les hizo un gesto con la mano y prosiguieron con la búsqueda.

Accedieron sin formular palabra.

–Te pido una disculpa –dijo ella bajando la cabeza.

–Está bien, no te preocupes, aunque lo entiendo –le respondió el Custodio resignado y con lamento. –Todo esto me está consumiendo y siento que esta magia cada vez me carcome más por dentro. Tan solo quiero acabar con todo esto de una vez.

Mega cogió su espada y la empezó a mirar con la misma resignación con la que habló.

Estaba cansado, casi perdido, pues todo lo que había conocido eran tierras baldías, campos casi infértiles y esa oscuridad tan característica de Velgratia. Sentía amargura por no poder ver ese mundo tan verde, esos ocasos tan naranjas o esa sensación de aire fresco de la que tanto se hablaba de antes de la guerra. Ahora el mundo vestía de grises y oscuros, olía a hierro sangriento, a carne podrida carcomida por los cuervos.




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