El rayo se desvió antes de alcanzar el núcleo.
Una descarga mal trazada estalló contra la barrera lateral del domo, generando un zumbido agudo que recorrió la arena. El autómata de entrenamiento quedo quieto, sin objetivo que rastrear, mientras que el aprendiz caía de rodillas con la respiración entrecortada y los brazos entumecidos por el retroceso.
Mega maldijo en voz baja. Sabía que había hecho algo mal.
Desde las gradas, los demás jóvenes observaban en silencio. Algunos lo miraban con compasión, otros con esa mezcla de envidia y desapego que solo se tiene cuando uno carga con un destino que no pidió.
Se levantó torpemente y sacudió los brazos. Su palma izquierda ardía a causa de la marca, esa espiral rota que llevaba desde que tenía memoria, brillaba con un tenue fulgor violáceo.
Se apresuró a ocultarla, cerrando el puño y girando levemente la muñeca, aunque ya muchos la habían visto.
–¡Offensum: Fulmem! –repitió con frustración.
El rayo volvió a salir, pero curvado y débil. Impactó contra el suelo con un chasquido inútil, levantando polvo y arena.
El brazo se le entumeció hasta el punto de apenas poder moverlo, y la mano empezó a dolerle como si le hubieran atravesado con una lanza.
Una voz grave lo cortó como un cuchillo.
–”Fulmem” no existe. Y lo sabes.
Todo el mundo hizo silencio.
Darrim descendía desde la pasarela superior, apoyado en su bastón de núcleo y madera trenzada.
Su figura, esbelta y prácticamente delgada. Su barba, ligeramente larga y canosa junto a sus arrugas faciales de la notoria edad, hacían denotar a ese hombre por encima de cualquier Custodio o Magister.
Sus pasos eran lentos, pero su presencia llenaba el ambiente con una autoridad que no necesitaba elevar el tono.
–Si fueras uno de los otros, estaría preocupado por tus huesos. Pero tú –dijo deteniéndose frente suya–, tú tienes algo más frágil que perder: control.
El futuro Custodio bajó la mirada.
–Lo siento.
–No lo sientas –respondió el anciano–. Corrige. Aprende. Repite conmigo: Fulmen.
–Fulmen –repitió, con voz firme.
El mentor alzó una ceja.
Mega volvió a mirar su mano. La marca aún latía, como si respondiera a algo que solo ella entendía. No sabía lo que significaba, ni por qué dolía cada vez que erraba… solo sabía que la Orden decía que era “un signo del destino”. Y que aquel hombre… nunca lo llamó así.
–Venga, es hora de descansar un poco.
Darrim hizo un gesto con la cabeza y Mega asintió sin decir nada. Siguió al anciano fuera de la arena de entrenamiento.
La voces de todos los aprendices empezaron a alzarse, pero una simple mirada del anciano bastó para achicarlas.
–¿No tenéis que practicar? –dijo con absoluta firmeza.
Casi todo el mundo acató la orden no formulada al instante y de un momento a otro, la arena recobró vida.
El joven Mega observaba con silencio la autoridad de aquel hombre, al que casi consideraba un padre.
Cuando salieron del domo, el aire era más ligero. Casi sentía que la libertad le abrazaba los pulmones.
El silencio les siguió como un fantasma.
Hasta que el maestro habló.
–Eres muy cabezota, Escudo.
–Lo lamento mucho, señor. Intento hacer lo mejor que puedo –le dijo, bajando la cabeza.
–Una práctica mal hecha solo enseña a fallar –respondió levantando el dedo–. En combate real estos fallos son potenciales debilidades y no podemos permitir eso –terminó de afirmar con dureza–. No te lo tomes como una bronca, si no como una lección. Si quieres llegar a Custodio, debes aplicarlo.
–Lo haré, muchas gracias, Darrim.
–Ven conmigo. Tenemos que hablar –le insistió.
El aprendiz le siguió hasta una sala apartada por un pasillo enorme.
Era la Sala de canalización.
Una habitación blindada, con paredes sumamente gruesas. Con un escudo mágico alrededor. El ambiente olía a ozono y pureza.
Esa combinación tan poderosa hacía que ni el mismo eco retumbara.
El maestro miró al alumno con firmeza y autoridad.
–Sé que has estado husmeando en los sintaxis prohibidos, Mega. Pero por lo que veo no los has usado.
–Sí, señor, a veces… me puede la curiosidad –respondió avergonzado.
–A mí la curiosidad me importa poco pues parte de la vida es eso. Lo que sí me molesta es de dónde los has sacado. Sabes que no debes acceder a esa parte de la fortaleza.
–Pero es la única forma de poder ver todo eso.
–¡Mega! –exclamó Darrim, picando al suelo con el bastón. –Sabes que si algo tiene la palabra “prohibido” es por algo. No te quiero volver a ver metiendo las narices por ahí ¿me has entendido? Además, si los Zorros del Maná se enteran de que alguien ha estado husmeando por ahí, Nayra se podría enfadar mucho. Y no nos interesa eso.
Mega se limitó a asentir con la cabeza.
El anciano, en cambio, se fijó en su extremidad.
–El mal uso del Offensum te ha entumecido el brazo entero –añadió. Prueba a hacer una utilidad como Curatio minima para sanar tus heridas.
El joven Escudo asintió con la cabeza de nuevo y tocó su brazo derecho con la mano izquierda.
–Syntaxis: Curatio minima –dijo con tranquilidad.
El guerrero volvió a tener sensibilidad en el brazo y Darrim sonrió con mucho ánimo.
–¿Lo ves? No se trata de ganas, se trata de ejecución. Las palabras son códigos que han de ser bien escritos y ejecutados. Es una desventaja de esta magia sintética.
–¿Algún día podré manejar magia auténtica? –le preguntó con cierto ánimo.
–Eso es algo al alcance de muy pocos. Solo aquellos nacidos con esa sensibilidad son capaces de poder emprender el camino de lo antiguo arcano. De momento lamento decir que tú no posees esa capacidad. No obstante, la Orden te ha dado el poder del uso de la sintaxis, así que has de practicar. Vamos, alza la mano y ejecuta los offensum aprendidos.