La noche caía como un sudario sobre el campamento.
El aire olía a metal, hollín y tierra removida.
Entre las sombras de los árboles marchitos, las antorchas parpadeaban como luciérnagas exhaustas.
Mega, ya despierto, estaba recostado sobre un lecho improvisado de mantas. La piel aún pálida, el pulso débil, pero estable.
Junto a él, Kara se mantenía en vela, con los ojos fijos en su respiración. Había limpiado la frente, vendado las heridas menores, incluso acomodado su capa sobre su pecho. Aunque nadie le había pedido que lo hiciera.
–Deberías descansar tú también –murmuró Mega.
Ella no respondió de inmediato. Su voz, cuando habló, fue baja, como si temiera que la oscuridad se la tragara.
–Tú lo hiciste bien. Pero no estás solo. Nunca lo estuviste.
A unos pasos, al borde del fuego común, las voces eran menos suaves. Los Escudos discutían. Algunos alzaban la voz. Otros negaban con furia.
–¡¿Prohibido?! Usó un sintaxis proscrito, ¡uno que el propio Magister Primus selló! –bramó Varenn, el más veterano del grupo.
–¡Hizo lo correcto! –replicó la joven Aelith, con los nudillos blancos alrededor del pomo de su espada.
–¿A qué precio? –intervino otro–. El servidor no gritó al morir. Rió. Algo más se despertó allí abajo. ¡Y nadie lo menciona!
Kara giró el rostro hacia el fuego. Su mano aún rozaba la de Mega, apenas un contacto, casi involuntario. Pero no lo soltó.
–Parece que hay una buena liada ahí –dijo volviendo la mirada al Custodio que yacía tranquilo, en un tono ligeramente satírico.
–Lo sabían desde el principio. A veces, el precio es parte del camino –le respondió cerrando los ojos.
Tras un breve silencio, el guerrero abrió los ojos mirando al Velo. Aquella red naranja, como una telaraña suspendida sobre el mundo, se extendía hasta donde alcanzaba la vista, difuminando la luz, distorsionando los contornos. Una cárcel de luz quebrada, tan vasta como invisible para quienes ya se habían acostumbrado a ella.
–Vaya puta mierda, ¿no crees? –dijo con una ligera sonrisa.
–¿Perdona? -le respondió confusa.
–Todo esto. En general. Nunca hemos visto más allá del Velo ni las puertas de la Orden. Tampoco nos hemos movido fuera de lo que llaman Los Grandes Límites. Solo somos capaces de ver lo que tenemos cerca. Y el veredicto es que Velgratia es una puta mierda. Y somos los idiotas que intentamos salvarla.
El silencio los invadió de nuevo como la oscuridad cuando un fuego se apaga. Ella miró a le con duda, pero poco tardó en dibujarse una sonrisa en su rostro.
La Escudo se limitó a callar y estirarse a su costado, realizando ligeras caricias sobre la marca de su mano. El Custodio se dejó llevar, sin decir palabra. No era normal en él. Relajado, en calma… Era casi ajeno. Como si, por un instante, no llevara el mundo encima.
–¿Te acuerdas de aquella vez que el autómata de entrenamiento me acorraló? Estaba tan nerviosa –dijo Kara con un tono sereno.
–¿Cómo iba a olvidarlo? Estabas hecha una bolita en la arena –respondió Mega mirándola a los ojos.
–Era una novata, una Aspirante más. Creo que Darrim no tenía mucha esperanza en mí –añadió, esbozando una sonrisa–. Menos mal que bajaste con ese poderoso gelum y paralizaste el robot.
–Aquí el elegido ha de hacer honor a su título –dijo sarcásticamente.
Kara alzó el cuerpo ligeramente con una mirada juguetona.
–Ah, elegido selecto por lo que veo. Para salvar el mundo no, pero para hacerte el chulo, sí. –dijo la Escudo riendo.
–Obviamente. ¿Qué sería del mundo y de vosotros sin mí, eh?
Kara empezó a luchar contra Mega de manera amistosa en el suelo mientras reían a carcajadas.
–¡Maldito idiota! –dijo Kara forcejeando.
–¡No puedes contra mí, Escudo Primero! –le respondió sonriendo de oreja a oreja.
Las risas se fueron apagando poco a poco, devoradas por el crujido del fuego y el recuerdo de lo que había quedado atrás. Pero por un instante, solo uno, Velgratia no fue tan miserable.
Kara miró a Mega nuevamente con ojos de ternura. Sentía algo extraño dentro suyo, algo que pocas veces había sentido. No miedo, no pena… otra cosa. Algo parecido a la esperanza.
–Oye, ¿cuándo todo esto acabe, qué harás? –preguntó ella, con un tono calmado.
Él no respondió de inmediato. Su mirada volvió al cielo enmarañado, al Velo suspendido como un párpado enfermo.
Tal vez tenía una respuesta.
Tal vez no quería pronunciarla.
Pero no tuvo oportunidad.
–¡Escudo Primero! –llamó una voz tensa desde la penumbra–. La unidad quiere hablar contigo. Varenn insiste en que no podemos dejar pasar lo de esta noche sin deliberar.
Kara parpadeó, como si el mundo hubiera regresado demasiado pronto.
Su expresión se endureció en un instante, los dedos se apartaron de la marca del Elegido y su postura recuperó la rectitud militar.