El alba rompió sobre el campamento sin anunciarse.
Mega durmió cerca de Kara.
Estaba pensativo, pero envuelto en una calma inesperada.
La tenue luz que pasaba por el Velo marcó el inicio de la jornada. El crujido del fuego llenaba el aire, acompañado por el leve aroma de la comida que se cocinaba.
El guerrero se levantó en silencio, se colocó parte de su armadura, ajustó la espada a la espalda y caminó hacia la hoguera, donde se encontraban sus compañeros.
Dudó si debía saludar.
Aelith se giró y le miró.
–Buenos días, Custodio – dijo la Escudo, con una mezcla de alivio y respeto en la voz.
–Buenos días, Escudos –respondió, de manera general–. Hay que prepararse para volver al cuartel. Tomaos un tiempo y prepararos. Partiremos con la mayor brevedad posible.
–Sí, señor –pronunciaron al unísono.
Mega echó un vistazo al campamento comprobando que todo estuviera bien y volvió a su tienda de campaña.
Sacó un pequeño mapa de la zona local y empezó a estudiar posibles rutas. Miró cada montaña, cada campo y abrió todas las posibilidades que pudo con tal de asegurar la supervivencia. No pasó mucho rato hasta que Kara se presentó.
–Buenos días... ¿Pudiste descansar? –preguntó, acercándose a su armadura.
–Buenos días –respondió de vuelta, sin apartar la mirada del mapa–. Más o menos, el terreno es muy malo. ¿Tú cómo has dormido? –añadió, mirándole.
–Me duele un poco la espalda, la verdad. –dijo, mientras alzaba el pesado peto metálico–. Este suelo es demasiado blando como para dar un buen descanso, pero es lo único que teníamos. Tú no lo viste, pero salir de esa cripta fue difícil. Empezaron a salir Despertados de todos lados. Y parece que nuevas formas.
–¿Nuevas formas? –preguntó, girándose sorprendido.
Ella suspiró al colocarse la armadura sobre sus hombros.
–Así es –confirmó–. Al parecer, el Engendro está estudiando y practicando atrocidades nuevas. –añadió, encajando el último broche con un gesto cansado.
–Mierda… –se lamentó el guerrero–. ¿Te ayudo? –le preguntó, incorporándose y alzando las manos hacia las hebillas de cuero.
–Gracias.
Kara alzó los brazos para exponer los cierres de la armadura.
–Pues sí: algunos eran más ágiles, más agresivos, más armados... Y si seguimos en esta línea, las posibilidades serán infinitas… como si no tuviéramos ya suficiente con todo lo que nos rodea.
–Habrá que fortalecer y mejorar. No queda de otra. También habrá que mandar un informe de esto, a ver si la Orden nos hace caso y advierte.
–Es raro que los Búhos del Silencio no notificaran de este detalle, ¿no crees?
–Me da que el Senado Dual habrá metido las narices en esto –dijo, apretando uno los broches muy fuerte, casi rabioso.
–Oye chato, que no me quiero ahogar –interrumpió girándose ligeramente.
–Disculpa –rectificando el cierre– el asunto me da mucha rabia.
–Te comprendo, pero aguanta un poco más –añadió girándose por completo y poniendo sus manos en las mejillas de Mega–. Todo saldrá bien, ya verás –sonrió.
–Eso espero…
–Por cierto: Hablando de líneas… Parece que los soldados están un poco más animados. –le dijo volteando la cabeza hacia ellos–. Alguno parece que hasta ríe.
Mega también volteó la cabeza para mirarlos.
–Sí, es verdad. Los puedo entender perfectamente. Aunque un buen café también alegra la mañana y rebaja alguna tensión.
Kara volvió a mirar a Mega.
–¿Quieres uno?
–Te lo agradezco, pero iré al río a mojarme la cara y echar un vistazo al terreno para ubicarme mejor. No obstante, te agradecería que quizás me lo preguntaras más adelante.
A la Escudo se le esbozó una sonrisa de nuevo, pues no esperaba del todo estas palabras.
–Te tomo la palabra, Custodio del Núcleo.
La Escudo Primero cogió sus cosas y fue para la hoguera, dejando a Mega solo.
La observó mientras se iba lentamente.
Cogió el mapa, lo plegó y lo guardó en el zurrón que tenía en la cintura. Empezó a desmontar la tienda y la dejó bien plegada en el suelo. Lista para colocarla en la espalda.
Dio media vuelta y se fue al río donde se mojó la cara para despejarse y poder tantear el terreno en busca de referencias.
Con el curso del agua como guía, la estrategia ya se dibujaba con nitidez en su mente.
Alzó la mirada al otro lado del riachuelo y pudo observar algo inusual. Algo que rompía con la armonía de todo ese terreno putrefacto y estéril: Un árbol, totalmente sano.
Sus ramas eran marrones en lugar de grises, y entre ellas brotaban hojas frescas, totalmente verdes.
El soldado quedó absorto al presenciar aquello. Sonrió, con una alegría sincera que casi había olvidado, y pensó:
–Quizás aún quede algo de esperanza en este mundo apagado y frío.
El Custodio dio la vuelta, no sin antes mirar aquella extraña belleza por última vez.
Marcó la posición en el mapa. No puso ninguna palabra, ni dibujó símbolos. Solo trazó un círculo, como quien encierra un secreto.
Volvió al campamento, que ya estaba empezando a desmontarse, y ayudó con las tareas.
Cogió sus pertenencias y se dispuso a marchar en formación junto al grupo.
No fue el terreno lo que complicó la vuelta, sino lo que habitaba en él. Sobre todo Marchitos con sed de magia y antiguos fanáticos del Cónclave dispuestos a alzar su arma, junto a algún mercader valiente que se atrevía a caminar por esas decadentes y peligrosas tierras en solitario.
El suelo ya empezaba a apelmazarse y el rocío de las plantas empezaba a evaporar gracias al calor del Sol, que iba traspasando el velo ligeramente.
Mientras más se acercaban a Thal-Marrek, más se podía sentir su atmósfera de Núcleo, que aunque débil, aún se podía respirar y casi palpar.
A su llegada a la Orden, unos soldados guardaban esas enormes puertas de metal macizas.
Y con tan solo unos pasos más, empezó a abrirse solo. Como si aguardara su llegada.