Syntaxis: Obscurus

Capítulo 5: Donde Aún Gira el Engranaje

–Hijo del error –le reclamó una voz lenta, gutural, arrogante–. Pronto seré libre. Y tú serás el primero en arrodillarte. Obscurus: Vertix Umbralis.

–No… No… ¡No! –gritó Mega, con todas sus fuerzas.

Despertó de golpe, incorporándose en la cama.

Sollozaba. El pulso era tan alto que sentía el corazón a punto de romperle el pecho.

Miró a su alrededor, desorientado. Seguía en la habitación de Kara. Junto a ella.

La observó unos segundos, buscando signos de si la había despertado.

No. Aún dormía.

Con el cuidado de un ladrón y la culpa de un traidor, se levantó y se dirigió al baño.

Apoyó ambas manos sobre el lavamanos. Estaba sudando.

Se miró al espejo.

Su rostro.

Sus cicatrices.

Y suspiró.

Un suspiro de alivio. También de culpa.

¿Estaba todo eso empezando a consumirle de verdad?

Volvió a mirarse al espejo. A sus propios ojos, directamente. Como si tratara de encontrar respuesta.

Pero ya lo sabía: en esos ojos marrones solo habitaba la carga de quien lucha por una libertad repleta de incertidumbre.

Entonces, miró la marca de su mano.

Tras veinticinco inviernos, aún no sabía qué era. O no del todo.

Tras una breve mirada, la bajó.

Se contempló una última vez… y volvió a la cama con el mismo sigilo con el que había salido.

Miró a Kara. Y pensó:

Creo que es la primera vez que la veo dormir tan tranquila.

Con cuidado, alzó la manta y se estiró junto a ella, haciendo que su pecho tocara la espalda. Pasó el brazo por encima de ella, buscando la mano.

Cuando la encontró, relajó la suya encima de la de ella, respiró hondo…

Cerró los ojos.

Y se dejó dormir.

Unas horas después, el tecnoreloj empezó a sonar.

Kara lo apagó rápidamente, sin casi inmutarse. Pero Mega seguía completamente dormido. Y pegado.

–Vaya, míralo qué mono –pensó, esbozando una ligera sonrisa–. El que ayer tenía vergüenza… Parece que Veyra tenía razón. En fin, voy a asearme un poco. Luego le despierto.

Se levantó con cuidado y se fue al baño dejando a Mega aún durmiendo.

Tras un rato, salió con una toalla encima, el cabello húmedo y el paso relajado. Se vistió con ropa cómoda, sin prisa, y caminó directa para la cama, decidida a despertar al Custodio.

Se apoyó ligeramente sobre él y trató de despertarlo.

–Ey. Venga, levanta. Hay cosas que hacer –dijo con voz suave y cariñosa.

Mega fue despertando poco a poco. Con una extraña sensación de calma.

Volteó a verla a los ojos.

–Buenos días –añadió ella, con una sonrisa.

–Buenos días, Kara –respondió él, con voz algo dormida.

–¿Has dormido bien?

–Estoy bastante descansado. Creo que no dormía así desde… hace diez años.

–Bueno. Me alegra entonces que por fin hayas relajado el cuerpo un poco. Voy a hablar con Darrim.

–¿Vas a hablar con el viejo Custodio? –preguntó Mega, incorporándose en la cama.

–Sí. Estoy a nada de igualarte –dijo ella, sonriente y con decisión.

–¿Igualarme? –preguntó con duda y arqueando una ceja–. Explícate, anda.

–Resulta que ya no eres el único Custodio de esta habitación.

–¡¿Te han ascendido?! –exclamó Mega, absorto.

–¡Sí! Por fin soy Custodio.

–¡No puede ser!

Mega se incorporó por completo y la abrazó con fuerza.

–Felicidades. Ya tienes un paso más. Te queda muy poco –le felicitó, con una felicidad que rara vez se dejaba ver–. Pero aún no me das órdenes– terminó de decir, en tono burlesco y amistoso.

–Sea como fuere, ya he subido de categoría. Así que ahora tengo que hacerlo formal.

Él se separó y por un momento bajó la mirada.

–Pero no podré verlo…

–¿Enserio? –preguntó dudosa. ¿Ya te marchas de nuevo?

–Mañana. Mañana parto hacia Thal-Dereth. Los Búhos del Silencio están allí, y creo que necesitan mi ayuda.

–Podrían pedirles a los Lobos… por algo están aquí sin hacer nada –le respondió, con frustración.

–Cuando vuelva, lo celebraremos. No creo que necesiten mucho.

–Te tomo la palabra. En fin, me iré con Darrim. Quédate el tiempo que necesites. Mi habitación es tuya también.

Kara tocó la mejilla de Mega con la palma. Cogió su sable y salió de la habitación.

El Elegido permaneció unos minutos más en la habitación.

El silencio no le pesaba. Le convenía.

Se terminó de vestir, asegurando cada correa de su uniforme con precisión. Y antes de salir, echó una última mirada a la habitación.

Olía a ella. A jabón, metal y lavanda.

El tacto de la manta todavía retenía el calor de ambos.

Pero ya no había más que hacer allí.

Salió sin cerrar del todo la puerta. Un gesto que, en Thal-Marrek, significaba: “volveré, o aún no he terminado.”

El corredor estaba casi vacío.

Un par de técnicos pasaban datos a una terminal sin notar su presencia.

–El otro día, Dern y yo pusimos algunos implantes de syntaxis a los aspirantes –dijo uno de los técnicos–. Alguno no reaccionó bien del todo y a otro se le complicó la cirugía bastante. Casi dos horas estuvimos.

–¿Quizás el sílice era de mala calidad? ¿O los cables de formulación? –le respondió.

–No hemos llegado a una conclusión clara, pero habrá que seguir su evolución por si acaso.

Avanzó unos pasos más y un Custodio raso, al verlo, se irguió instintivamente y lo saludó con leve asentimiento.

Mega respondió del mismo modo, sin palabras.

Siguió caminando, cruzando un tramo de pasillos de piedra negra pulida.

Desde alguna parte, se escuchaba el zumbido lejano de un generador.

Y más lejos aún, el sonido hueco de una lanza cayendo al suelo.

Bajó las escaleras exteriores hacia el ala sur. El aire fresco golpeó su rostro.

Allí estaba el patio principal. Amplio, abierto, lleno de luz natural y ecos humanos.

El sol asomaba tímido entre los torreones, proyectando su luz pálida sobre las losas del patio principal.




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