«Fery, querida, si estás leyendo esta carta es porque mis conjeturas fueron correctas y ya he muerto…»
Una joven castaña bebía a sorbos un café americano mientras veía a Eliah entretenerse con una partida de ajedrez, la cual se había empeñado en jugar solo. Desde que Sebastian le había regalado ese tablero magnético en su cumpleaños, no lo había dejado un solo día; primero perseguía a Fery, su madre, por toda la casa para que jugara con él; después iba a despertar a su abuela para que fuera su contrincante, y si ella estaba demasiado cansada, buscaba a sus amigos del barrio. Lástima que nadie era lo suficientemente habilidoso como para significar un gran reto para el niño. Solo su padre lo era, o eso es lo que a Eliah le gustaba pensar.
La cafetería estaba muy tranquila esa mañana, su ambiente vintage y la música tranquila le daban un toque melancólico, casi triste.
Detrás de la barra estaba Rosaura, la madre de Fery, leyendo una novela de romance mientras esperaba a que llegara un cliente.
Frente a la joven de cabello castaño, sobre la mesa de madera vieja, descansaba un misterioso libro de herbolaria, escrito a mano y con muestras reales de plantas anexadas a sus páginas, y sobre este había un sobre amarillo firmado por Hunter.
—¿Papá ya te contestó? —Eliah preguntó a su madre, levantando la aguda mirada del tablero hacia ella.
—No —ella suspiró, frunció los labios y bebió otro sorbo de café—. Pero me envió una carta. Seguramente no tiene buena recepción.
—¿Ya le leíste? ¿Dice cuando regresa?
—Aun no —le sonrió—. Por cierto, ¿ya terminaste tu tarea?
—Si, mamá, la terminé ayer en la noche —contestó, poniendo los ojos, normalmente cafés, en blanco—. ¿Puedes leer la carta, por favor? Necesito saber cuándo regresará papá, quiero retarlo a una partida y demostrarle que ya puedo ganarle.
Fery, empujada por la ansiedad de su hijo, tomó el sobre con las puntas de sus dedos, se lo llevó a la nariz para olfatearlo, saboreando el pequeño y vago perfume que le recordaba tanto a su esposo y lo abrió con mucho cuidado. Era muy raro que Hunter tuviera ese tipo de detalles con ella, y cuando sucedía, Fery siempre se aseguraba de atesorarlos, aunque sea en secreto.
Entonces, sacó una hoja doblada, la extendió y se encontró con la perfecta caligrafía cursiva de un hombre tan rudo que podía desayunar navajas.
Su corazón latía con fuerza, realmente emocionada por saber de él después de una semana sin comunicación. Sin embargo, cuando leyó las primeras líneas, su sangre dejó de fluir, se le congeló por completo; las pupilas se le dilataron, su ceño se frunció y una suave luz verde, casi imperceptible, salió de sus manos.
La rabia inundó su cuerpo al instante, la bilis ardía en sus venas, y sintió una presión en los ojos y en la garganta. Una parte de ella estaba destrozada, quería llorar y gritar de dolor, de desesperación, de agonía, pero la otra parte solo quería ir hasta él y… matarlo de nuevo por haberse dejado asesinar.
A pesar de sentir aquel torbellino de sentimientos, ella no podía dejarse llevar por nada de eso, mucho menos frente al joven Eliah, pues con sus escasos ocho años, no podría soportar aquella noticia tan fácilmente. El niño era un genio, pero no por eso dejaba de ser un pequeño.
Entonces, dobló la hoja después de darle una repasada rápida al contenido, la metió al sobre y luego escondió este entre las páginas de su libro. Se levantó como soldado de la mesa y se aproximó a su madre.
—¿Tienes problema en cuidar a Eliah por unos días? —Fery le preguntó a su madre, quien solo levantó los ojos del libro y la miró seriamente—. Debo ir a Valparosa.
Editado: 18.07.2018